lunes, 18 de febrero de 2019

La Noche

El cielo se oscureció, el alma que vagaba por la casa permaneció en silencio viendo como el sol se apagaba. Mucho tiempo atrás los habitantes de esa vieja casa abandonada habían sido felices, habían amado, sentido y, sobre todo, habían vivido hasta que unos ladrones entraron y mataron a toda la familia, primero al mayor, después a la madre, al padre y por último a la adolescente. Todos habían cruzado al otro lado, salvo ella.Los años habían pasado sin que se diera cuenta. El hogar estaba vacío, la casa abandonada y la ausencia se percibía en cada esquina, en cada viejo armario lleno de polillas y en cada mota de polvo que cubría superficies que tiempo atrás habían sido pulidas con cariño y destreza. Esa noche alguien se atrevió a cruzar el umbral, siempre lo hacían, invitados por la extraña calma de la vieja mansión abandonada, se colaban  con la esperanza de hallar el tesoro del que todos habían oído hablar en algún momento de su vida, mas no existía. En noches de luna llena, como esa, ella volvían a revivir el ataque, el asesinato y sufría, una vez más, el dolor de la muerte. Su alma no descansaba en paz, por ello deambulaba por los pasillos, anhelando cruzar al otro lado para reunirse con sus padres y su hermano, deseaba atravesar el velo entre un mundo y el otro. En treinta años no lo había logrado, algo la retenía en el sitio, quizás el dolor de su muerte prematura o tal vez tenía alguna misión que cumplir. Ese día fue a la vieja habitación que había tenido cuando aún vivía, sus muñecas seguían en el baúl de los juguetes, los frascos de su colonia favorita encerrados en el armario y un pequeño anillo de una promesa hecha mucho tiempo atrás a su mejor amigo. Se sentó en el viejo colchón apolillado, cerró los ojos y, por un instante, se imaginó que todavía estaba viva. Se encogió sobre sí misma y cantó una vieja nana. Estaba tan centrada que no fue consciente del hombre que había entrado en la habitación. Al contrario que los habituales peinaba canas, tenía los ojos de un inescrutable color verde y ligeras arrugas marcando su rostro. La observó cuando permanecía con los ojos cerrados. Estaba como la recordaba y sintió su ausencia como una daga que había ido atravesando su corazón con el paso de los años. No la había podido olvidar, sus confidencias, su sonrisa, la ternura con la que le hablaba y esa extraña capacidad para hacerlo sentir mejor consigo misma. 
-Mar-la llamó y el fantasma levantó su rostro para encontrarse con un rostro que había conocido tan bien como el suyo propio. Los años habían caído sobre él, pero seguía teniendo un ojo negro y uno azul, pequeñas arrugas surcaban su rostro y su cabello tenía canas. Sin embargo nunca lo había podido olvidar, su mejor amigo, con él había compartido confidencias, había sido su primer amor. Lo observó y sonrió.
-Leo, no esperaba volver a verte y sin embargo, aquí estás. Tan vibrante como siempre.
-He venido a ayudarte, Mar. 
-No puedes hacerlo, estoy muerta, llevo muerta treinta años, vagando como un fantasma, incapaz de cruzar al otro lado para reunirme con los míos. 
-Te he traído esto-Leo le mostró un pequeño espejo y el fantasma se vio reflejado. Su cabello había encanecido, tenía pequeñas arrugas surcando su rostro y sintió calor por primera vez en mucho tiempo. El espejo se iluminó  y después se rompió en mil pedazos. Uno de ellos golpeó el rostro de Mar y la sangre manó de él, Leo la acarició con ternura y la besó.
-He regresado hace poco, me he dedicado a recorrer el mundo para salvarte, un viejo hechicero me ofreció ese espejo y me aseguró que cumpliría el deseo más profundo de mi corazón. Hace mucho tiempo nos prometimos cuidar uno del otro y he venido para cumplir mi promesa.
Te he echado terriblemente de menos, pero sabía que volverías. Te he esperado, es hora de que te reunas conmigo, podremos envejecer juntos como nos prometimos aquella soleada tarde de abril.-Leo le ofreció el anillo que había estado hasta unos minutos atrás sobre la mesa, lo colocó sobre su dedo y ella sonrió.
Por primera vez en treinta años comprendió por qué todavía seguía en ese mundo, tenía una promesa que cumplir.
FIN
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sábado, 2 de febrero de 2019

Un breve relato de un amor que termina

Se dieron un último beso. Uno que sabía a recuerdos pasados, a noches en casa viendo la televisión, a mañanas haciendo el amor despreocupadamente, a caricias mientras se cocinaba, a suspiros, a promesas hechas con el corazón henchido de felicidad y el alma flotando en el pecho. Se alejó y la observó mientras cerraba la puerta, un único golpe y todos esos años, toda esa historia de amor concluía. Se prometieron que había sido de mutuo acuerdo, pero fue una decisión de ella. Por casualidades de la vida y el maldito destino encontró a alguien a quien amaba más, con quien compartía más cosas y a quien entendía mejor. Su corazón se resquebrajó, observó el hogar que antes había sido ocupado por dos personas y que ahora se había quedado vacío, como si una tormenta hubiera arrasado todo a su paso. Caminó hacia la cocina y ya no estaba su taza preferida, en el dormitorio ya no había ropa interior colgada en la puerta del armario y en el baño no quedaba rastro del maquillaje y los productos caros. En el salón se mantenía en pie la televisión en una pequeña mesa comprada recientemente porque el mueble grande pertenecía a su abuela y se lo había llevado con ella. Contempló su casa en silencio y suspiró. Recordó que, mucho tiempo atrás, había sido una persona que gozaba de la libertad y sin menor interés en comprometerse hasta que conoció a esa mujer que cambió su vida. No se permitió llorar, se había prometido que no lo haría porque quería su felicidad, incluso aunque fuera lejos y con otro nuevo amor. Fue hacia el salón, puso la televisión y se dejó llevar a los recuerdos del pasado. Cerró los ojos y se dejó caer sobre el sofá, se tumbó, colocó sobre él la manta y se dio cuenta que todavía olía a su perfume, se envolvió en ella y se permitió dormir profundamente. Un sonido lo despertó, caminó hacia la puerta y se encontró con sus amigos, habían acudido en masa para darle consuelo, para llenar los huecos vacíos que había en su corazón. Les cedió el paso, permitió que el alcohol llenase sus venas y se permitió olvidarse por un instante. La fiesta se alargó, al día siguiente se despertó y empezó a hacer las maletas, no tenía sentido seguir viviendo en una casa que había sido un hogar cuando ya no tenía razones para llamarlo de esa manera. Los pocos amigos que despertaron sin resaca lo ayudaron a empacar, cogió su taza favorita, la ropa, la televisión, todas las cosas que había ido acumulando con el paso de los años. Con la ayuda de sus amigos metió la mayoría en un almacén hasta que encontrara un nuevo piso para llenar con sus cosas. El último día en la casa observó todo a su alrededor, no quedaban muebles, ni objetos personales en el lugar. Lo único que permanecía era el viejo sofá y la manta con su perfume. Los dejó detrás, debía aprender a caminar solo de nuevo.
FIN

lunes, 21 de enero de 2019

Tras bastante tiempo vuelvo a escribir en el blog. Esta vez publico una pequeña historia de terror que empecé a escribir el otro día, esperando a ver si se convierte en mi primera novela del género. Desde la última vez que escribí en este blog, debo decir, que he sido finalista del premio literario XXX Torrente Ballester de Narrativa en Lengua Castellana y me siento orgullosa de mi trabajo en la novela que presenté. Dicho lo cual, ahí va lo que tengo.
HUESOS Y FANTASMAS

El sonido de los huesos pisando el pavimento logró que se estremeciera. El mundo la estaba alcanzando, el murmullo de los muertos era su única compañía y ya nada podría evitar su propio fin. Todo había empezado una mañana de otoño, en su pequeña ciudad. Había sido la primera en caer y, desde esa mañana, seguía corriendo. Tratando de adelantarse a los muertos, huyendo de ellos y de la nada que dejaban detrás. Durante su juventud había visto películas de terror y e había reído de ellas, en su ignorancia se creyó que el último día nunca llegaría. En esos filmes siempre aparecían zombies que querían comer a los vivos y seres humanos capaces de derrotarlos, pero en su mundo, la realidad era que los muertos ganaban terreno y los demás lo perdían. Era imposible luchar contra los huesos y la oscuridad.
Anduvo el trecho hasta la casa del lago, el primer lugar donde había amado y donde había perdido lo más valioso. En el interior se refugiaba su hija adolescente, solo ellas dos se mantenían en pie, viendo como la muerte lo devoraba todo a su paso. Primero se tragó a su marido y a su hijo, después al resto de sus vecinos. Ellas se mantenían de pie a duras penas, viendo como los demás se marchitaban, salvo los animales que ganaba cada vez más terreno. De algún modo habían sobrevivido a la hecatombe y no solo las cucarachas. 
Vio la luz encendida y caminó hacia el porche, su perra y su gato la recibieron. Ellos todavía eran cariñosos, las reconocían y las protegían cuando los huesos acechaban por la noche. El mundo, la nada oscura, parecía cada vez más grande y ellas cada vez más pequeñas. Abrió la puerta, se aeguró que los huesos habían quedado atrás y sonrió a sus animales. Lúa y Artos la recibieron y ella rebuscó en la bolsa su comida y la sirvió en sus comederos. Después caminó hacia la cocina donde Marga terminaba de calentar las sobras del día anterior. Su hija sonrió, se abrazaron en silencio y suspiraron por estar en ese estado de no muerte, ni vida, un día más. Los huesos no comían y ellas salían a los supermercados a comprar comida. Llevaban huyendo dos años, los cuatro juntos. Salían por la noche, se movían de pueblo en pueblo buscando supervivientes o entes como ellas. A veces los había, pero los vivos no abandonaban sus casas y los otros decidían no seguirlas en su largo peregrinaje. Se sentían eguros en sus casas, aunque apenas pudieran ya considerarse como tal. Pensaban que las paredes los protegían de los huesos y se aferraban a ellas con uñas y dientes. No sabían despedirse, dejar atrás su pasado y empezar un futuro incierto sin saber exactamente en qué se habían covertido con la hecatombe. Los fantasmas no eran huesos, no eran zombies y tampoco estaban vivos exactamente. Respiraban, comían, tenían hambre, sueño, frío y calor a pesar de sus cuerpos transparantes. Y, lo sorprendente, era que los fantasmas sentían, ¿quién se lo iba  a decir a ella?
Con su mano traslúcida acarició el rostro trasparente de su hija. Observó a sus animales, ellos no se estremecían cuando ella pasaba su helada mano por encima. A veces se preguntaba si era mejor ser un fantasma o si habría preferido ser hueso, ellos nunca tenían miedo. Ellas, al menos, aún mantenían sus rostros, el de ella con arrugas, ojos verdes, cabello entrecano y el de su hija listo, perfecto, ojos oscuros y cabello rubio. Eran hermosas en su estado, no solo huecos y cuencas vacías. 
Recordó el día en que todo cambió, una vez más por culpa de la estupidez humana, y lo que quedó tras ese desatre. El arma destruyó la mayor parte de las viviendas, los seres se dividieron en huesos, humanos y fantasmas. Los últimos huían de los huesos porque si los atrapaban les robaban su rostro y ellos se convertían en huesos también. Marga y ella se sentaron a cenar, Lúa colocó su cabeza en sus piernas transparentes llenándola de calor y un sentimiento de profundo amor por esa perra que había llegado a ella tres años atrás, antes de que todo lo malo ocurriera. Artos se subió en el regazo de Marga y los cuatro permanecieron en silencio. En algún lugar se oía una televisión a todo volumen, de un humano, seguramente. Los fantasmas como ellas no la encendían durante la noche, ni durante el día, necesitaban oír los huesos acercándose para poder ocultarse.
Cerró los ojos y pensó en el pasado, hacía mucho tiempo que no creía en los cuentos de hadas. Su hija ya tenía 17 años, a pesar de haberse quedado en los 15 y ella cincuenta. El mundo seguía avanzando y se preguntaba si alguna vez volvería a ser como antes. Echaba de menos a su marido y a su hijo, convertidos ahora en huesos, y se preguntaba si ellos también la extrañaban a ellas, quería pensar que sí.
La noche cayó, Lucía, Marga, Lúa y Artos se subieron en el viejo coche familiar y avanzaron en la noche hasta el próximo pueblo, preguntándose si en ese encontrarían la cura a su estado.
FIN

martes, 10 de julio de 2018

La hoja en blanco y la sonrisa de un extraño

La sonrisa de un extraño y la hoja en blanco.
Era una mañana tormentosa, el cielo estaba encapotado y las nubes amenazaban con descargar con furia y destrozar la poca paz mental que había logrado ese día. Lo cierto es que, desde que se había levantado, parecía que todo se hubiera puesto en su contra. El despertador sonó media hora más tarde, la cafetera de su casa se estropeó, perdió el bus que lo iba a llevar al trabajo, su ordenador decidió poner la pantalla en negro y su jefe optó por echarle la bronca por un fallo que ni siquiera era culpa suya. 
Uno de esos días en los que deseamos volver a la cama. Era creativo de publicidad y, para colmo de males, ese día se encontró con el problema de la hoja en blanco. No era algo que le ocurriera de forma habitual, su mente era incapaz de estar callada durante cinco minutos, constantemente proveyendo ideas, apuntando cosas. Muchas veces se despertaba en medio de la noche y empezaba a trabajar en la siguiente campaña. 
La hoja en blanco era para él un ente desconocido, por eso encontrársela delante de sus propias narices, en un día en el que estaba convencido que nada más malo le podría pasar, no fue algo bonito. Tuvo ganas de gritar, de llorar de pura frustración, pero se las apañó para seguir en su silla, trabajando contra esa hoja en blanco. Decía Picasso que esperaba que la inspiración lo encontrara trabajando y estaba decidido a hacer precisamente eso. 
Al mediodía, al contrario que los demás días, decidió ser un poco aventurero, no ir al bar de la esquina que siempre estaba atestado de los habituales, de compañeros de trabajo con los que se solía sentar, incluso aunque no tuvieran demasiados elementos en común. Había aprendido a poner una sonrisa falsa que lo acompañaba las veinticuatro horas al día. De hecho, estaba convencido de que todo el mundo a su alrededor tenía esa misma sonrisa de papel cuché que ocultaba su verdadero corazón, sus emociones, sin trampa, ni cartón. El mundo en el que se movía estaba lleno de esa falsedad, de esa mentira, de enemigos que se fingían amigos y al mismo tiempo estaban pensando la mejor manera de traicionarte, de robarte una campaña, un cliente...
Cuando firmó su primer contrato estuvo convencido que la publicidad era lo que siempre había soñado, pero al ver las envidias, la falsedad y la competitividad había decidido imitar a los demás. El idealista que había empezado la carrera, que había soñado con ese trabajo toda su vida se quedó atrás.
Caminó varias manzanas hasta llegar a un local, era pequeño, estaba en una calle poco habitada y, visto desde fuera, casi parecía una trampa mortal. Pero ese día había sido tan malo que optó por entrar. El interior era un espacio asombroso, lleno de luces, paredes con colores cálidos, sonrisas honestas en los clientes y también en los camareros. 
En la esquina vio a un anciano que llevaba el mapa de su vida en el rostro, arrugas surcaban sus ojos, su nariz y su boca. Sus miradas se cruzaron un instante y él se sintió mucho mejor. Le recordó a su abuelo, sentado en la vieja silla de su casa hablándole de sus aventuras como Marino Mercante, de los amores que había tenido, los lugares que había visitado y las culturas que había conocido. 
Se sentó en una mesa cercana al hombre y pensó lo curioso que resultaba que la sonrisa de un extraño le trajera tan buenos sentimientos, recuerdos que había olvidado que estaban allí.
Terminó de comer y regresó a su trabajo, en la oficina se sentó frente a su hoja en blanco, pero ésta ya no lo asustó porque el anciano le había hecho cambiar de perspectiva.
La vida, al final, era una aventura y se prometió a sí mismo vivirla al límite, sin preocuparse por las sonrisas de papel cuché.

FIN

Reconozco que como escritora a mí la hoja en blanco me da pavor, tengo miedo cada vez que se cruza en mi camino y nunca le dedico palabras amables. Cuando estaba escribiendo mi novela "El cazador y su aprendiz" (para la que todavía estoy buscando editor) sufrí una de las mayores crisis de hojas en blanco de la historia. Me quedé en la página treinta del libro, sabía lo qué quería decir, pero no cómo llegar hasta allí. Hicieron falta un par de años y un personaje, el asesino de las cadenas, para que la historia siguiera adelante. Yo nunca tuve esa sonrisa de un extraño que me diera esa sensación de invencibilidad, pero admito que hubiera estado bien tenerla.

jueves, 26 de abril de 2018

La Manada y la llamada justicia

Hace mucho tiempo que no escribo en el blog, me han faltado ganas, pero después de ver la información sobre la Manada no puedo más que escribir y expresar lo que siento. Para empezar debo decir que nunca he creído en los héroes de mentira como Spiderman, Ironman y todos estos. Siempre he creído en los héroes cotidianos del día a día, personas que luchan por lograr sus objetivos y sus metas. Como he dicho, nunca he creído en héroes de mentira, pero sí creía en la Justicia y me sentía segura. Por ciega que pudiera parecer, siempre he creído que la Justicia estaría del lado de las víctimas y no de los agresores. Sin embargo ahora ya no creo en ella, un mundo va mal si no puedes ni confiar en las personas que te deben proteger. ¿Cómo vamos a salir por la calle tranquilos si las personas que velan por nuestros intereses muestran tanta falta de respeto por nosotros?¿Cómo puede sentirse uno a salvo si ellos están en sus palacios de cristal y no son capaces de ver a la víctima como lo que es, una víctima?
Y la pregunta que me hago es si los Jueces juzgarían igual a la Manada si hubieran agredido a sus hijas, a sus mujeres, a sus hermanas, a sus sobrinas o a cualquier mujer de su entorno. Ahora, desde aquí, debo confesar que siento mucha compasión por la mujer, hija, madre o hermana que sea pariente de este trío de "bondadosos" jueces que no condenan a un grupo de hombres, entre los cuales hay un militar y un guardia civil, por haber violado a una mujer que, para empezar, no podía defenderse porque ella sólo era una y ellos 5, no soy muy buena en Matemáticas, pero me parece una cuenta clara. No puedo expresar toda la indignación que siento por la injusticia que ha sufrido la pobre víctima de la Manada. Una mujer que sólo quería divertirse, pasarselo bien en la fiesta y se encontró con un comité de verdugos. Porque no nos engañemos, se llaman la Manada, pero son unos verdugos.
 Yo, al contrario que esos tres jueces, sí soy capaz de ponerme en la piel de los demás e imagino cómo me sentiría si me hubieran violado cinco hombres y (porque sí, señores jueces, eso fue una violación en toda regla, no una agresión) después me hubieran abandonado desnuda y temblando de miedo en un portal. No sé si tendría capacidad para levantarme después de esa aberración, no sé si sería lo bastante fuerte para seguir con mi día a día. Honestamente ni siquiera sé si tendría el valor suficiente para denunciarlo porque además de soportar esa humillación, ser vejada hasta extremos insospechados, después me habría encontrado a un grupo de jueces desalamado que me volverían a humillar, me darían la espalda y permitirían que los verdugos se salieran con la suya. Voy más allá, uno de esos "santos varones" incluso pide la libre absolución. ¿La pediría Usted si la Manada en lugar de violar a una víctima inocente lo hubieran violado a Usted? Permítame que le diga lo que pienso, si llega a ser Usted el violado estoy convencida que llegaría hasta el Tribunal de Estrasburgo para evitar que estos desgraciados salgan de la cárcel, incluso puede que se planteara la posibilidad de meterlo con los demás presos y que éstos supieran lo que habían hecho. Todos sabemos que la cárcel tiene sus propias reglas y a tipos como la Manada se los meriendan con patatas. Porque, pueden Ustedes llamarse jueces si quieren, pero para mí lo que son es un grupo de desalmados, unos hombres que en lugar de impartir justicia imparten más castigo, haciendo penar a quien fue la víctima inocente de un grupo de verdugos que incluso tenía planeado hacer exactamente eso, violar a una mujer y dejarla tirda a la buena de Dios. Creo, además, que tenían el sistema muy estudiado y que ya lo habrían hecho bastantes más veces, eso no fue improvisación, eso fue planificado con anticipación y alevosía.
Yo no tengo un púlpito del que predicar, no me considero más lista  que los demás, pero siempre he creído que Jueces son quienes imparten justicia y en este caso no veo justicia por ningún lado, lo que veo es un atentado contra la libertad de las mujeres, una limitación a su propia vida porque, viendo cómo se las gasta la justicia, las mujeres tendrán dudas  hasta de salir de casa solas por miedo a lo que les pueda pasar y por carencia de credibilidad en nuestra justicia.
 Otra cosa que me pregunto es por qué nuestros jueces no pueden ser como la Jueza americana que obligó al entrenador de todas esas gimnastas americanas  a escucharlas y también me planteo si la decisión habría sido igual si fueran tres mujeres las que juzgasen a los violadores, porque yo los seguiré llamando violadores porque es lo que son, a  pesar de que ustedes, los llamados jueces, digan que  fue agresión.  Si sólo fue una agresión y ustedes vieron cómo la víctima disfrutaba, ofrezcanse a la Manada para que les hagan lo mismo, a ver si siguen pensando igual después. Para mí, condenar a unos violadores en masa a sólo 9 años de cárcel es una aberración, una manera de humillar una vez más a las mujeres, haciendo que nos sintamos pequeñas e indefensas. Es triste que, en pleno siglo XXI, las mujeres sigamos siendo víctimas del machismo, lo mismo que hace un siglo. Esperaba que, con cien años, al menos habríamos aprendido la lección de respetar a las mujeres. Porque yo no creo que la Manada le hubiera hecho lo mismo a un hombre, es más, no creo que se sintieran igual de machos si entre cinco hombres los sujetaran y los violaran, los desnudaran y después los dejaran tirados como una colilla. Habría que ver entonces lo machos que son.
Desde este pequeño blog literario, sólo me queda un último mensaje "Hermana, yo te creo".

martes, 13 de febrero de 2018

Una cuestión sobre igualdad de género

La verdad es que hace siglos que no escribo nada en el blog, lo cierto es que he estado trabajando en un proyecto y apenas he tenido tiempo para escribir o dar mi opinión sobre algunas cosas. Hoy quiero hablar sobre un tema que me preocupa bastante. Empezaré diciendo que últimamente estoy buscando información sobre las escritoras españolas que ha habido, debido a que recientemente he descubierto que muchas de ellas han sido ignoradas en mis múltiples clases de literatura en el colegio y la Universidad. Un hecho que, hasta ahora, ni siquiera había notado y no lo había notado porque nadie habla de ellas, han sido olvidadas y muchas han sido verdaderos hitos en la historia de la literatura, mujeres que han sido ignoradas. Mi reivindicación tiene que ver también con la última gala de los Goya en la que el mensaje era #mujeres, pidiendo una equiparación de oportunidades entre hombres y mujeres. Lo curioso es que navegando buscando información sobre por ejemplo, Sofía Casanova, descubrí que además de ser la primera corresponsal de guerra había sido nominada al Nobel en los años veinte. Un hito que, seamos honestos, alguien debería haber remarcado. Una mujer, nominada al Nobel de literatura en esos años es un fenómeno que no debería pasar desapercibido, pero pasa. Hablo de Sofía Casanova porque en Ferrol tenemos un instituto llamado Sofía Casanova, pero yo no supe quién era hasta que empecé mi carrera de Periodismo. Lo doloso del tema es que, encima, ella tenía familia ferrolana y en Ferrol no nos hablan de ella. Conozco a Concepción Arenal porque hasta hace unos años el Ateneo se llamaba Concepción Arenal y en el colegio nos hicieron hacer un trabajo sobre ella, pero nada más. Mi profesora de literatura del colegio me habló de Rosalía de Castro y de la Condesa Pardo Bazán, la primera porque es el mayor representante del Romanticismo en España junto Bécquer y la segunda por motivos que, honestamente, desconozco. Me habló de ellas, pero se olvidó mencionar a las mujeres de la Generación del 98 como Carolina Casado, tía de Gómez de la Serna, Gertrudis Gómez de Avellaneda, Regina de Lamo Jiménez, Carmen de Burgos y se olvidó también de Concha Espina nominada al Nobel entre los años 20 y 30 en más de una ocasión. Me habló de la Generación del 27, pero jamás mencionó a las Simsombrero con figuras como Rosa Chacel, Ernestina de Champourcín, María Zambrano y otras que no menciono en ambas generaciones. Me resulta inusitado que casi un siglo después de los años 20 del S.XX, la mujer siga teniendo que luchar por conseguir un nombre, por ser escuchada. Casi en los años 20 del S.XXI y la mujer todavía no se ha equiparado al hombre. Me resulta asombroso que podamos hablar de la igualdad de género cuando, es obvio, que en la literatura se han olvidado la mitad de los escritores de las épocas que estudiamos sólo porque eran mujeres. Nunca me he sentido demasiado cercana a los ingleses, pero debo admitir que al menos ellos reconocen a sus autoras y las laudean. Figuras como Jane Austen, Charlote Brönte o Mary Shelley son celebradas como lo que son, grandes autoras, en Inglaterra y, sin embargo, en España con dos mujeres nominadas al Nobel en los años 20, ni siquiera las mencionamos. Si queremos hablar de igualdad de género, tal vez, deberíamos empezar por el colegio. Con profesores de literatura hablando de todas las autoras que ha habido en este país, y no sólo de unas pocas. Todos debemos colaborar para que la igualdad de género y, la mejor manera de hacerlo, es no olvidando que también ha habido mujeres escritoras más allá de las más conocidas y quien habla de mujeres, también habla de pintoras, artistas, matemáticas, científicas... Es hora de cambiar las cosas o, sino, tal vez en los años 20 del S.XXII estaremos todavía reivindicando la igualdad de género.

lunes, 13 de noviembre de 2017

Relato homenaje a Tolkien



 Hoy un relato homenaje a Tolkien y su obra literaria.
Eldarinlaurea:

             Los hombres del Sur la coronaron reina. Vivía en un hermoso Palacio de Cristal tallado por los propios sureños.
            En la Segunda Edad ella los siguió por propia voluntad hasta su oscuro reino.
            Hasta ese momento había vivido entre los árboles, oculta a los de su especia y a los ojos de los hombres.
            Pero el Rey del Sur la había visto en una cacería y obligó a su pueblo a atraparla cual animal salvaje. Los hombres del Rey la atraparon, pero al verla hermosa rogaron que los siguiera por su propia voluntad porque no querían obligarla a ir con el Rey, pero si no lo hacía su Rey quemaría cuanto vivía.
            Y ella, porque era noble entre los suyos, los siguió.
            Todos los suyos la habían olvidado. Recordaban que una vez había habido una Alta Sindar, hermosa como una mañana de Primavera, dulce como la miel de las colmenas y más sólida que los cimientos de la Tierra.
            Muchos habían olvidado su nombre, Sillaureawen había sido en otros tiempos, pero también ella lo había olvidado. Recordaba vagamente haber amado a un elfo, pero no recordaba su nombre.
            A su llegada al Reino del Sur la habían llamado “Eldarinlaurea” y ella tomó ese nombre. Se compusieron canciones sobre su hermosura y su nobleza. Todos los malvados sureños habían caído presos del amor y la veneración de la Doncella y se escribieron coplas e historia sobre cómo el Rey la había visto un día de cacería.
            La habían coronado Reina, pero ella no aceptó a nadie por esposo. Su alma lloraba en la soledad de la noche y las antiguas canciones se hacían cada vez más imperiosas.
            “Al mar he de marchar,
            Allí reconoceré a los míos y con ellos viviré.
            Al mar he de partir
            O mi vida se perderá.
            No marchéis sin mí,
            Con vosotros ha de partir
            Eldarinlaurea,
            La última elfa de la Tierra Media”.
Y después de cantar se acostaba en la cama de plumas y soñaba inquieta con gaviotas que reclamaban su alma.
            Y el brillo de sus ojos se fue apagando y su rostro ya no era dorado.
            Y un día, el último de los sureños que quedaban en la Tierra Media, que había firmado la paz con Ellesar decidió que era tiempo de dejarla ir.
            Dos edades habían disfrutado de ella los de su pueblo y su alma se estaba apagando y ellos no querían que su hermosa Doncella muriera.
            Y se fue.
            Era un día de Abril de la Cuarta Edad, cuando Eldarinlaurea dejó a los sureños.
            Caminó nuevamente por los bosques y oyó la melodía del viento, largo tiempo olvidada.
            El murmullo del agua cristalina hizo que recobrara la luz de su mirada. Y llegó al Gran Río.
            - Lo seguiré y me llevará a los Puertos que dan al Mar, después de tantos años.
            “A Elbereth! A Githoniel!
            La Tierra Media dejaré.
            A Elbereth! A Githoniel!
            Al oeste, al Oeste.
            El mar aguarda mi llegada.
            A Elbereth! A Githoniel!
            Libre vuelve a caminar
            Eldarinlaurea!”

La Doncella caminaba a un ritmo suave y musical. Escuchó el ruido del mar y el murmullo de las gaviotas a lo lejos. Y todo cuanto la rodeaba empezó a llamarla.
            “A Elbereth” A Githoniel”
            Regresó Eldarinlaurea
            A Elbereth! A Githoniel”
Canturreaba feliz y su voz sonó antigua y firme. Y el río cantó con furia.
Un ent viejo se aproximó a la Doncella y la cogió en brazos. Acarició el rostro dorado y sintó ganas de llorar. Largo tiempo había pasado desde que ella se dejó llevar por los sureños y la había extrañado.
            - Fangorn. Mi más fiel amigo.
            - Bienvenida de nuevo, Laurearan.
            - No me quedaré, viejo amigo. Parto al mar, después de Cuatro Edades en este  mundo el mar reclama que regrese.
            - Muchos han partido ya, sólo queda una colonia en Ithilien.
            - No puedo esperarlos, amigo.
            - Lo sé, pero al menos ve a descansar al Río donde te solías bañar y te llevaré alimento Ent.
            Largo va a ser tu camino y tu paso ha de ser venturoso.
            - De acuerdo, viejo amigo.
Haré caso de tu recomendación, pues eres antiguo y sabio.
            Allí te espero.
Y la Doncella llegó al río.  Y mojó sus fatigados pies en el arroyo.
            “A Elbereth! A Githoniel!
            Al mar regresaré.
            A Elbereth! A Githoniel!
            Con los míos volveré.
            A Elbereth! A Githoniel!
            Y recordaré mi estirpe.
            Y mi lengua recordaré.
            Más allá del Mar hasta mi nombre recordaré.
Canturreaba y bailaba en el arroyo. Oía la voz de la brisa marina y el cielo le mecía los cabellos.
            Su voz se elevaba por encima de los ruidos del viento y el agua. Y sonaba antigua y poderosa.
            Un elfo caminaba por Fangorn acompañado por un enano de las montañas.
            Su rey había muerto y el mar esperaba por ellos. Un séquito de elfos los seguía, en silencio.
            Y la voz del viento les llevó un canto de los suyos. Una voz antigua y dulce, que había estado silenciada en el Reino del Sur.
            Y sus corazones gritaron y latieron con fuerza.
            Legolas, Hojaverde, miró a los suyos y ordenó que aguardaran.
            - Yo iré a buscarla.
            - Puede ser una trampa.- Aconsejaron los suyos y el enano.
            - Aún así he de ir, pues creo que mi destino espera con esa voz.  
Partid a los Puertos aún sin mí.
            - Yo iré contigo...
            - No, amigo Gimli, esta vez no me puedes acompañar.
            - Pero...
            - Adiós a todos.
            -Vaya con cuidado Majestad y que la Gracia de Elbereth Githoniel os acompañe en vuestro camino.
            - Gracias y hasta pronto, esperemos.

Legolas, Hojaverde, se separó de sus amigos y caminó por el bosque hasta que llegó al Gran Río.
            Contempló a la Doncella. Tenía el largo trenzado, dorado como el trigo. Una túnica digna de reyes adornaba el cuerpo frágil y el sonido de su voz era similar al del agua cristalina del arroyo.
            Por un instante, Legolas Hojaverde, sintió que el mundo se había detenido y su corazón latió acelerado.
            - Buenos días, Doncella.
¿Qué hacéis aquí sola? ¿Acaso no sabéis que los vuestros han atravesado el mar?
            - Si bien no todos. – Respondió ella, sin girarse para mirar el rostro de quien le hablaba. – Pues vos sois uno de los míos.
            Majestuoso y firme, con una voz antigua, aunque no tanto como la mía.
            - ¿Cómo podéis saberlo sin mirarme?
            - Eldarinlaurea se giró y lo observó. Era un Alto Sindar, de facciones hermosas y limpias. Una edad menor que ella, calculó. Su rostro era firme y hermoso. Los ojos grises la observaban con desconfianza y admiración.
            Y sintió que su alma desfallecía. Por un momento recordó a su raza y el Príncipe llevó a su memoria fragmentos olvidados de su pasado. Amó a un elfo, que quiso a otra y por eso vagó por los bosques, oculta a las miradas de todos.
            Y después habló.
            - Reconozco el timbre de voz de los míos. Y también su olor... Y veo que vos sois un sindar.
            Soy más antigua que vos y nada temo. Viví muchos años en un castillo de cristal, encerrada. Cautiva y presa. Echando de menos caminar bajo el sol.
            Al fin me liberaron y puedo regresar al mar, con los míos. Eso me llena de felicidad...
            No voy a aguardar a nadie, pues marcho ya. Ahora sólo os pediría que me dijeseis quién sois vos y por qué vuestro camino os ha traído a Fangorn.

            Antes de ser capturada ningún elfo pisaba esta tierra. “Maldita” decían “Maldita y oscura está la Tierra del Bosque de Fangorn”.
            - He pisado antes Fangorn.
Y soy amigo de su señor.
            ¿Vuestro acceso está aquí permitido?
            - Sin duda lo está.
Fangorn es un amigo muy querido para mí y largos años fue mi única compañía.
            -¿Quién sois?
            - No recuerdo mi nombre.
Dos Edades permanecí lejos de los míos y no sé quién soy o cuál es mi estirpe.
En el Sur me llamaban Eldarinlaurea, y para Fangorn yo soy Laurearan.
            - Y sin embargo me habéis reconocido como Sindar.
            - Es más simple recordar las cosas que afectan a personas ajenas antes que las propias.
            Conozco las razas y sabría identificar a un sindar de un noldor, y a un silvano que a un habitante de Rivendel.
            Puedo diferenciar los olores, los colores de las ropas y sé reconocer a un Alto Elfo, como sois vos.
            Quizás un Príncipe o puede que un Rey.
            Desconozco mi estirpe. Si soy Alta Elfa o Elfa sin más.
            Sin embargo recuerdo que sabía tejer y escribir en Quenya y Noldor. Que durante un tiempo habité en un hermoso Reino, del cuál yo era Reina y que me enamoré.
            Conozco las lenguas de los numeronanos y de los Rohirrin. Entiendo a los Norteños y también a los Gondorianos.
            Y recuerdo que sabía curar a los enfermos y que era una gran curandera de mi gente.
            Pero no puedo saber cómo curaba a los heridos y tampoco porque tenía tantos conocimientos de las cosas.
            Estuve largo tiempo encerrada en el castillo de Cristal que construyeron los sureños, me sentía como un mirlo perseguido por un halcón.
            - ¿Sois enemiga del Rey Eledarian?
            - No soy enemiga de nadie. Sólo quiero partir lejos, y sentir otra vez ... – La Dama sintió un fuerte dolor en el cuerpo y cayó desfallecida.
            La hermosa cabellera rubia se revolvió en el agua y su bello rostro palideció, los grandes ojos grises se cerraron.
            Legolas tomó en brazos a la Doncella y la dejó en el suelo.
            - Si es una trampa de los sureños pagaré caras las consecuencias de haberme apiadado de un enemigo...
            Pero... su belleza lejana me recuerda las historias que se contaban en mi Tierra sobre la Dama Desaparecida cuando era muy joven.
            - Legolas observó el bello rostro y lo enjuagó con agua. Después le dio a oler la perfumada hoja de Reyes y néctar de fruta del árbol blanco de Gondor.
            Partió un trozo de lemba y se la dio a comer despacio, para que no se atragantara.
            La miró en silencio y, sin saber cómo, imaginó su vida. Alejada de los suyos, atrapada en un Castillo de Cristal a manos de los malvados sureños. Maltratada y mal alimentada.
            Y pensó que si era una trampa para él, merecía la pena morir si ella se salvaba de su prisión de cristal.
            En la lejanía se oía un canto, pero Legolas Hojaverde no lo escuchaba.
            - Brumbarum...
La Elfa del Bosque de Fangorn,
Misteriosa y Rubia.
Con cabellos trenzados...
            Brumbarum.
Compañera de Fangorn... – La voz se fue acercando y Fangorn encontró a la Doncella en brazos de Legolas Hojaverde.
            Y porque era sabio y antiguo, Fangorn vio que él la amaba. De un modo que no había amado antes y que la alegría había vuelto a su rostro después de la perdida de Ellessar y, supo también, que había recuperado la esperanza.
            Pensó en Legolas la primera vez que lo vio. Hastiado de todo y angustiado por la Terrible Guerra y después, cuando Ellessar subió al trono, feliz, pero con el alma inquieta porque el mar lo había llamado.
            Y supo que lo único que retenía a Legolas, Hojaverde, era el amor que sentía por Ellessar y que, una vez que él partiera a reunirse con los Reyes Antiguos, Legolas haría su último viaje, más allá del mar a Eldamar.
            - Brumbarum... amigo Hojaverde. – Saludó él.
Legolas oyó una voz, pero le sonó extraña porque había ido a un mundo en el que lo único importante era la Doncella. Y elevó el rostro dispuesto a morir por la libertad de Eldarinlaurea.
            Miró a su alrededor y encontró la barba de su amigo Fangorn y sus ojos profundos y antiguos. Y respiró tranquilo.
            - Fangorn...
La encontré merodeando por el arroyo y... yo no sé el motivo, pero se desmayó.
            - Está débil, muy débil.
Ha pasado dos Edades oculta al sol y a las estrellas...
            La raptaron hace mucho, mucho tiempo...
O... brumbarun... debería decir que se dejó llevar... Vivía conmigo... en mi bosque... yo la cuidé... dos Edades...
            - ¿Dos Edades?
            - Sí... Fue una Alta Elfa... hermosa y buena... Pura... Pero le rompieron... el corazón... y se exilió...
            Vino a mi Reino... todos decían que mi Tierra... estaba maldita...
 - ¿Qué más? ¡No te detengas Fangorn!
- No te precipites... Hojaverde...
- Lo siento, amigo.
Sólo me intriga su historia.
- La rechazó... aquel que ella amó... y decidió no dejarse ver más... por hombres o elfos...
Todos la amaban... pero él... la rechazó.
-¿Quién?
- No lo sé... Laurearan se cuidó de no decir mucho...
Conocía su dolor... y paseábamos juntos...
- ¿Se llama Laurearan?
- En verdad tenía otro nombre, digno de ella. Pero nunca lo dijo...
            “Maldito, amigo...
            Nadie recordará mi nombre hasta que decida si quiero volver”
- ¿Por qué la raptaron los sureños?
- El Rey... amó su belleza... – Fangorn miró a la lejanía, como recordando una vieja historia. – Y pidió que la atrapara como si fuera un Mukrar cualquiera...
            Pero sus caballeros... los del Rey... le dejaron decidir, y ella, grande entre los suyos los siguió a su prisión y condena... Pues el Rey había jurado... quemar cuanto vivía si no la tenía a ella... Pues tal era su locura y enamoramiento...
            Se despidió de mí... Lloraba y cantaba siempre una hermosa canción... sobre Melian y, según ella me dijo... la gente de su pueblo.
            - ¡Sindar! – Exclamó Legolas sorprendido. – Es de mí familia, entonces...
            La Doncella se movió inquieta en las rodillas de Legolas y comenzó a llorar.
            - El Gran Bosque... Oscuridad... Debéis protegerlo y yo iré con vos.
¡No! ¡No!... Necesito la luz del sol, no a través de un cristal...
            De acuerdo, me quedaré... Pero no hiráis a mi amado... – Eldarinlaurea se incorporó de golpe y miró a su alrededor.
            Respiró tranquila al darse cuenta de que todo había sido una pesadilla. Y vio de nuevo el bello rostro de uno de los suyos y la larga barba de Fangorn.
            - Soy libre. – Sonrió. – Su sonrisa era pura y dulce. – Lo había olvidado.
Al fin puedo volver...
            Retornaré a Eldamar, mi hogar más allá del mar.
            Fangorn, amigo querido... – Observó el rostro anciano y lo besó. – Cuida de mi Reino...
            - ¿Vuestro Reino?
            - Lo he recordado, tenía un Reino Hermoso... Mi Reino era tu Bosque, viejo amigo.
            - Sí, lo era señora mía.
            - No debo demorarme...
            “Al mar, al mar...
            Mi camino lleva a la Tierra de los Eldar...
            Allí recordaré mi nombre...
            Allí recordaré mi estirpe...
            Y seré feliz,
            Feliz al fin”.
            - Mi señora. – La interrumpió Fangorn y le tendió dos tazas llenas de un líquido. – Bebed mi bebida y os dará fuerzas para continuar.
            - Mi sabio Fangorn... Gracias. – Eldarinlaurea tomó los cuencos y los vació. Después observó el rostro anciano y acarició la larga barba. – Vuestro Bosque siempre permanecerá verde.
            Los males de los hombres jamás llegarán aquí. – Y una nube gris recubrió el Bosque de Fangorn. – A partir de ahora esta será la tierra de Avalón. – La Doncella mojó los pies por última vez en el Río y besó a Fangorn. Comenzó a caminar río abajo.
            - Esperadme, Doncella. – Legolas le tendióel brazo. – También yo regreso a Eldamar.
            - Sed mi compañero entonces.
            - Los míos ya habrán partido, no nos aguardan. Así pues caminaremos despacio para que no os canséis.
            - Gracias, caballero...
            - Legolas, de Ithilien.
            - Un placer, conocerlo.
            - Contadme vuestra historia.
            - Es larga y triste y no recuerdo el principio.
Contadme vos la vuestra y caminemos juntos. – La Doncella y Legolas caminaron varios días por los bosques de Fangorn, ahora conocidos por Avalón, y llegaron finalmente a los Puertos Grises.
            En la orilla un enano de las Montañas observaba el mar, triste y taciturno.
            - ¿Qué hacéis aún aquí, Gimli, hijo de Gloin?
            - Esperaros, señor Elfo.
Si vos no partís a Eldamar, yo no iré tampoco. – Y Gimli se giró para abrazar a Legolas y lo vio acompañado de una bella elfa.
            Le pareció más antigua que Galadriel, y hermosa como una mañana de Primavera. Tenía el largo cabello dorado y una corona de cristal y rubíes sobre su cabeza. Una larga túnica de terciopelo azul y al mirar su rostro le pareció cincelado en cristal. Firme y blando, joven y viejo, alegre y triste. Sus ojos hablaban de Edades de dolor y amargura.
            Y Gimli, el enano, cayó de rodillas ante ella. Y le habló en si idioma, y la comparó con Mitril y esmeraldas. Y se sintió pequeño y humilde. No la amó como a la Doncella de Lothlórien, pero se perdió en su mirada.
            Y Eldarinlaurea le sonrió al hijo de Gloin y le respondió en su lengua y lo llamó héroe, pues Legolas le había contado su valor en la batalla.
            Y lo besó en la frente. Y Gimli, Señor de las Cavernas Centelleantes, juró que no era hermosa, pues esa palabra le pertenecía a la Dama de Lothlorien, pero la llamó bella y juró que ninguna otra cosa sería bella para él, salvo su mirada.
            Los tres embarcaron y navegaron días y días. Un día vieron a lo lejos el Horizonte de la Tierras Imperecederas y sus almas se alegraron.
            En la Orilla de Eldamar un grupo de elfos estaba tirando al agua un arco y una flecha. Y un gran señor, lloraba la muerte de su hijo.
            A lo lejos vieron una embarcación. Y sus lágrimas se borraron y se llenó de júbilo y felicidad.
            Una comitiva de elfos, un Istari y tres Hobbits de la Comarca, que acompañaban al Rey, vitorearon el nombre de Legolas y Gimli.
            Y Legolas bajó del barco, y Gimli lo siguió.
            Un último pasajero salió de la barcaza y se quitó la capucha de tercipelo azul que cubría su rostro. Y de nuevo su rostro fue dorado, como sus cabellos, y sus ojos, sin brillo, brillaron de nuevo y se volvieron de un azul puro como el océano.
            Y, Thranduil la vio y enmudeció.
            - Sillaureawen. – La llamó. – La Hermosa Doncella Dorada no está muerta. – Y ella reconoció la voz y el rostro. Y la pesadumbre empañó su mirada. Lágrimas doradas asomaron a sus mejillas, y recordó el Quenya.
            - Yo soné contigo, Noble Thranduil.
            Partí y he vuelto. Yo me perdí...
            - Aiya, Sillaureawen. (Saludos)  – La saludó la Dama Galadriel. –Hermosa entre los nuestros.
            - Altariel!  - La Doncella miró a la Dama de Lorien y a su lado encontró el bello rostro de Celebron. Al ver el hermoso rostro y el cabello plateado, Eldarinlaurea corrió hacia él y lo abrazó con fuerza.
            - Oselle. (Hermana). – Dijo él. Y al estar juntos los demás vieron su parecido. Y supieron que eran hermanos y que se querían.
            Y Legolas, Hojaverde, adivinó que su Doncella extraviada había amado a su padre y el rechazó de él. Y que ella huyó al bosque de Fangorn para alejarse de su dolor.
            Y sintió que su alma se quebraba.
            - (Lágrimas doradas por mí. Nainie. (Lo lamento) – Habló Thranduil, y ella lo observó. Y vio a su hermano. Y a Gandalf y los tres Hobbits.
            Recordando la historia que le había contado Legolas, la Dama corrió hacia los hobbits.
            Abrazó a Sam, que se sintió pequeño a su lado y se sonrojó. Su belleza lo enmudeció. Y Bilbo sonrió y también calló, pues nada tan hermoso había contemplado en su vida, en sus viajes, ni tan siquiera en esa hermosa tierra. Y Frodo le habló en quenya. Y la llamó hermosa y compuso unos versos sobre ella. Pero todo cuanto hacía le parecía insuficiente, pues nada hacía justicia a la bella Sillaureawen. Y también se sonrojó.
            Y Elrond la abrazó. Y Ellrohir y Elladan le declararon su amor.
            Y Gandalf la abrazó como a una vieja amiga. Y la recordó,  y se reprochó haber olvidado la hermosura de Sillaureawen. Y sintió amargamente no haber sabido de su prisión de cristal.
            Y ella recordó quién era. Y supo que era grande entre los suyos. Una Alta Elfa Sindar y Reina de una colonia que había partido mucho tiempo atrás a Tierras Imperecederas.
            Y recordó que ella se había quedado por Thranduil y que él la rechazó.
            Buscó a Legolas, pero había desaparecido. Y se sintió vacía, pues ahora sabía que era el verdadero amor y el amor verdadero era Legolas de Ithilien.
            Y pensó que él tampoco la amaba. Quiso llorar, pero no pudo.
            - Thranduil... – Lo miró y le sonrió. – Namarie... Adiós. Yo te amé y tú heriste mi corazón.
            Ya no quiero tu corazón, tenéis mi bendición. En Fangorn encontré el verdadero amor.
            - Thranduil la observó y se sintió traicionado por haber perdido el amor de esa bella Doncella. Miró a su alrededor y Gimli estaba al lado de la Doncella, tendiéndole el brazo. –¿Tu amor es un enano, tu elección es un enano¿Los hijos de Elrond?.
            - Lala, Thranduil. (No Thranduil). – Respondió la Dama de Lorien. Y el Heredero del Bosque Verde.
            - Haryon Tarevenya!. – Llamó Thranduil. – Ven con tu padre.
            - Sinome, Inye Atar. (Aquí estoy, padre mío)  – De entre los Bosques surgió la figura de Legolas Hojaverde. Coronado y vestido como el Príncipe que era, y abrazó a su padre.
            Sillaureawen lo miró y su alma fue vencida. El dolor le traspasó el corazón y cayó al suelo.
            Su hermano la cogió y abrazó. El dolor se reflejó en su rostro, al observar el cuerpo caído de su hermana y ver el bello rostro dorado pálido.
            Y las lágrimas asomaron a su mejilla. Y Legolas, Hojaverde, oyó el ruído del cuerpo de Sillaureawen al caer y sonó como una piedra.
            Y sus pasos lo llevaron hacia ella. Y su hermoso rostro estaba blanco y sintió su cuerpo frío.
            La miró y acarició su mejilla. Y abrazó el cuerpo inerte.
            - Existe vida en ella, Legolas. – Le habló la Dama de Lothlorien. –Tú tienes su sanación. La flecha que atravesó tu corazón, atravesó su corazón.
            Legolas tomó el cuerpo de Sillaureawen.
Y Celebron herido de muerte por un dolor que no conocía límites arrojó su corona de plata y el orgulloso Thranduil también arrojó la suya.
            Todos los presentes lloraron angustiados al ver el hermoso rostro si vida, y los hobbits sintieron una punzada mayor de dolor que cuando habían atacado su Comarca.
            Sólo la Dama Galadriel permaneció en pie, con una sonrisa en sus labios.
            Y Legolas besó la frente de Sillaureawen.
            - Sillaureawen... – La llamó. -Regresad, regresad. Yo escuché vuestra voz y supe que seríais mi destino.
            Abrid vuestros ojos o yo apagaré los míos. Despertad, despertad, mi amada, mi amor. – Y el Príncipe del Bosqueverde besó los labios de Eldarinlaurea.
            - Legolas. – Susurró ella, mientras despertaba poco a poco. – Legolas... Legolas, añoro vuestro corazón, mi amado, mi amor.
            - Te entrego mi corazón.
            - Yo te entrego el mío. – Y los dos se besaron.
Y el bello rostro de Eldarinlaurea recuperó su luz dorada, y sus ojos azules resplandecieron como las estrellas.
            Y los demás los contemplaron satisfechos y celebraron su amor. Se hicieron un juramento de amor eterno, que aún perdura, pues allá, en Eldamar las Edades Nunca Terminan. Son Oiale (Eternas).
FIN


Hace algún tiempo escribía bastante fanfiction, o lo que es lo mismo, tomaba personajes prestados de mis novelas favoritas y les escribía una historia. En realidad era un juego para mí cambiar algunas cosas que no me gustaban en mis novelas, sin alterar para nada la historia principal, sino añadiendo detalles por aquí y por allá propios. Soy una gran admiradora de Tolkien y, por eso, es uno de los autores cuyos personajes he tomado prestados más veces. Mi favorito siempre ha sido Eowyn de la Marca, seguida muy de cerca por Legolas y con el tiempo decidí crearle una elfa a Legolas, un interés romántico que robase su corazón. Admito que escribí varias historias con varias elfas diferentes para él y hoy voy a publicar en el blog una de mis favoritas:  “Eldarinlaurea” que en una traducción bastante libre quiere decir elfa dorada. No es necesario decir que ninguno de los personajes usados en esta historia me pertenece más allá de mi Eldarinlaurea, todos los demás son del maravilloso Tolkien. He aquí un pequeño homenaje a mi personaje favorito y, sí, he usado alguna palabra en elfico. Lo habitual, aquellas que no implican un gran conocimiento de quenya porque, admitámoslo, me gusta coger cosas prestadas de mi autor literario favorito.

Nos vemos en el próximo Tejedora e Hilandera de sueños. Si sois seguidores de Tolkien y os gusta este pequeño relato homenaje os animo a publicarlo en vuestras redes sociales.  

La Noche

El cielo se oscureció, el alma que vagaba por la casa permaneció en silencio viendo como el sol se apagaba. Mucho tiempo atrás los habitant...