lunes, 18 de febrero de 2019

La Noche

El cielo se oscureció, el alma que vagaba por la casa permaneció en silencio viendo como el sol se apagaba. Mucho tiempo atrás los habitantes de esa vieja casa abandonada habían sido felices, habían amado, sentido y, sobre todo, habían vivido hasta que unos ladrones entraron y mataron a toda la familia, primero al mayor, después a la madre, al padre y por último a la adolescente. Todos habían cruzado al otro lado, salvo ella.Los años habían pasado sin que se diera cuenta. El hogar estaba vacío, la casa abandonada y la ausencia se percibía en cada esquina, en cada viejo armario lleno de polillas y en cada mota de polvo que cubría superficies que tiempo atrás habían sido pulidas con cariño y destreza. Esa noche alguien se atrevió a cruzar el umbral, siempre lo hacían, invitados por la extraña calma de la vieja mansión abandonada, se colaban  con la esperanza de hallar el tesoro del que todos habían oído hablar en algún momento de su vida, mas no existía. En noches de luna llena, como esa, ella volvían a revivir el ataque, el asesinato y sufría, una vez más, el dolor de la muerte. Su alma no descansaba en paz, por ello deambulaba por los pasillos, anhelando cruzar al otro lado para reunirse con sus padres y su hermano, deseaba atravesar el velo entre un mundo y el otro. En treinta años no lo había logrado, algo la retenía en el sitio, quizás el dolor de su muerte prematura o tal vez tenía alguna misión que cumplir. Ese día fue a la vieja habitación que había tenido cuando aún vivía, sus muñecas seguían en el baúl de los juguetes, los frascos de su colonia favorita encerrados en el armario y un pequeño anillo de una promesa hecha mucho tiempo atrás a su mejor amigo. Se sentó en el viejo colchón apolillado, cerró los ojos y, por un instante, se imaginó que todavía estaba viva. Se encogió sobre sí misma y cantó una vieja nana. Estaba tan centrada que no fue consciente del hombre que había entrado en la habitación. Al contrario que los habituales peinaba canas, tenía los ojos de un inescrutable color verde y ligeras arrugas marcando su rostro. La observó cuando permanecía con los ojos cerrados. Estaba como la recordaba y sintió su ausencia como una daga que había ido atravesando su corazón con el paso de los años. No la había podido olvidar, sus confidencias, su sonrisa, la ternura con la que le hablaba y esa extraña capacidad para hacerlo sentir mejor consigo misma. 
-Mar-la llamó y el fantasma levantó su rostro para encontrarse con un rostro que había conocido tan bien como el suyo propio. Los años habían caído sobre él, pero seguía teniendo un ojo negro y uno azul, pequeñas arrugas surcaban su rostro y su cabello tenía canas. Sin embargo nunca lo había podido olvidar, su mejor amigo, con él había compartido confidencias, había sido su primer amor. Lo observó y sonrió.
-Leo, no esperaba volver a verte y sin embargo, aquí estás. Tan vibrante como siempre.
-He venido a ayudarte, Mar. 
-No puedes hacerlo, estoy muerta, llevo muerta treinta años, vagando como un fantasma, incapaz de cruzar al otro lado para reunirme con los míos. 
-Te he traído esto-Leo le mostró un pequeño espejo y el fantasma se vio reflejado. Su cabello había encanecido, tenía pequeñas arrugas surcando su rostro y sintió calor por primera vez en mucho tiempo. El espejo se iluminó  y después se rompió en mil pedazos. Uno de ellos golpeó el rostro de Mar y la sangre manó de él, Leo la acarició con ternura y la besó.
-He regresado hace poco, me he dedicado a recorrer el mundo para salvarte, un viejo hechicero me ofreció ese espejo y me aseguró que cumpliría el deseo más profundo de mi corazón. Hace mucho tiempo nos prometimos cuidar uno del otro y he venido para cumplir mi promesa.
Te he echado terriblemente de menos, pero sabía que volverías. Te he esperado, es hora de que te reunas conmigo, podremos envejecer juntos como nos prometimos aquella soleada tarde de abril.-Leo le ofreció el anillo que había estado hasta unos minutos atrás sobre la mesa, lo colocó sobre su dedo y ella sonrió.
Por primera vez en treinta años comprendió por qué todavía seguía en ese mundo, tenía una promesa que cumplir.
FIN
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sábado, 2 de febrero de 2019

Un breve relato de un amor que termina

Se dieron un último beso. Uno que sabía a recuerdos pasados, a noches en casa viendo la televisión, a mañanas haciendo el amor despreocupadamente, a caricias mientras se cocinaba, a suspiros, a promesas hechas con el corazón henchido de felicidad y el alma flotando en el pecho. Se alejó y la observó mientras cerraba la puerta, un único golpe y todos esos años, toda esa historia de amor concluía. Se prometieron que había sido de mutuo acuerdo, pero fue una decisión de ella. Por casualidades de la vida y el maldito destino encontró a alguien a quien amaba más, con quien compartía más cosas y a quien entendía mejor. Su corazón se resquebrajó, observó el hogar que antes había sido ocupado por dos personas y que ahora se había quedado vacío, como si una tormenta hubiera arrasado todo a su paso. Caminó hacia la cocina y ya no estaba su taza preferida, en el dormitorio ya no había ropa interior colgada en la puerta del armario y en el baño no quedaba rastro del maquillaje y los productos caros. En el salón se mantenía en pie la televisión en una pequeña mesa comprada recientemente porque el mueble grande pertenecía a su abuela y se lo había llevado con ella. Contempló su casa en silencio y suspiró. Recordó que, mucho tiempo atrás, había sido una persona que gozaba de la libertad y sin menor interés en comprometerse hasta que conoció a esa mujer que cambió su vida. No se permitió llorar, se había prometido que no lo haría porque quería su felicidad, incluso aunque fuera lejos y con otro nuevo amor. Fue hacia el salón, puso la televisión y se dejó llevar a los recuerdos del pasado. Cerró los ojos y se dejó caer sobre el sofá, se tumbó, colocó sobre él la manta y se dio cuenta que todavía olía a su perfume, se envolvió en ella y se permitió dormir profundamente. Un sonido lo despertó, caminó hacia la puerta y se encontró con sus amigos, habían acudido en masa para darle consuelo, para llenar los huecos vacíos que había en su corazón. Les cedió el paso, permitió que el alcohol llenase sus venas y se permitió olvidarse por un instante. La fiesta se alargó, al día siguiente se despertó y empezó a hacer las maletas, no tenía sentido seguir viviendo en una casa que había sido un hogar cuando ya no tenía razones para llamarlo de esa manera. Los pocos amigos que despertaron sin resaca lo ayudaron a empacar, cogió su taza favorita, la ropa, la televisión, todas las cosas que había ido acumulando con el paso de los años. Con la ayuda de sus amigos metió la mayoría en un almacén hasta que encontrara un nuevo piso para llenar con sus cosas. El último día en la casa observó todo a su alrededor, no quedaban muebles, ni objetos personales en el lugar. Lo único que permanecía era el viejo sofá y la manta con su perfume. Los dejó detrás, debía aprender a caminar solo de nuevo.
FIN

lunes, 21 de enero de 2019

Tras bastante tiempo vuelvo a escribir en el blog. Esta vez publico una pequeña historia de terror que empecé a escribir el otro día, esperando a ver si se convierte en mi primera novela del género. Desde la última vez que escribí en este blog, debo decir, que he sido finalista del premio literario XXX Torrente Ballester de Narrativa en Lengua Castellana y me siento orgullosa de mi trabajo en la novela que presenté. Dicho lo cual, ahí va lo que tengo.
HUESOS Y FANTASMAS

El sonido de los huesos pisando el pavimento logró que se estremeciera. El mundo la estaba alcanzando, el murmullo de los muertos era su única compañía y ya nada podría evitar su propio fin. Todo había empezado una mañana de otoño, en su pequeña ciudad. Había sido la primera en caer y, desde esa mañana, seguía corriendo. Tratando de adelantarse a los muertos, huyendo de ellos y de la nada que dejaban detrás. Durante su juventud había visto películas de terror y e había reído de ellas, en su ignorancia se creyó que el último día nunca llegaría. En esos filmes siempre aparecían zombies que querían comer a los vivos y seres humanos capaces de derrotarlos, pero en su mundo, la realidad era que los muertos ganaban terreno y los demás lo perdían. Era imposible luchar contra los huesos y la oscuridad.
Anduvo el trecho hasta la casa del lago, el primer lugar donde había amado y donde había perdido lo más valioso. En el interior se refugiaba su hija adolescente, solo ellas dos se mantenían en pie, viendo como la muerte lo devoraba todo a su paso. Primero se tragó a su marido y a su hijo, después al resto de sus vecinos. Ellas se mantenían de pie a duras penas, viendo como los demás se marchitaban, salvo los animales que ganaba cada vez más terreno. De algún modo habían sobrevivido a la hecatombe y no solo las cucarachas. 
Vio la luz encendida y caminó hacia el porche, su perra y su gato la recibieron. Ellos todavía eran cariñosos, las reconocían y las protegían cuando los huesos acechaban por la noche. El mundo, la nada oscura, parecía cada vez más grande y ellas cada vez más pequeñas. Abrió la puerta, se aeguró que los huesos habían quedado atrás y sonrió a sus animales. Lúa y Artos la recibieron y ella rebuscó en la bolsa su comida y la sirvió en sus comederos. Después caminó hacia la cocina donde Marga terminaba de calentar las sobras del día anterior. Su hija sonrió, se abrazaron en silencio y suspiraron por estar en ese estado de no muerte, ni vida, un día más. Los huesos no comían y ellas salían a los supermercados a comprar comida. Llevaban huyendo dos años, los cuatro juntos. Salían por la noche, se movían de pueblo en pueblo buscando supervivientes o entes como ellas. A veces los había, pero los vivos no abandonaban sus casas y los otros decidían no seguirlas en su largo peregrinaje. Se sentían eguros en sus casas, aunque apenas pudieran ya considerarse como tal. Pensaban que las paredes los protegían de los huesos y se aferraban a ellas con uñas y dientes. No sabían despedirse, dejar atrás su pasado y empezar un futuro incierto sin saber exactamente en qué se habían covertido con la hecatombe. Los fantasmas no eran huesos, no eran zombies y tampoco estaban vivos exactamente. Respiraban, comían, tenían hambre, sueño, frío y calor a pesar de sus cuerpos transparantes. Y, lo sorprendente, era que los fantasmas sentían, ¿quién se lo iba  a decir a ella?
Con su mano traslúcida acarició el rostro trasparente de su hija. Observó a sus animales, ellos no se estremecían cuando ella pasaba su helada mano por encima. A veces se preguntaba si era mejor ser un fantasma o si habría preferido ser hueso, ellos nunca tenían miedo. Ellas, al menos, aún mantenían sus rostros, el de ella con arrugas, ojos verdes, cabello entrecano y el de su hija listo, perfecto, ojos oscuros y cabello rubio. Eran hermosas en su estado, no solo huecos y cuencas vacías. 
Recordó el día en que todo cambió, una vez más por culpa de la estupidez humana, y lo que quedó tras ese desatre. El arma destruyó la mayor parte de las viviendas, los seres se dividieron en huesos, humanos y fantasmas. Los últimos huían de los huesos porque si los atrapaban les robaban su rostro y ellos se convertían en huesos también. Marga y ella se sentaron a cenar, Lúa colocó su cabeza en sus piernas transparentes llenándola de calor y un sentimiento de profundo amor por esa perra que había llegado a ella tres años atrás, antes de que todo lo malo ocurriera. Artos se subió en el regazo de Marga y los cuatro permanecieron en silencio. En algún lugar se oía una televisión a todo volumen, de un humano, seguramente. Los fantasmas como ellas no la encendían durante la noche, ni durante el día, necesitaban oír los huesos acercándose para poder ocultarse.
Cerró los ojos y pensó en el pasado, hacía mucho tiempo que no creía en los cuentos de hadas. Su hija ya tenía 17 años, a pesar de haberse quedado en los 15 y ella cincuenta. El mundo seguía avanzando y se preguntaba si alguna vez volvería a ser como antes. Echaba de menos a su marido y a su hijo, convertidos ahora en huesos, y se preguntaba si ellos también la extrañaban a ellas, quería pensar que sí.
La noche cayó, Lucía, Marga, Lúa y Artos se subieron en el viejo coche familiar y avanzaron en la noche hasta el próximo pueblo, preguntándose si en ese encontrarían la cura a su estado.
FIN

La Noche

El cielo se oscureció, el alma que vagaba por la casa permaneció en silencio viendo como el sol se apagaba. Mucho tiempo atrás los habitant...