domingo, 10 de febrero de 2013

Publico el tercer capítulo de "La decisión v2". Seguimos viendo la vida de Daniela después de tomar la decisión de cambiar su vida.

Capítulo 3
Después de ir a visitar a Miguel comí y me dirigí al Hospital. Entré en la sala de los médicos, me puse mi bata y después caminé hacia Urgencias. Al entrar todos mis compañeros me saludaron, sentí por un momento que pertenecía a ese lugar y no pude evitar sonreír. Mi jefe caminó hacia a mí y me tendió una taza de café.
- ¿Qué tal la mañana, princesa?
- Muy bien, Darío. – Contesté. - ¿Cómo está Mónica?
- Feliz, está de cinco meses y ya no tiene ganas de vomitar a todas horas.
- Me alegro por ella. – Bebí un sorbo de café. - ¿Cómo lo llevas tú?
- Estoy nervioso. – Me confesó. – Me pregunto si seré un buen padre, si mi profesión me permitirá dedicarle tiempo al bebé, si Mónica tendrá depresión post parto…
- Serás un gran padre, le dedicarás tiempo al bebé y contigo a su lado no creo a Mónica capaz de tener una depresión post parto, aparte de que ayuda su excelente carácter.
- Vaya, eres capaz de decir cosas sensatas con la peor resaca de la historia de la humanidad…
- Bueno, a veces. – Sonreí a Darío. – Vamos, Doctor Pardo, no me mires con tanta severidad.
- Te estás destruyendo con el ritmo de vida que llevas. – Me repitió, por milésima vez,  desde que nos conocimos en su mesa de operaciones.
- Voy a cambiar.
- Sí, eso dices siempre. – Darío me colocó una mano reconfortante en el hombro. – Vamos, hay trabajo.
- Miré a Darío, mi pecho se encogió un poco. Me ocurría siempre, una parte de mí siempre lo amaría, no lo podía evitar. Él me había devuelto la vida cuando nadie daba un duro por mí. Me había salvado, había colocado mis vísceras en su sitio, se había pasado horas y horas con mi cuerpo maltrecho en su mesa de operaciones hasta que volví a la vida y yo nunca tendría ocasión de devolverle todo lo que hizo por mí, nunca tendría la oportunidad de demostrarle lo agradecida que me sentía.
Él me salvó, en más de un sentido.
Lo seguí hasta la sala principal de urgencias, una vez allí, nos separamos.
Mi turno ese día se me hizo corto. Había muchas cosas en mi cabeza, pero no tuve demasiado tiempo para pensar en ellas pues atendí a muchos pacientes y, mientras los curaba o trataba de salvarles la vida, mi mente permanecía centrada sólo en lo que debía hacer.
Al terminar recogí mis cosas y me marché a casa, no llegué a despedirme de Darío pues estaba demasiado agotada mentalmente para enfrentarme a él.
Al entrar en mi piso me sorprendió la limpieza y la inexistencia de botellas de alcohol dispersas por todas partes. Caminé hacia mi dormitorio, vestida me tumbé sobre la cama y me quedé profundamente dormida.
Me desperté con un fuerte dolor de cabeza, había soñado con Miguel toda la noche, aunque no fueron pesadillas en esta ocasión. Soñé con los tiempos felices, antes de todo lo malo, cuando éramos una joven pareja feliz y despreocupada. Con una sonrisa caminé hacia la cocina. A veces me resultaba imposible recordar que, antes de sufrir su primer brote psicótico, habíamos sido muy felices.


Él había sido mi primera vez, mi primer amor, mi primer beso, mi primera caricia, el primer hombre que me había hecho sentir especial. Esos momentos los atesoraba en el fondo de mi corazón, pero no solía pensar en ellos pues siempre me llevaban al inevitable día en que entró en mi casa con un cuchillo de carnicero y, poseído por la ira, me lo clavó. 
Pensé en mi madre, si ella no llega más temprano ese día, yo sería pasto de los gusanos.
Cogí el teléfono y la llamé.
- Hola mamá. – La saludé. - ¿Puedes venir por casa hoy? Me gustaría hablar contigo.
- Claro, cariño. Iré después del trabajo. – Contestó. - ¿Estás bien, Dany?
- No lo sé, mamá. – Respondí honestamente. – Te veo luego.
- Una vez colgado el teléfono me dirigí hacia mi despacho. Cogí el portátil y empecé a escribir una lista de nombres en la pantalla. Personas a las cuales debía ver  a quienes les debía una disculpa o las gracias. Durante trece años no me había preocupado por ellas, estaba metida en mi propia burbuja y no veía nada alrededor.
Después de terminar la lista, me dirigí a la cocina, preparé mi plato preferido y, por una vez, no lo acompañé con una cerveza o una botella de vino. Comí con calma, pensando en Miguel, en mi existencia, en Darío, en cómo la vida me había llevado por vericuetos imposibles. Recogí los platos, después caminé hacia el salón y encendí la televisión. Como  mi turno en el hospital había sido larguísimo esa noche no debía ir.
Me quedé dormida sin darme cuenta, sólo desperté al oír el timbre de mi casa. Abrí los ojos un poco desorientada, la televisión aún estaba encendida. La apagué y caminé hacia la puerta.
- Hola cariño.
- Hola mamá. – Dije y la abracé intensamente.- Gracias por venir.
- Traje tarta de la abuela.
- ¿Cómo sabías que la íbamos a necesitar?
- Contigo, Daniela, siempre he tenido un sexto sentido.
- Lo sé. – Mi madre y yo caminamos hacia la cocina y nos sentamos.
- Mamá he decidido cambiar mi vida.
- ¿Cómo lo harás, Dany?
- Hoy no he bebido nada. – Le expliqué.
- Es un comienzo. – Dijo, después me miró con sus ojos fijamente. - ¿Estás embarazada? – Preguntó, más resignada que preocupada.
- ¡No!
- Cariño, contigo nunca se sabe.
- He estado un poco perdida, lo admito.
- ¿Sólo un poco?
- Tienes razón, me encerré en una torre de cristal y no he permitido a nadie cruzar la puerta, pero ahora es diferente, voy a superarlo.
- Eso espero, hija mía. 
- Ayer fui a ver a Miguel al hospital.
- ¿Qué hiciste? ¿Cómo se te ocurrió esa idea? ¡En qué coño estabas pensando, Daniela!
- En superarlo.
- No comprendo por qué razón irías a ver a ese loco, casi te mata. ¿Qué hubiera sido de ti si no llego a tiempo?
- Estaría criando malvas. – Respondí.
- ¡No bromees sobre algo tan serio, Daniela!
- No lo puedo evitar, piénsalo, suena ridículo. Mi novio me clavó un cuchillo de carnicero, pero lo tremendo del asunto es que ni siquiera intenté apartarme, no lo empujé una vez sentí el filo en mi clavícula, me quedé quieta esperando el final de mi vida.
Al principio no quise luchar, pensé… no sé qué pensé. Me creía Julieta, muriendo por su Romeo, ¡qué idiota fui!
Cuando me di cuenta de la estupidez de mis actos traté de separarme de él, pero había perdido mucha sangre, estaba débil y la vida se escapaba de mis manos. Entonces apareciste tú, mamá, como un ángel del infierno. Recuerdo tu grito, la forma en la cual empujaste a Miguel contra la pared, luchaste con él, le arrebataste el cuchillo y entonces vinieron los vecinos. Entre todos lo sujetaron mientras tú me cogías en brazos, sentí cómo me acariciabas, estabas llorando y deseé vivir.
La verdad nunca pensé, hasta hoy, cómo debiste sentirte.
Dime mamá, ¿cómo te sentiste? – Pregunté, después me arrodillé frente a ella y coloqué mi cabeza en sus piernas para que me acariciara el pelo. Era un acto instintivo, desde pequeña lograba transmitirme calma y serenidad.
- Como si me hubieran arrancado el corazón de cuajo sin anestesia. – Mi madre sollozó. – Mi pequeña hija estaba muriendo, su vida se estaba escapando de mis manos y yo no era capaz de salvarla.
Fue un infierno, cariño, un puto infierno.
- Lo siento mamá, de verdad y gracias, muchas gracias mamá. Tú me salvaste la vida, conseguiste mantener la calma cuando todo mi mundo se estaba evaporando. Recuerdo la sensación de tus brazos, me aferraban a la vida, me sujetaban con fuerza. Tú no me permitiste rendirme, estuviste a mi lado y nunca tendré vida suficiente para agradecértelo.
- Una madre hace cualquier cosa por sus hijos, Dany.
- Hace un par de noches tuve el sueño más raro de mi vida, después la peor borrachera de la historia de la humanidad y, de algún modo, me di cuenta de las cosas a las que había estado ciega todos estos años.
Casi me muero, pero ese hecho no solo me afectó a mí, sino también a todas las personas que me rodeaban: a ti, a Diana y a papá
He sido egoísta, he estado metida en mi propio pequeño mundo y he ignorado lo que había a mi alrededor. He coqueteado con la muerte todos los días desde hace trece años. Yo lo sé, tú lo sabes, hasta Darío lo sabe y ahora, por fin, he decidido dejar de jugar con ella.
- Hasta hace unas horas habría considerado este discurso una más de tus falsas promesas, ahora no lo veo así, podrás superarlo. – Mi madre besó mi pelo. - ¿Qué te sentiste al verlo?
- Sigue siendo tan guapo como siempre, ni ese lugar ha podido arrebatarle su cara de ángel, pero ya no tengo miedo de que vuelva a por mí.
En el fondo, sé que es injusto, me da lástima.
- Yo no puedo perdonarle y no me da pena ninguna, Daniela. – Mi madre me observó fijamente con sus ojos negros. – Si no llegan a venir los vecinos te aseguro que ahora Miguel estaría muerto y enterrado. Le habría clavado el cuchillo con el cual te atacó en el corazón, deseaba hacerlo, ¿sabes?
Él casi me roba a mi pequeña.
Lo odio profundamente, lo detesto. Cada vez que veo a su madre me enfurezco, me dan ganas de gritarle, de reclamarle tu vida porque, hasta ahora mismo, tú no eras tú, sino otra cosa.
- Siento haberos preocupado, mamá. – Me incorporé y la abracé fuertemente. – Perdóname, no quería decepcionarte.
- Tú nunca me has decepcionado, Dany.
- Admite que en estos últimos trece años he estado bastante perdida.
- Es cierto.
- Y que el último ha sido el peor, con mucha diferencia, de mi vida.
- Lo sé, pero vas a salir adelante.
- Yo también lo creo, no sé, tal vez estoy madurando por fin.
- Bueno, con treinta años, iba siendo hora. – Bromeó mi madre. – Hija, ahora me vendría que ni pintado un buen trozo de la tarta de tu abuela.
- A mí también. – Contesté.
Cogí un cuchillo y nos serví dos buenos pedazos a cada una.- También voy a tener la charla con papá y Diana. – Le expliqué. – Ellos merecen una explicación, con el resto de la familia prefiero que hables tú, ¿lo harás?
- Sí, cielo.- Mi madre me sonrió. – Tu abuela me va a decir “ya te lo dije”.- Mi madre se encogió de hombros. – Ella siempre ha dicho que sólo necesitabas tiempo para recuperarte de lo de Miguel y tenía razón.
- Ella siempre la tiene.
- Tiene esa fea costumbre, ¿verdad? – Bromeó y me dedicó su mejor sonrisa.
 Mi madre y yo nos comimos nuestro trozo de tarta, después corté otros dos pedazos y estuvimos hablando hasta bien entrada la noche, cuando se fue me dio un beso en la frente.
- Cariño, iba siendo hora de que limpiaras tu casa, parecía un vertedero.
- Lo sé, cuando volví del hospital me costó reconocerla.- Acompañé a mi madre a la puerta, nos despedimos con un último abrazo.

domingo, 3 de febrero de 2013

Hoy publico el segundo capítulo de esta versión de "La decisión". En esta, Daniela toma una decisión que va a cambiar su vida.
Capítulo 2
A primera hora de la mañana el edificio se veía tenebroso, recortado en la parte más alta de una montaña. Era el único en la zona, a su alrededor sólo un bosque oscuro y un pequeño riachuelo. Un gran cartel anunciaba “Lugar de recuperación Río Azul”, pero la realidad difería de ese letrero. El edificio albergaba un Hospital Psiquiátrico dónde la mayor parte de sus habitantes eran enfermos mentales, incapaces de vivir sin tratamiento.
La decisión de ir hasta ese lugar no había sido fácil de tomar. Tras esos muros se encontraba mi ex, quien me había obligado a pasar por mi vida como un fantasma y me había impedido avanzar. Llevaba trece años sin verlo, pero si quería recuperar mi existencia debía enfrentarme a él o seguiría asustada, bebiendo cantidades ingentes de alcohol, acostándome con desconocidos y caminando por la senda de la destrucción.
Cogí aire, conté hasta veinte y me encaminé hacia la entrada. Un guardia de seguridad me cogió el carnet de identidad, me registró de arriba abajo y me preguntó el motivo de mi visita.
- Vengo a ver a un conocido. – Le expliqué. – Miguel Abril.
- Miguel, ¿eh?
Lleva una semana bastante calmado, adelante.
- Gracias. – Caminé hacia el interior del edificio, en la entrada una enfermera rubia me interceptó.
- Buenos días, ¿motivo de su visita?
- Miguel Abril.
- Querida, esa es la persona a la cual vienes a visitar, lo que yo te preguntó es el motivo.
- Enfrentarme a mis demonios imagino. – Dije y acaricié la parte superior de mi cicatriz, perfectamente visible con la camiseta de cuello de pico que llevaba.
-  ¿Seguro que no vas a quedarte una temporada? – Indagó la enfermera al verla.
- No  me la hice yo, me la hizo él.
-  Entonces eres Daniela, ¿por qué has venido?
No creo que le haga bien verte y a ti, desde luego, tampoco parece que te vaya a servir de mucho.
- Voy a matar a todos mis demonios, llevo trece años malviviendo y estoy decidida a cambiar mi destino. A usted tal vez le parezca una idiotez, pero no puedo seguir huyendo de mi pasado, debo enfrentarme a él y superarlo.
- Lo sé, querida, pero… ¿venir aquí?
- Dígame su habitación, por favor, antes de que desfallezca mi valor y salga corriendo por esa puerta.
- Tercera planta, habitación trescientos cinco.
- Gracias.
- ¿Quieres que te acompañe?
- No. Debo hacer esto yo sola.
            - Al entrar en el ascensor mis piernas desfallecieron, una parte de mí misma me instaba a salir huyendo, a evitar ese encuentro y seguir cómo estaba. La otra me recordaba el extraño sueño, lo que significaba y la razón por la cual estaba allí. Cuando a puerta se abrió mi corazón latió apresurado. Me obligué a dar un paso tras otro hasta llegar a la trescientos cinco. Allí mi valor estuvo, una vez más, a punto de traicionarme, sin embargo golpeé la puerta.
            - Adelante. – Me invitó su voz desde el interior y mi corazón saltó en el pecho al escucharlo. Lo había amado tanto, tanto, que le había permitido clavarme un cuchillo de carnicero.
            Abrí la puerta. Él me miró y lo amé una milésima de segundo, hasta que la cicatriz me picó.
            - Miguel.
            - Eres la última persona que esperaba ver aquí, Daniela.
            - Lo sé.
            - ¿Por qué has venido?
            - No lo sé. – Me acerqué a él y me arrodillé frente a su hermoso rostro. – Sigues siendo el hombre más guapo que he visto en mi vida, Miguel. Ni siquiera este lugar ha podido robarte tu cara de ángel.
            - Mi cara de ángel casi acaba contigo. – Me dijo fríamente, después con sus dedos acarició mi cicatriz, haciendo que mis piernas temblaran con su roce.- Esto te lo hice yo.
            - Sí, fuiste tú.
            - Te amo tanto… que duele. – Susurró.- ¿Por qué me obligas a verte, Daniela?
            - Solías llamarme Dany.
            - Solía amarte y casi te mato.
            - Estabas enfermo, Miguel, tú no tienes la culpa.
            - Eso dicen mis médicos, pero no cambia el hecho de que las voces me obligaron a clavarte un cuchillo desde la clavícula al apéndice.
            - He evitado verte durante trece años, trataba de fingir que nada había ocurrido, pero esta cicatriz tiene la puñetera costumbre de recordarme todos los días el pasado.
            - ¿Para qué has venido, Dany?
            - Al principio no lo sabía, ahora sí, he venido a perdonarte.
            - No deberías perdonarme, soy un monstruo.
            - Estás enfermo, Miguel y no eras consciente de lo qué hacías.
Soy médico, ¿sabes?
            - ¿Médico?
            - Mi doctor, Darío Pardo,  me trajo de nuevo a la vida, yo me sentí en deuda con él y estudie Medicina. Por eso sé los motivos por los cuales me atacaste ese día. No eras tú, las conexiones de tu cerebro no estaban bien, fue tu primer brote de Esquizofrenia. Ahora, con la medicación, puedes controlar los síntomas.
            No voy a engañarte, una parte de mí nunca podrá perdonarte, me hiciste daño y no fue tanto el dolor físico como el psicológico. Te amaba, tanto que te permití clavarme ese cuchillo. Me creí Julieta, tenía diecisiete años y bastantes pájaros en la cabeza, pensé… no sé lo que pensé en realidad, pero ¿sabes? Tras trece años he vuelto a verte, las piernas me temblaron, recordé cómo me sentía al ser amada por ti y por ese instante he decidido perdonarte.
            No voy a volver nunca, no quiero saber nada de ti nunca más. Sólo he venido para enfrentarme a mis fantasmas del pasado y superarlos.
Durante cinco años tenía pesadillas atroces, en ellas tú terminabas lo que empezaste. Fui a psiquiatras, a psicólogos, me mediqué muchísimo y me aferré a mis libros de Medicina para no pensar en ti, en lo que me hiciste. 
Darío tardó muchísimas horas en salvarme la vida, pero sobreviví.
- Sé lo que te hice.
- Sí, pero no entiendes cómo me sentí yo.

Me rompiste el corazón y eso fue lo que más me dolió, no he sido capaz de amar a nadie más, no confío en las personas y al único hombre que he amado, aparte de ti, nunca me atreví a confesarle mis sentimientos. Lo veo todos los días y sé que es feliz con su mujer, pero una parte de mí siempre se preguntará si podría haber sido distinto.
            Te perdí a ti, me perdí a mí y lo perdí a él.
            - Lo siento.
            - Lo sé, Miguel. Te he dicho que vine a perdonarte porque sólo de esa manera podré seguir adelante.
            - Puedes decirme quién es, me gustaría saberlo.
            - No.
            - ¿Serías feliz con él?
            - Ni siquiera me lo he planteado seriamente… es… complicado. Es hora de que me vaya, me da miedo estar más rato aquí. – Reconocí. – Adiós, Miguel.
            - Adiós, Daniela.
            - Me alejé de Miguel, le dediqué una última mirada antes de abandonar la habitación y cerrar la puerta. En el exterior caminé varios pasos hasta que, finalmente, me senté en el suelo frente al ascensor. El terror me consumió: reviví el momento, el dolor, la soledad…
            Sentí una reconfortante mano en mi espalda, levanté la cabeza y me encontré con la enfermera que me había recibido.
            - Ya te lo advertí, no era una buena idea.
            - Lo sé, pero me siento mejor.
            - Me he dado cuenta, tú ya estabas preparada para cerrar esa parte de tu pasado.
            - ¿Por qué lo supo?
            - Llevo trabajando aquí veinte años y tengo experiencia. Ven, vamos a mi despacho.
            - Pensé que usted era una enfermera.
            - Lo sé, sígueme. – La mujer me condujo a un despacho situado en la última habitación de la tercera planta. Entré en él y me ofreció un té. – Me llamo Macarena Domínguez, soy la doctora de esta planta.
            - Gracias por todo, doctora Domínguez.
            - Es mi trabajo y, de vez en cuando, es agradable ver a una persona afrontar sus traumas.
            - ¿Supo quién era yo?
            - Él tiene una foto tuya escondida en el último cajón de su mesilla, cuando Gerardo me dijo que tenía una visita joven se me ocurrió que debías ser tú y no me equivoqué.    
            - ¿Por eso vino a recibirme?
            -  Debía asegurarme de que estabas preparada para ese encuentro.
Él si lo estaba, llevaba trece años esperándolo.
            - ¿Por qué no me lo dijo desde el principio?
            - Te habrías asustado.
            - En realidad ya lo estaba, me costó mucho entrar en su habitación.
            - Lo imagino.
Dime Daniela, ¿cómo te sientes ahora?
            - Aliviada, he sido capaz de enfrentarme a mi fantasma.  Lo cual resulta irónico, pues durante trece años ni los psiquiatras, ni los psicólogos, me ayudaron a superarlo.
            - Para avanzar debes enfrentarte a tus miedos, es la única opción.
            - ¿Cómo estará él?
            - ¿Él?
Mejor, necesitaba tu perdón.
- No voy a volver, cerré mi pasado y no tengo intención de abrir la caja de los truenos nunca más.
- Lo comprendo.
- Sólo… cuídelo, en realidad me da un poco de lástima. Si no me hubiera conocido tal vez no le habría dado el brote y…
- Lo habría hecho de una u otra manera, necesita tratamiento y no es culpa tuya.
- Lo sé, pero lamento haber sido yo la responsable de su primer ataque.
- No fuiste tú, sino él.
- Conscientemente lo sé, pero en mi interior siempre me sentiré un poco responsable.
- Eso también lo comprendo.
- Debo marcharme. – Me incorporé de la silla y le dediqué una sonrisa. – Gracias por estar ahí cuando perdí los papeles y por el té.
- Ha sido un placer, Daniela.
- Adiós. – Me despedí, salí de la puerta, caminé hacia el ascensor y una media sonrisa se dibujó en mi rostro al pensar en el trabajo.


La Noche

El cielo se oscureció, el alma que vagaba por la casa permaneció en silencio viendo como el sol se apagaba. Mucho tiempo atrás los habitant...