Capítulo 3
Después
de ir a visitar a Miguel comí y me dirigí al Hospital. Entré en la sala de los
médicos, me puse mi bata y después caminé hacia Urgencias. Al entrar todos mis
compañeros me saludaron, sentí por un momento que pertenecía a ese lugar y no
pude evitar sonreír. Mi jefe caminó hacia a mí y me tendió una taza de café.
-
¿Qué tal la mañana, princesa?
-
Muy bien, Darío. – Contesté. - ¿Cómo está Mónica?
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Feliz, está de cinco meses y ya no tiene ganas de vomitar a todas horas.
-
Me alegro por ella. – Bebí un sorbo de café. - ¿Cómo lo llevas tú?
-
Estoy nervioso. – Me confesó. – Me pregunto si seré un buen padre, si mi
profesión me permitirá dedicarle tiempo al bebé, si Mónica tendrá depresión
post parto…
-
Serás un gran padre, le dedicarás tiempo al bebé y contigo a su lado no creo a
Mónica capaz de tener una depresión post parto, aparte de que ayuda su
excelente carácter.
-
Vaya, eres capaz de decir cosas sensatas con la peor resaca de la historia de
la humanidad…
-
Bueno, a veces. – Sonreí a Darío. – Vamos, Doctor Pardo, no me mires con tanta
severidad.
-
Te estás destruyendo con el ritmo de vida que llevas. – Me repitió, por milésima
vez, desde que nos conocimos en su mesa
de operaciones.
-
Voy a cambiar.
-
Sí, eso dices siempre. – Darío me colocó una mano reconfortante en el hombro. –
Vamos, hay trabajo.
-
Miré a Darío, mi pecho se encogió un poco. Me ocurría siempre, una parte de mí
siempre lo amaría, no lo podía evitar. Él me había devuelto la vida cuando
nadie daba un duro por mí. Me había salvado, había colocado mis vísceras en su
sitio, se había pasado horas y horas con mi cuerpo maltrecho en su mesa de
operaciones hasta que volví a la vida y yo nunca tendría ocasión de devolverle
todo lo que hizo por mí, nunca tendría la oportunidad de demostrarle lo
agradecida que me sentía.
Él
me salvó, en más de un sentido.
Lo
seguí hasta la sala principal de urgencias, una vez allí, nos separamos.
Mi
turno ese día se me hizo corto. Había muchas cosas en mi cabeza, pero no tuve
demasiado tiempo para pensar en ellas pues atendí a muchos pacientes y,
mientras los curaba o trataba de salvarles la vida, mi mente permanecía
centrada sólo en lo que debía hacer.
Al
terminar recogí mis cosas y me marché a casa, no llegué a despedirme de Darío
pues estaba demasiado agotada mentalmente para enfrentarme a él.
Al
entrar en mi piso me sorprendió la limpieza y la inexistencia de botellas de
alcohol dispersas por todas partes. Caminé hacia mi dormitorio, vestida me
tumbé sobre la cama y me quedé profundamente dormida.
Me
desperté con un fuerte dolor de cabeza, había soñado con Miguel toda la noche,
aunque no fueron pesadillas en esta ocasión. Soñé con los tiempos felices,
antes de todo lo malo, cuando éramos una joven pareja feliz y despreocupada.
Con una sonrisa caminé hacia la cocina. A veces me resultaba imposible recordar
que, antes de sufrir su primer brote psicótico, habíamos sido muy felices.
Él
había sido mi primera vez, mi primer amor, mi primer beso, mi primera caricia,
el primer hombre que me había hecho sentir especial. Esos momentos los
atesoraba en el fondo de mi corazón, pero no solía pensar en ellos pues siempre
me llevaban al inevitable día en que entró en mi casa con un cuchillo de
carnicero y, poseído por la ira, me lo clavó.
Pensé
en mi madre, si ella no llega más temprano ese día, yo sería pasto de los
gusanos.
Cogí
el teléfono y la llamé.
-
Hola mamá. – La saludé. - ¿Puedes venir por casa hoy? Me gustaría hablar
contigo.
-
Claro, cariño. Iré después del trabajo. – Contestó. - ¿Estás bien, Dany?
-
No lo sé, mamá. – Respondí honestamente. – Te veo luego.
-
Una vez colgado el teléfono me dirigí hacia mi despacho. Cogí el portátil y
empecé a escribir una lista de nombres en la pantalla. Personas a las cuales
debía ver a quienes les debía una
disculpa o las gracias. Durante trece años no me había preocupado por ellas,
estaba metida en mi propia burbuja y no veía nada alrededor.
Después
de terminar la lista, me dirigí a la cocina, preparé mi plato preferido y, por
una vez, no lo acompañé con una cerveza o una botella de vino. Comí con calma,
pensando en Miguel, en mi existencia, en Darío, en cómo la vida me había
llevado por vericuetos imposibles. Recogí los platos, después caminé hacia el
salón y encendí la televisión. Como mi
turno en el hospital había sido larguísimo esa noche no debía ir.
Me
quedé dormida sin darme cuenta, sólo desperté al oír el timbre de mi casa. Abrí
los ojos un poco desorientada, la televisión aún estaba encendida. La apagué y
caminé hacia la puerta.
-
Hola cariño.
-
Hola mamá. – Dije y la abracé intensamente.- Gracias por venir.
-
Traje tarta de la abuela.
-
¿Cómo sabías que la íbamos a necesitar?
-
Contigo, Daniela, siempre he tenido un sexto sentido.
-
Lo sé. – Mi madre y yo caminamos hacia la cocina y nos sentamos.
-
Mamá he decidido cambiar mi vida.
-
¿Cómo lo harás, Dany?
-
Hoy no he bebido nada. – Le expliqué.
-
Es un comienzo. – Dijo, después me miró con sus ojos fijamente. - ¿Estás
embarazada? – Preguntó, más resignada que preocupada.
-
¡No!
-
Cariño, contigo nunca se sabe.
-
He estado un poco perdida, lo admito.
-
¿Sólo un poco?
-
Tienes razón, me encerré en una torre de cristal y no he permitido a nadie
cruzar la puerta, pero ahora es diferente, voy a superarlo.
-
Eso espero, hija mía.
-
Ayer fui a ver a Miguel al hospital.
-
¿Qué hiciste? ¿Cómo se te ocurrió esa idea? ¡En qué coño estabas pensando,
Daniela!
-
En superarlo.
-
No comprendo por qué razón irías a ver a ese loco, casi te mata. ¿Qué hubiera
sido de ti si no llego a tiempo?
-
Estaría criando malvas. – Respondí.
-
¡No bromees sobre algo tan serio, Daniela!
-
No lo puedo evitar, piénsalo, suena ridículo. Mi novio me clavó un cuchillo de
carnicero, pero lo tremendo del asunto es que ni siquiera intenté apartarme, no
lo empujé una vez sentí el filo en mi clavícula, me quedé quieta esperando el
final de mi vida.
Al
principio no quise luchar, pensé… no sé qué pensé. Me creía Julieta, muriendo
por su Romeo, ¡qué idiota fui!
Cuando
me di cuenta de la estupidez de mis actos traté de separarme de él, pero había
perdido mucha sangre, estaba débil y la vida se escapaba de mis manos. Entonces
apareciste tú, mamá, como un ángel del infierno. Recuerdo tu grito, la forma en
la cual empujaste a Miguel contra la pared, luchaste con él, le arrebataste el
cuchillo y entonces vinieron los vecinos. Entre todos lo sujetaron mientras tú
me cogías en brazos, sentí cómo me acariciabas, estabas llorando y deseé vivir.
La
verdad nunca pensé, hasta hoy, cómo debiste sentirte.
Dime
mamá, ¿cómo te sentiste? – Pregunté, después me arrodillé frente a ella y
coloqué mi cabeza en sus piernas para que me acariciara el pelo. Era un acto
instintivo, desde pequeña lograba transmitirme calma y serenidad.
-
Como si me hubieran arrancado el corazón de cuajo sin anestesia. – Mi madre sollozó.
– Mi pequeña hija estaba muriendo, su vida se estaba escapando de mis manos y
yo no era capaz de salvarla.
Fue
un infierno, cariño, un puto infierno.
-
Lo siento mamá, de verdad y gracias, muchas gracias mamá. Tú me salvaste la
vida, conseguiste mantener la calma cuando todo mi mundo se estaba evaporando.
Recuerdo la sensación de tus brazos, me aferraban a la vida, me sujetaban con
fuerza. Tú no me permitiste rendirme, estuviste a mi lado y nunca tendré vida
suficiente para agradecértelo.
-
Una madre hace cualquier cosa por sus hijos, Dany.
-
Hace un par de noches tuve el sueño más raro de mi vida, después la peor
borrachera de la historia de la humanidad y, de algún modo, me di cuenta de las
cosas a las que había estado ciega todos estos años.
Casi
me muero, pero ese hecho no solo me afectó a mí, sino también a todas las
personas que me rodeaban: a ti, a Diana y a papá
He
sido egoísta, he estado metida en mi propio pequeño mundo y he ignorado lo que
había a mi alrededor. He coqueteado con la muerte todos los días desde hace
trece años. Yo lo sé, tú lo sabes, hasta Darío lo sabe y ahora, por fin, he
decidido dejar de jugar con ella.
-
Hasta hace unas horas habría considerado este discurso una más de tus falsas
promesas, ahora no lo veo así, podrás superarlo. – Mi madre besó mi pelo. -
¿Qué te sentiste al verlo?
-
Sigue siendo tan guapo como siempre, ni ese lugar ha podido arrebatarle su cara
de ángel, pero ya no tengo miedo de que vuelva a por mí.
En
el fondo, sé que es injusto, me da lástima.
-
Yo no puedo perdonarle y no me da pena ninguna, Daniela. – Mi madre me observó
fijamente con sus ojos negros. – Si no llegan a venir los vecinos te aseguro
que ahora Miguel estaría muerto y enterrado. Le habría clavado el cuchillo con
el cual te atacó en el corazón, deseaba hacerlo, ¿sabes?
Él
casi me roba a mi pequeña.
Lo
odio profundamente, lo detesto. Cada vez que veo a su madre me enfurezco, me
dan ganas de gritarle, de reclamarle tu vida porque, hasta ahora mismo, tú no
eras tú, sino otra cosa.
-
Siento haberos preocupado, mamá. – Me incorporé y la abracé fuertemente. –
Perdóname, no quería decepcionarte.
-
Tú nunca me has decepcionado, Dany.
-
Admite que en estos últimos trece años he estado bastante perdida.
-
Es cierto.
-
Y que el último ha sido el peor, con mucha diferencia, de mi vida.
-
Lo sé, pero vas a salir adelante.
-
Yo también lo creo, no sé, tal vez estoy madurando por fin.
-
Bueno, con treinta años, iba siendo hora. – Bromeó mi madre. – Hija, ahora me
vendría que ni pintado un buen trozo de la tarta de tu abuela.
-
A mí también. – Contesté.
Cogí
un cuchillo y nos serví dos buenos pedazos a cada una.- También voy a tener la
charla con papá y Diana. – Le expliqué. – Ellos merecen una explicación, con el
resto de la familia prefiero que hables tú, ¿lo harás?
-
Sí, cielo.- Mi madre me sonrió. – Tu abuela me va a decir “ya te lo dije”.- Mi
madre se encogió de hombros. – Ella siempre ha dicho que sólo necesitabas
tiempo para recuperarte de lo de Miguel y tenía razón.
-
Ella siempre la tiene.
-
Tiene esa fea costumbre, ¿verdad? – Bromeó y me dedicó su mejor sonrisa.
Mi madre y yo nos comimos nuestro trozo de
tarta, después corté otros dos pedazos y estuvimos hablando hasta bien entrada
la noche, cuando se fue me dio un beso en la frente.
-
Cariño, iba siendo hora de que limpiaras tu casa, parecía un vertedero.
-
Lo sé, cuando volví del hospital me costó reconocerla.- Acompañé a mi madre a
la puerta, nos despedimos con un último abrazo.