Cuando la gente habla de demonios tendemos a imaginarnos a los típicos
demonios de los que nos han hablado de pequeños: rojos, con cuernos y con cara
de monstruos.
La realidad es que, los verdaderos demonios, son aquellos que no se
ven. Son invisibles a nuestros ojos, infecciosos y perniciosos. Son los
demonios que se ocultan dentro de nosotros y de nuestros seres queridos. Son
los que te hacen daño desde dentro y te imposibilitan ir hacia adelante.
A los demonios de mentira se
los puede derrotar y a los de verdad, a veces. Yo, en mi interior, tengo un
montón no visibles a simple vista, una colección en realidad. Lo que ocurre es
que los tengo siempre bajo control, atados para que no hieran a los demás y no
les hagan daño. Nunca he comprendido por qué la gente engaña a los demás o los traicionan. Quizás debería haber nacido en
otra época porque, a pesar de lo que veo cada día, todavía creo en la bondad
del ser humano y tiendo a ver siempre lo mejor de los demás. Voy a ser sincera yo he visto al demonio;
todos lo habéis visto, y entiendo a qué
se referían los antiguos cuando hablaban de su existencia.
El demonio es un ser querido perdiendo la
cabeza, eres tú mismo cuando te miras al espejo por la mañana y no te gustas,
es esa persona que no te cae bien por alguna razón desconocida, cada día que
pasas delante de un necesitado y lo ignoras, el político corrupto que dice que
él no ha robado, el estudiante que acosa a un compañero, el terrorista que mata
por un ente Superior e ignora que el diablo escondido no es otro que él mismo.
La lista, si nos paramos a pensarla, es casi
infinita y, lo peor de todo, es que cada día se hace más grande.
Confieso que me educaron en la religión
católica y, de pequeña, siempre creía que el demonio no existía porque si Dios
era tan bueno no permitiría su existencia. Ahora, bastante más mayor, no sé si
existe o no un ser superior, pero lo que sé con toda certeza es que el demonio sí.
Está en nosotros mismos luchar contra él o no.
Os daré un consejo antes de dejar esta reflexión de hoy, nunca os
fiéis al cien por cien de los demás, algunos son mentirosos, manipuladores que sólo se preocupan de
su propio bien porque tienen su propio demonio interior. Yo he confiado en personas que me han traicionado; no les tengo bronca. Reconozco que he pasado una mala temporada preguntándome por qué, pero ya he dejado de hacerlo. Comprendo que cada cual actúa según sus propios principios e ideales y por eso respeto a los demás, no sé si los demás me respetarán a mí, pero yo no voy a cambiar. Me gusta ser como soy, a pesar de que me acabo llevando decepciones. Por suerte tengo gente fantástica a mi lado, amigos estupendos que están siempre, familiares en los que puedo confiar y sigo creyendo en que entre las personas hay más gente buena, que mala. Me llevaré decepciones, pero al menos soy fiel a mí misma.