Capítulo 6
Al llegar a mi casa me encontraba
muy feliz. La vida hasta ese momento siempre me había llevado de un lugar a
otro, sin que yo fuera capaz de elegir un destino, sin tomar una decisión sobre
el siguiente paso a seguir. Me había
dejado agobiar, me había sentido abrumada por todo lo que acontecía a mi
alrededor y me había olvidado de la parte importante: “acuérdate de respirar”, me
dije a mí misma. Durante el tiempo que estuve en rehabilitación, padeciendo
dolores tremendos en la cicatriz que ahora me cubría de la clavícula al
apéndice, me había repetido esa frase como un salmo. Con ella pretendía
recordar lo cerca que estuve de morir y cada nueva respiración, era un milagro.
Con el paso de los años me había
olvidado de lo mágica qué había sido mi recuperación, estaba encerrada en mi
propio caparazón y omití el prodigio de seguir existiendo. Me había dejado
arrastrar a un pozo oscuro y frío, había permitido que me engullera y no me
acordé de que ya había salido de ahí en una ocasión: de las tinieblas más opacas,
de la soledad más absoluta; era una superviviente y no la figura trágica que
siempre había creído ser.
Superviviente.
Sí,
más arañada, con más cicatrices, pero viva.
Cuando
cerré la puerta de mi piso me puse a cantar mi canción favorita, lo hice con
pasión, con felicidad. La música me
sedujo, me envolvió, la melodía se escapaba de mi boca y los acordes de la
guitarra sonaban en mis oídos. “Send me
an angel” siempre había sido mi favorita
porque de pequeña, antes de Miguel, antes de todo lo malo, había sido una fiel
creyente de los Ángeles de la Guarda.
Un
aleteo me anunció la presencia de Dariel, me giré para observarle y le dediqué
mi mejor sonrisa.
-
Dariel.
-
He oído que me cantabas.
-
Es un regalo para ti Dariel, quería
darte las gracias.
-
Es una hermosa canción.
-
De pequeña tenía mucha fe en los Ángeles de la Guarda, rezaba todas las noches
al mío.
Aprendí
esta melodía en el colegio, mi profesora nos ponía canciones para enseñarnos
inglés, cuando la escuché se convirtió en mi favorita. A veces, si me sentía pequeña o sola, la cantaba para
hacer sonreír a mi Ángel. – Confesé un tanto avergonzada por mis propias
palabras. - Llevaba trece años sin hacerlo.
-
Gracias.
-
¿Te he hecho sonreír, Dariel?
-
Me has hecho sonreír, Daniela.
-
Entonces ha cumplido su objetivo.
No sé cómo agradecerte la oportunidad de
cambiar una decisión, aún estoy barajando las opciones, pero empiezo a ir por
el camino correcto.
-
Lo sé, hoy te he vigilado de cerca.
-
A veces resulta muy simple olvidar las cosas más sencillas. Cuando estaba en la
rehabilitación el Doctor Pardo me obligaba a decir una frase todos los días…
-
Acuérdate de respirar.-Dariel me contempló con sus insondables ojos verdes.
-
Sí, me lo decía muchas veces a lo largo del día y respiraba profundamente, me
sentía muy viva. En los últimos años he dejado de hacerlo, ni siquiera me he
parado a pensar en cómo el cerebro manda una orden a las células que inician el
proceso...
Es
cotidiano y olvidamos que, en realidad, es un milagro.
-
Últimamente hablas mucho de ese doctor.
-
Te contaré un secreto, yo lo quería.
-
No podías quererlo, era un completo desconocido para ti.
-
No lo era, no para mí. En fin, tuvo que recolocarme todas las vísceras en su lugar,
nunca nadie me tocó tan íntimamente.
-
¡Daniela no bromes con algo tan serio!
-
Sabes, bromear es lo mejor en esas situaciones absurdas. Tenía diecisiete años
y mi novio me clavó un cuchillo de cocina desde la clavícula al apéndice, es
ridículo si te paras a pensar en ello. Esas cosas ocurren en las películas, no en la
vida real.
-
Me hubiera gustado ahorrarte el dolor, si hubiera estado en mis mano lo habría
hecho.
-
Da igual, ahora estás aquí.
-
Él te quería, Dany. – Dariel se acercó a mí y me envolvió entre sus alas. –
Habría dado todo por un minuto más contigo.
-
No creo, aunque agradezco tu intención. – Sonreí a Dariel. - Aún así, para mí, el Doctor Pardo es mi superhéroe, no
necesita una capa para volar pues tiene su bata blanca.
Al
principio soñaba mucho con él.
-
¿Soñabas con él?
-
A todas horas, lo llamaba una y otra vez.
-
¿Respondía a tus llamadas?
-
A veces sí, venía y me daba su mano.
Yo
no dejaba de buscarlo, ¿sabes?
-
¿Por qué no?
-
Quería darle las gracias, pero nunca me salía la voz cuando lo tenía delante.
-
Tal vez él ya lo sabía.
- A veces me frustraba, nunca veía su cara, apenas la recuerdo.
-
Quizás no debas recordarla, puede que si lo haces te decepciones. No me lo
imagino como un superhéroe, sino como un hombre común y corriente haciendo su
trabajo.
-
Me dio esta vida.
-
Luchaste por ella.
-
Sí, pero… se decepcionaría si me viera ahora.
-
¿Eso crees?
-
¿Tú no lo harías?
Mírame,
he tirado dos años de mi vida a la basura. Me he encerrado tanto en mí misma
que nadie podía pasar, ni siquiera yo.
-
Eres una superviviente, no lo olvides… Sólo... acuérdate de respirar, Daniela.
-
Dariel… ¿tú crees que podré verlo otra vez?
Me
gustaría darle las gracias en persona.
-
A lo mejor.
-
¿Está bien en el otro lado?
-
¿Si está bien?
Sí,
ahora está dónde debe y con quién debe.
-
Me alivia saberlo, Mónica a veces lo siente a su alrededor.
¿Crees
que la está cuidando?
-
Es probable.
-
¿Me cuidará a mí?
-
¿A ti? A ti… ¿tú qué piensas?
-
No sé, me gustaría pensar que sí.
-
¿No estás segura?
-
Es como si tuviera algo delante y no lo viera, es un retrato desdibujado como
un espejo empañado al salir de la ducha.
Hay
días en los que lo siento cerca y duele.
A
veces se aleja de mí, lo que duele todavía más.
¿Tiene
eso algún sentido?
-
Más del que te imaginas, Daniela.
-
En cualquier caso ahora no importa demasiado, la vida sigue y él… ya no está.
-
Te quiero, Dany. – Susurró en mi oído.- Te he querido desde el primer momento...
-
Gracias Dariel, yo también te quiero.- Le respondí. – Eres mi ángel.
Dariel
me contempló detenidamente. – Hay ocasiones en las que no soporto estar cerca
de ti, duele mucho. Me araña el corazón, me arranca las entrañas. Cada día maldigo el no haber estado contigo hasta el
final de la recuperación. Quería dártelo
todo, mi propia alma. Me devorabas con cada mirada, me arrancabas el corazón
con cada sonrisa. Te amaba, no te
imaginas cuánto. Tú me perteneces, eres mía.
Esas
veces me voy lejos, no puedo estar a tu lado.
Otras,
sin embargo, sólo por mirarte soy capaz de soportar el dolor de estar cerca de
ti. – Dariel se aproximó a mí, recorrió la cicatriz de mi clavícula con su
dedo. – Esto te lo hice yo, esa señal es mía, un recuerdo constante de que
viví, te encontré, te amé.
Te
buscaba cada día, cada segundo. Me llamabas y acudía a ti, no podía dejarte, me
negaba a hacerlo.
Me convertí en tu Ángel sólo por verte cada
día.
¿Piensas
que dejé de cuidarte? ¿No estás segura de que haya estado a tu lado?
Lo
estuve, todos los días desde el momento en que me convertí en un ángel de la
guarda. No fui capaz de dejarte atrás, me atrapaste, mi alma se quedó prendida a la
tuya.
Soy
enteramente tuyo.
Cuando
dudabas, cuando tenías miedo, cuando amaste, cuando odiaste, cuando me
maldijiste por haberte abandonado…
Todos
esos momentos he estado a tu lado y te tendí mi mano, pero tú no la viste.
Mírame,
estoy aquí, llevo trece años aquí y no me pienso ir a ninguna parte.
-
¿Doctor Pardo? – De pronto su imagen regresó a mi mente con toda claridad.
Reconocía ese color de ojos, los hoyuelos, la sonrisa ladeada que me estaba
dedicando, por un instante el
descubrimiento me dejó aturdida, después le acaricié la mejilla para asegurarme
de que era real.
-
Darío.- Dariel me sonrió. – Para ti siempre he sido Darío.
-
¿Eres mi ángel de la guarda?
-
Lo soy.
-
¿Por qué no me lo dijiste al principio?
-
Nos prohíben revelar nuestra identidad.
-
¿Por qué lo has hecho ahora?
-
Por ti, siempre me salto las reglas por ti.
-
¿Eres real?
-
Tan real como puede ser un Ángel de la Guarda.
-
No lo entiendo, ¿por qué ahora?
-
No pude soportarlo más, te estabas destrozando la vida.
Yo
te he dado esa vida, he sido yo, no tienes derecho a tirarla a la basura sólo
porque las cosas no son tan fáciles como a ti te gustaría.
Y
no te he mentido, Dany, te amo. Te amo como no te imaginas, eres increíble, una
superviviente.
Sólo
fui consciente de ello con mi muerte, lo cual resulta absurdo si te paras a
pensar en ello. Conozco a la mujer de mi vida y no me doy cuenta hasta que me
dan un par de bonitas alas blancas.
-
¿Me amas? ¿A mí? ¿Por qué?
-
No lo sé, el sentimiento lleva tanto
tiempo arraigado en mi corazón que ni siquiera sé cuándo empezó o por qué. Podría
ser ayer, podría ser ese soleado 15 de septiembre en mi mesa de operaciones.
Forma parte de mí y no me abandonó, ni
siquiera, cuando intentaron reanimarme en el hospital. Me aferraba a ti
desesperada y dolorosamente. Buscaba tu imagen entre mis recuerdos, la primera
vez que te vi en mi mesa de operaciones, la forma en la cual te agarrabas a la
vida, no la soltabas, no le permitiste a la muerte ganarte ni un ápice y, sobre
todo, tu sonrisa cuando despertaste tras cuatro días en la UCI. Tu imagen se
tejía a mi alrededor, me envolvía. Cuando dejé de respirar, en ese preciso
instante, te fui a buscar.
Al
principio no te encontré, pero entonces me llamaste, me trajiste de vuelta.
Todo
se volvió de color otra vez, me aparecieron un par de alas blancas y me
encomendaron cuidarte.
El vínculo que
compartisteis en vida es muy fuerte, no te podemos desligar de ella, serás su
Ángel de la Guarda. Sólo hay cuatro
normas.
1)
No le
digas quién eres.
2)
No la
ames.
3)
No te
hagas corpóreo ante ella.
4)
Nunca le
ofrezcas la oportunidad de cambiar una decisión de su vida porque un ligero
cambio puede afectar a la vida de muchos.
Los
primeros once años fue fácil, no me acerqué a ti, no te ame, no me hice corpóreo
y nunca te ofrecí la oportunidad de elegir cambiar una decisión de tu vida. Entonces
caíste en una espiral de destrucción, cada día la muerte te rozaba y no pude
seguir soportándolo.
Yo
te regalé tu vida y no quería que te la arrebataran.
Me
acerqué de forma progresiva, hace dos días rompí todas las reglas.
¿Qué
quieres cambiar, Dany? ¿Qué puedo hacer para ayudarte?
Ya
deben saber la verdad y me quitarán las alas, déjame darte una última
oportunidad antes de irme para siempre.
-
Nada, no quiero cambiar nada. – Me aproximé a él y lo besé en la boca. – Te
tengo, por fin te he podido atrapar. Gracias Darío por darme la vida, gracias por salvarme. Gracias, no podré pagar nunca lo que hiciste
por mí. Me colocaste de nuevo en la vida, me empujaste a lo largo del camino,
me sostuviste cuando tuve miedo.
Te
amo, te amé desde el instante mismo colocaste mis vísceras en mi interior. –
Bromeé. – Y perdóname, no quería
decepcionarte.
-
No lo has hecho.
-
Los dos últimos años de mi vida no han sido precisamente brillantes.
-
Ahora lo serán.
-
Me tengo que ir.
-
¿A dónde?
-
A enfrentarme a mis superiores. – Darío me acarició la mejilla con ternura,
después me besó apasionadamente. Al separarse de mí arrancó una pluma blanca de
sus alas y me la tendió. - ¿Me recordarás?
-
Nunca podría olvidarte.
-
Gracias, Dany.
-
¿Por qué?
-
Por salvarme. – Susurró antes de abandonarme con un aleteo.