Hoy en
“Tejedora” quiero tratar de escribir un relato breve de terror, es mi primer
intento en el género, a ver qué tal se me da.
Lo que hay al otro lado
Todo
empezó al caer el sol, el silencio y la
tensión eran palpables. Se sintió amenazado, le dio la sensación de estar
siendo vigilado. Él nunca había sido un miedoso, a lo largo de su vida había
experimentado más cosas raras que la mayoría de las personas. A veces tenía la
sensación de que atraía el misterio y la oscuridad. Durante toda su vida había
sido un investigador de fenómenos paranormales y había sido examinado por
diversas eminencias científicas que trataban de demostrar que tenía problemas
mentales y que tal cosa como el Más Allá no existía.
A
pesar de ello nunca se había sentido extraño, diferente o loco, como lo habían
calificado algunos, le atraían los fenómenos paranormales porque le interesaban
las preguntas sin respuesta, las cuestiones filosóficas que habían obsesionado a científicos como Freud y Jung.
Él
tenía una larga carrera a sus espaldas, renombre entre los investigadores de
los fenómenos paranormales y era citado en varios manuales de parapsicología,
muchos lo consideraban un maestro y a él le enorgullecía haber formando a
varios investigadores, algunos de ellos habían sido un éxito y eran laureados
entre los círculos de lo extraño, otros más discretos no parecían sobresalir en
nada y, sin embargo, él era consciente de que algunos de los descubrimientos de
esos investigadores que pasaban más inadvertidos eran mejor que muchos de aquellos
que salían en todas las revistas dedicadas al misterio.
Él a
lo largo de su carrera había recorrido medio mundo, había investigado
cementerios indios, asentamientos mayas, algunas regiones pérdidas de la Sábana
africana y había descubierto lugares increíbles, en los cuales las evidencias
de lo paranormal podrían convencer a los más escépticos. Pero no todos habían
sido éxitos, en su periplo también había descubierto emplazamientos que eran
meros reclamos turísticos para curiosos e investigadores como él.
Le
habían dicho que ese cementerio era el lugar más encantado del mundo, le habían
asegurado que quienes habían entrado en él, nunca habían salido vivos y su afán
investigador lo llevó hasta allí. En cuanto se acercó a la primera tumba tuvo la
certeza de que ese sería su último día sobre la faz de la tierra. Había un
silencio absoluto y el frío calaba los huesos, corroyéndolos como si estuvieran
siendo chupados, aún así, no se amilanó.
Quizás cuando todavía era un joven científico,
en el inicio de su carrera le habría dado la espalda a ese cementerio, tal vez,
si las circunstancias fueran diferentes se echaría a correr como alma que lleva
el diablo. Pero se sentía mayor y la curiosidad por ver qué había al Otro Lado
podía más que su instinto de supervivencia. Tenía muchos años, había recorrido
el mundo entero, había amado, había odiado, había aprendido a convivir con la
incredulidad y el desprecio. Todo lo que había vivido, su propia existencia, lo
había empujado hacia ese destino. Estaba en el crepúsculo de su vida y
realmente no le importaba vivir un año más o no. Su existencia había sido
plena, había gozado y quizás era el mejor momento para reunirse con su madre,
seguro que ella lo estaría esperando con los brazos abiertos.
Caminó
por el cementerio, la luz de la luna iluminaba la escena, dotando todo con un
halo de irrealidad. No había grillos en ese lugar, ni ningún rastro de insectos.
Lo único que se oía era el sonido de sus pasos, pesados en el pavimento.
Se detuvo ante una tumba, la contempló,
embelesado trató de imaginarse cómo sería el fallecido que en esos instantes
estaba cubierto de tierra y silencio, observó la fecha de enterramiento 1545 y
su mente lo llevó al siglo XVI. Se preguntó si esa persona había sido víctima
de la cólera o de alguna enfermedad endémica de esa época, se cuestionó si
habría sido acusado de brujería y había hallado su destino final en las llamas
de la hoguera, pensó en la Inquisición y las miles de víctimas causadas por un
poder corrupto y entregado a creencias supersticiosas. Casi podía imaginarse el
rostro del fallecido, un hombre joven, 16 años, alto, rubio, con ojos color
musgo y pecas en la nariz, sonrió ante su imaginación y abandonó esa tumba.
Siguió
paseando en el lugar, pero ya no sólo sentía sus pasos en el pavimento, detrás
de él escuchaba el sonido de huesos golpeando la tierra. Se recriminó a sí
mismo ese pensamiento, trató de darse la vuelta para encararse a ese sonido
extraño, pero en el último instante siguió caminando, sin dirigir la vista
atrás.
Se
detuvo en la siguiente tumba, 1564, era de una mujer, por la riqueza del
Mausoleo dedujo que era una persona de la nobleza, tenía alrededor de cincuenta
años cuando murió, de cabellos blancos, tez cetrina, cubierta de arrugas, su
cuello estaría decorado con ricas joyas y pulseras de oro macizo adornarían sus
muñecas, sonrió ante ese pensamiento, no creía que hubiera muchas señoras que
fueran enterradas con sus joyas de oro macizo con hijas y sobrinas en edad de
heredar.
Se
aventuró a seguir el recorrido, sus pasos resonaban en el pavimento, pero
también los huesos golpeando el suelo y a esos sonidos se unió un tintineo de
joyas. El corazón se detuvo en su pecho, una vez más tuvo la necesidad de
girarse y, una vez más, decidió seguir caminando.
Sus
pies lo llevaron hasta una pequeña tumba, pobremente decorada, 1573, García
García Domínguez, edad 3 años. Su mente se figuró a un niño pequeño, frágil,
enfermizo de nacimiento, tendría una pierna más larga que la otra y el cuerpo
se estaba cayendo a trozos, la lepra lo había atrapado y nunca no lo había
soltado. Podía imaginarlo jugando con un palo, golpeando las piedras y
renqueando, quedándose sin aliento cada dos pasos. Ese pensamiento lo turbó, no
podía soportar la idea de una muerte tan injusta y pobre.
Los
huesos lo siguieron, también el tintineo de joyas, el sonido de un palo
golpeando puertas y la respiración entrecortada se unieron a los sonidos que ya
conocía.
No se
detuvo, sus pasos lo condujeron hacia otro mausoleo, 1578, una madre primeriza
y su hijo recién nacido. Pudo ver su rostro, cabello oscuro, ojos negros, el
bebé no tenía nueve meses de gestación, había sido un parto prematuro con un
final injusto. No tuvo necesidad de darse la vuelta en esta ocasión, escuchó el
llanto de un niño pequeño y el arrullo de su madre, 13 años, demasiado joven
para ser madre, demasiado joven para morir de forma tan cruel.
1765
rezaba la siguiente lápida. Leyó la inscripción y se figuró a un joven hermoso,
criado entre algodones y víctima de neumonía. Vestía un traje de sacerdote,
había sido un hombre de fe que se contagió al ir a cuidar a una familia, tres
días después de estar con ellos, los cinco miembros habían muerto y él se
imaginó que sus tumbas no estarían muy lejos de la del joven sacerdote.
Detrás
de él al sonido de huesos, joyas, palo golpeando piedras, arrullo y llanto, se
unió el de muchas toses, profundas, desgarradoras.
Ya no
era dueño de sí mismo, recorrió cada rincón del cementerio, a su caminar se
unieron las voces de los muertos, cada vez eran más. Sintió cómo sus pelos se
ponían como escarpias al oír el debate de un grupo de investigadores
paranormales que, como él, habían ido a averiguar cuánto de cierta era la
leyenda del Cementerio Embrujado, aún así no se dio la vuelta para ver las
filas de muertos que se habían agregado a su paseo.
Llegó
a la última tumba, estaba recién cavada y supo que era la suya. Había llegado
el momento de averiguar qué había al Otro Lado, se giró poco a poco, temeroso
de lo que encontraría. Ante él desfilaron los rostros de todos los muertos que
lo habían acompañado, se acercaron y le hablaron. Él sonrió, había descubierto
que había al Otro Lado, pero ya no se lo podría contar nunca a nadie porque el
Otro Lado lo había atrapado.
FIN
Y eso
era todo, en fin, mi primer intento de terror y estoy satisfecha con el
resultado, ¿qué os parece a vosotros? J