Siguiente capítulo. En este, Dani debe enfrentarse a la persona que más daño hizo y, tal vez, ella no será capaz de darle una nueva oportunidad.
Capítulo 5
Mi
padre y yo salimos a pasear juntos. Fuimos a
nuestra cafetería preferida del barrio, donde nos quedamos cerca de una
hora tomando café. Al despedirnos él me dedicó la más brillante de sus sonrisas
y besó mi frente.
-
Cuídate, tesoro.
-
Lo haré, papá.
-
De acuerdo, hasta mañana cariño.
-
Dale un beso a mamá de mi parte. – Dije antes de verlo partir en dirección
contraria a la que yo tomaba.
Mis
pasos me llevaron a mi parque favorito de la infancia. Al entrar en él me sentí
un poco más segura, un poco más tranquila. Era un lugar que no había visitado
desde que Miguel había intentado asesinarme, pero seguía teniendo el mismo
aspecto que yo recordaba.
Me
senté en uno de los bancos más alejados. Me mantuve en silencio durante un buen
rato, sólo prestando atención a los pequeños ruidos del parque, a las risas de
los niños, las animadas chácharas de las madres y a un grupo de personas
mayores dándoles pan a las palomas.
Una
pequeña parte de mí, dormida desde hacía muchísimo tiempo, se dio cuenta de la
importancia de las cosas cotidianas: las risas, las charlas… Esa porción de mí
fue capaz de maravillarse de lo que había a su alrededor, por primera vez,
desde lo de Miguel.
Los
niños jugaban y reían felices, ajenos a los monstruos, sintiéndose seguros. Me
estremecí al pensar que dentro de unos años quizás ellos mismos o alguien
cercano podrían convertirse en uno. Sonreí con pesar, tal vez ocurriría en
algún momento pero, por ahora, podían reír felices, sin miedo al Coco.
Cerré los ojos tratando de recordar cómo era
mi vida antes de Miguel, antes de Darío, antes de que la vida me hubiera
colocado la última de la fila, antes de aprender que los monstruos existían.
Palpé mi cicatriz durante un instante, sentí su forma, rugosa contra mi piel y,
aún así, no tan horrible como podría esperarse tras días en la UCI y horas de
operación.
Después
me puse a pensar sobre las decisiones que había tomado desde ese fatídico 15 de
Septiembre. La forma en la cual había buscado consuelo en las drogas, en el
alcohol, en hombres maltratadores para huir de mi propia miseria. Miguel me
había intentado matar, pero fui yo quien me empujé a esa vida para no vivir con
la culpa, con el dolor, con la resignación de ser una víctima. Mis actos me
habían llevado hasta la degradación, nadie había sido el responsable de la
espiral de autodestrucción en la cual había caído, nadie, excepto yo misma.
Abrí
los ojos, vi a una pareja de novios besándose en el banco frente al mío y no lo
pude resistir más. Debía seguir purgando mis culpas, debía disculparme con la
siguiente persona de mi lista.
Me
levanté, lancé un suspiro y fui hacia la casa de mi hermana Diana.
Al
llegar a su portal dudé en llamarla, pero ya que estaba allí era mejor aclarar
las cosas y seguir avanzando. Timbré y en un instante la puerta se abrió ante
mí. Subí las escaleras porque necesitaba tiempo para prepararme para el
enfrentamiento.
Diana
era mi hermana mayor, pero llevaba dos años sin hablarme, desde que en una
visita a mi casa vio cómo uno de mis novios me maltrataba. Le gritó y yo la
eché.
Al
llegar a la quinta planta casi no tenía resuello. Me acerqué a la puerta, pero
Diana abrió antes de que timbrara.
-
¿Le ha ocurrido algo a mamá o a papá? – Fue su primera pregunta.
-
No.
-
Bien, entonces no tenemos de qué hablar, puedes coger e irte a tu casa.
-
Lo siento, Diana. – Le dije.- Perdóname, yo… soy una pila de mierda.
-
Sí, lo eres.
-
Estoy cambiado, hermana, de verdad.- Me acerqué a ella, Diana me escrutó con
sus ojos oscuros, al ver cómo tendía una mano hacia ella se echó para atrás.
-
Llevo los últimos trece años de mi vida coqueteando con la muerte, pero ya no
lo haré más.
Por
favor, escúchame…
-
Hace dos años que no vienes a verme, ni siquiera vas a casa de papá y mamá
cuando yo estoy allí, ¿por qué debería escucharte?
-
Porque me equivoqué. – Aseguré. – Tú sólo intentaste protegerme y yo… yo…
deseaba morir, Diana. – Le dije con toda sinceridad. – No quería vivir.
-
¡Niña tonta! – Diana en un instante me rodeó entre sus brazos. - ¿Por qué
querías morir?
-
Me sentía tan mal, tan vacía y estaba aterrada, Diana. Temía que él volviese y
rematase su trabajo o que os hiciera daño a vosotros.
No
podía soportarlo, cada día me veía la cicatriz y ella me recordaba lo qué me
ocurrió. Yo sólo quería… sólo… descansar.- Confesé por primera vez en voz alta.
-
Entra. – Diana me agarró fuerte por la cintura y me llevó al interior de su
casa. La había reformado desde la última vez que había estado allí.
-
¿Y Mauricio?
-
En un viaje de negocios. – Explicó.
-
Está preciosa. – Le dije y observé su hogar.
-
Prepararé café. – Mi hermana caminó hacia la cocina, yo la seguí. Al entrar en
ella me indicó una silla y yo me senté en ella.
-
Diana, de verdad, lamento mucho lo que dije.
-
Me hiciste daño, Dany.
-
Lo sé y lo siento. No era yo… era… bueno, sí, pero era la parte más tenebrosa
de mi alma. Bebía mucho, me drogaba mucho y andaba con hombres muy poco
recomendables.
-
¿Por qué lo hacías?
-
De verdad deseaba morir, Diana, y eso ni siquiera se lo he dicho a papá o a
mamá.
Me
costaba un triunfo levantarme todas las mañanas, los cinco primeros años miraba
en todas las direcciones por si volvía, por si lograba escapar del hospital y
venir a atacarme. Imagino que por eso los hombres maltratadores. Una parte de
mí creía que, frente a otro monstruo, ambos se acabarían destruyendo.
Es una idiotez, pero no pensaba con claridad.
Estaba
muy traumatizada.
-
Diana me miró por un instante, sentí sus ojos oscuros examinándome,
escrutándome.
-
¿Por qué no me lo dijiste? – Me preguntó, después dejó el café a medio hacer y
se sentó a mi lado. - ¿Por qué te lo guardaste para ti?
-
No sé, no estaba preparada para asumirlo.
-
¿Y ahora sí?
-
No, pero lo estoy intentando.
-
¿Por qué ahora?
-
Porque un día me desperté de la peor resaca de la historia de la humanidad y
fui consciente de lo que había estado haciendo con mi vida. No es fácil
asumirlo, ¿sabes?
Por
eso fui a ver a Miguel.
-
¿Fuiste a verlo? ¿Qué estabas pensando cuándo hiciste esa tontería?
-
En ir hacia adelante, sólo quería continuar con mi vida dónde la había dejado.
No puedo borrar estos últimos trece años de mi vida, pero al menos puedo
intentar mejorar los siguientes.
He
dejado de beber, no voy a drogarme más y te juro que no tengo la más mínima
intención de volver a enamorarme de un maltratador. Ya tuve bastantes de esos
para el resto de mi vida.
Además está Darío. – Expliqué
sonrojándome.
- ¿Vas a romper un matrimonio? –
Preguntó Diana, furiosa.
- ¡No! ¿Cómo puedes pensar que yo le
haría eso a él?
Jamás dañaría a Darío, yo… yo… lo
quiero. – Confesé.- O al menos lo quise, ahora estoy preparada para dejarlo
marchar también.
- ¿Darío? ¿Estabas enamorada de
Darío? ¿Cómo no lo vi?
¡Por
supuesto que estás enamorada de él! ¡Salvó tu vida!
Ese estúpido soñador… oh mierda, ¿y
por qué no hiciste algo antes, tontorrona?
- ¿Honestamente?
- Sí.
- No me sentía merecedora de ese
amor… yo… soy una pila de mierda y él es… es… perfecto.
- ¡No eres ninguna pila de mierda! –
Mi hermana me miró con sus ojos encendidos de furia. – Estás herida, hermanita,
estás tan dañada…
Y
ninguno nos hemos dado cuenta, yo creía que eras una irresponsable, jamás se me
pasó por la cabeza que estuvieras asustada, nunca pensé en cómo debías sentirte
tú. Sólo en cómo me sentía yo, casi
mueres, y yo no estaba allí para protegerte.
-
Me alegro de que no estuvieras, quizás él te habría hecho a ti lo mismo, ¿qué
ocurriría entonces con papá y mamá?
Yo
he estado ausente durante este tiempo, encerrada en mi pequeño cascarón y no he
permitido a nadie entrar en mi vida, ¡diablos no me lo permití ni a mí misma!
-
Mi pequeña Dany, lo siento, perdóname, no he sido una buena hermana contigo. No
vi lo qué te ocurría o, tal vez, no quise verlo.
-
Estoy bien, no del todo, pero voy mejorando.
Papá
me aconsejó decírselo a él, ¿tú qué harías, Diana?
Yo
sólo quiero cerrar esa parte de mi historia, pero sin dañar a Darío y no deseo
causarle problemas, ni tampoco hacerle creer que lo quiero. Por otra parte,
quizás merezca saberlo, ¿no?
Aún
estoy viva y probablemente gracias a él. - Miré a Diana. – Todos estos años me
la he jugado, pero no lo bastante como para perder mi vida de verdad porque
deseaba verlo cada día en el hospital y que me llamara princesa.
¿Cómo
de patético es eso, hermanita?
-
No me parece patético. – Diana me sonrió. – De hecho creo que es hermoso. Ahora
lo veo, lo quieres de verdad y por eso no le has permitido que se hunda
contigo. Él lo habría hecho, ¿sabes?
Creo que te habría seguido hasta el
infierno si se lo pidieras, te miraba cómo si fueras un tesoro. Al principio
pensaba que era por el milagro de haber salvado tu vida, pero un día comprendí
la verdad de esas miradas, en ellas había amor y añoranza.
¿Sabes cómo de orgullosa me siento
ahora mismo de ti, pequeña?
Renunciaste al amor sólo para darle
paz a él, permitiste que tu corazón se hiciera trizas por proteger a Darío.
Papá
tiene razón, debe saberlo. – Mi hermana me acarició la mejilla. – Debe saber lo
mucho que lo amaste y quizás así te comprenda.
-
Tengo miedo… es… ¿y si cambia mi relación con él? ¿y si me odia?
-
No me imagino a Darío odiándote. Debes comprender que, a veces, el amor no es
suficiente.
-
¿Podrás perdonarme, Diana?
Por
todo el daño que te he hecho estos dos años.
-
Desde luego, hermanita. – Diana me sonrió.- Por cierto, debo anunciarte que
tienes una ahijada o ahijado en camino. – Dijo y se palpó su barriga orgullosa.
– Íbamos a pedirle a mamá que lo fuera, pero como vuelves a ser la hermana que
tanto quiero, he cambiado de opinión.
-
¿De verdad? – Mis ojos se abrieron con sorpresa, después sin poder contenerme
las lágrimas se deslizaron por mi mejilla. – Prometo que te voy a querer con
toda mi alma, pequeño o pequeña. – Aseguré acariciando la barriga de mi
hermana.
-
¡No llores, tontona, me vas a hacer llorar a mí también! – Protestó Diana, a
los pocos segundos las dos estábamos llorando como unas magdalenas, fundidas en
un abrazo.
Cuando
recuperamos la compostura me miró con sus hermosos ojos oscuros.
-
Hermanita, tengo unas ganas locas de salsa barbacoa.
¿Te quedas esta noche en casa y me acompañas
poniéndote gorda a base de pizza de barbacoa y helado conmigo?
-
Yo invito. – Afirmé. - ¿Grande?
-
Sí.
-
Con extra de queso.
-
Perfecto.
-
Y aceitunas negras.
-
¡Qué bien me conoces!
-
Yo sonreí a mi hermana, tenía un par de buenas razones para recuperar mi vida.
Una de ellas era mi ahijada/o y, otra, una familia que me apoyaba incluso tras
haberles hecho pasar un infierno a mi lado.
Me
iba a recuperar, sí o sí.