Capítulo 4
Al
día siguiente me desperté de buen humor, escuché unos pajarillos en mi ventana
y la abrí para contemplarlos de cerca. Los dos eran unos tórtolos y habían
montado su nido en la esquina más alejada de mi ventana. Estaban cantando a
dúo, lo que me enterneció. Tras observarlos durante un rato me dirigí a la
ducha, allí me puse a tararear mi canción favorita mientras recordaba los dos
últimos días de mi vida.
Habían
sido muy raros, pero un ángel de la
guarda me había caído del cielo para salvarme, lo cual hizo que me sintiera
extremadamente agradecida. Pensé en las veces que lo maldije después de todo lo
malo. Había pasado muchísimo miedo mientras me recuperaba, llegó un punto en el
cual me imaginaba a Miguel entrando por la puerta de mi habitación del hospital
y rematando el trabajo que había empezado. Durante más de cinco años había
convivido con pesadillas todos los días, todas acababan igual, conmigo en un
ataúd en la parte más oscura del cementerio. Después de varios psiquiatras y de
tomarme un montón de tratamiento logré recuperarme más o menos y opté por hacer
medicina. Estaba muy motivada con lo cual acabé terminando la carrera en un
tiempo record, con unas notas excelentes y aprobando el MIR rápido.
Con
el paso del tiempo, imagino que debía hacerlo para seguir adelante. En ningún
momento había superado el temor a Miguel o a la cicatriz de mi clavícula al
apéndice. Me había aferrado a los libros como si fueran una tabla de salvación,
había dedicado cada minuto del día a estudiar para no pensar y llegué a creer
que lo había superado, sin embargo no fue así. Ahora lo sé.
Normalmente
debajo del agua me ocurre una cosa curiosísima, me da por pensar profundamente
y mi mente abre nuevos caminos, nuevas puertas. En esa ocasión se me ocurrió
que, quizás, no era a mi ex a quien debía visitar, sino a mi tutor del
Doctorado y a mi ex mejor amiga.
Salí
recién duchada, entré en la cocina de mi casa y mi maravillosa hermana mayor
estaba haciendo tortitas. Mi estómago rugió con furia al olerlas.
-
Se me antojaron tortitas. – Me explicó con una sonrisa. – Cada vez que sufro un
embarazo me da por una cosa diferente, con Matías me pasé días enteros
consumiendo guindillas, así me salió de travieso. – Sonrió orgullosa. – Con
Mariana me apetecía chocolate y por eso es tan dulce.
-
Mi ahijado o ahijada promete ser dulce, ¿no?
-
No estés tan segura, también quiero consumir salsa barbacoa a todas horas.-Mi
hermana se acarició el abdomen. – Me va a salir como su madrina, lo estoy
viendo.
-
¿Y eso cómo sería?
-
Un poco de ambos.
¿Recuerdas
cuando llenaste las botas de caza del abuelo de nata montada?
-
¡No podría olvidarlo nunca! – Reí. – Pensé que me reñiría, pero se limitó a
decirme lo cómodas que le habían resultado las botas todas embadurnadas.
-
Y luego está la semana que te pasaste con él visitando el pueblo de su
infancia, le hacía mucha ilusión y la única que decidió acompañarlo fuiste tú.
-
Claro que sí, merecía verlo otra vez. – Me encogí de hombros.
-
Lo dicho, un poco de ambos.
-
Diana voy a ir a ver a mi profesora de la tesis, es hora hincar los codos.
-
Es una decisión sabia y después…
-
Lo he pensado mucho y… voy a solicitar otra vez mi plaza en el hospital, mi
excedencia de dos años acaba el mes que viene, había pensado en renunciar a mi
puesto y dedicarme a otras cosas, pero quiero salvar vidas. Haré el doctorado
al mismo tiempo, ¿por qué me miras así?
-
El trabajo en el hospital te amargaba la vida, hermanita. No quiero volver a
verte en ese estado.
-
Eso era porque aún no estaba preparada, ahora es diferente. Quiero cambiar y
para empezar he pensado en salvar a otros. Mi vida se la debo a un médico y
deseo honrar su memoria.
-
¿Puedo decírselo yo a papá? – Me preguntó con una sonrisa. – Quiero ver su
cara.
-
Claro.
-
Vamos a su oficina.
-
¿Ahora?
-
Después del desayuno.
-
Vale.
-
Cuarenta y cinco minutos después entramos en la oficina de nuestro padre. Él
estaba frente a un escritorio atestado de libros.
-
¡Mis niñas! – Dijo, después vino hacia nosotras y nos sonrió. - ¿A qué debo el
honor?
-
Es por Dany, papá.
-
¿Estás embarazada? – Me preguntó desconfiado.
-
¡Claro que no! – Protesté yo. - ¡Cómo si no tuviera otras cosas más importantes
qué hacer que complicarme la vida con un hombre, yo ya tuve mi ración de ellos!
Esto… hm… perdón por la parte que te toca, tú, los abuelos y los tíos estáis
excluidos.
-
Es un alivio.-Mi padre me sonrió de medio lado.
-
¡Volverá a ejercer el mes que viene! – Gritó mi hermana entusiasmada. –
Oficialmente, la Doctora Daniela Dolores Vidal Vega volverá a sanar a los
enfermos.
-
El rostro de mi padre se transfiguró de sorpresa a alegría en una décima de
segundo, no me dio tiempo a seguir observándolo porque me rodeó entre sus
brazos y me apretó con fuerza.
-
Me alegro.- Mi padre me sonrió. – Tu madre me advirtió lo mucho que habías
cambiado, me daba miedo creerla pero… es cierto.
-
Sí. – Contemplé el rostro sereno de mi padre, tenía sesenta y siete años pero
aún no se había retirado. Era el dueño de una tienda de comestibles, mi hermana
sería la siguiente en heredarla. Era el negocio familiar, todos nosotros lo
cuidábamos y respetábamos. Había momentos en los cuales era muy difícil
sobrevivir entre tantos competidores, pero el cariño y el afán de seguir
haciendo las cosas bien habían logrado darnos cierta estabilidad, incluso en
las épocas más duras. – Papá, si pudieras cambiar alguna decisión de tu vida,
¿lo harías?
-
Imaginaba que me llegaría también el momento. – Mi padre me dedicó una mirada
cargada de afecto.- Ya me contó tu madre lo del ángel.
Yo
sí cambiaría algo, el día en el cual colgaste tu bata para pasar los dos
siguientes años sobreviviendo a tu manera, pero sin realizarte. Cariño, eres
una excelente médica y salvar a otros es la vocación de tu vida.
Tú
eres un milagro, mi milagro, y quiero que otros puedan sentirse tan felices
como yo el día que saliste del hospital.
Tú
luchaste por tu vida y por eso debes luchar por la de otros, nunca te rendirás,
ni cuando todos los médicos den por imposible la salvación del paciente, justo
como hizo el doctor Pardo.
-
Tienes razón, no me rendiré jamás. Sé lo dura que debió de ser mi operación,
iba con prácticamente todos los órganos fuera y aún así, dio todo por salvarme.
Soy más consciente ahora de lo difícil que debió de ser el proceso, lo complicado
de hacer las puntadas tan bien para disimular un poco la cicatriz, tenía manos
de artista. – Afirmé señalando mi herida pues era el segundo día que no la
cubría con camisetas cerradas. – Es un motivo de orgullo, salí indemne de esa…
bueno, no del todo, pero casi.
-
Esa es la actitud. – Afirmó mi padre. - ¿Y si me llevó a comer a mis dos
preciosas hijas a las dos de la tarde?
-
Tu hija mayor se apunta. – Aseguró Diana.
-
Y la pequeña estará encantada. – Concluí yo. – Hoy voy a ayudar un poquito con
la tienda.- Dije. - ¡Vamos no me miréis así!
Sabéis
que soy capaz de trabajar como vosotros, todos los veranos los he pasado en
esta tienda, a vuestro lado.
-
¿Puede tu cansada hermana mayor dejar el negocio hoy en tus manos? Hay unas
cuantas cosas que me gustaría hacer.
-
O.k. Todo controlado. – Me arrimé a mi padre.- Vamos, señor Vidal no tenemos
todo el día.
-
A sus órdenes, mi sargento. – Bromeó mi padre, después los dos nos encaminamos
a la tienda y abrimos la puerta.
La
mañana la pasamos muy entretenidos. Todos los clientes, los cuales llevaban
toda la vida viniendo a la tienda, me hablaron con cariño. Muchos me
preguntaron cómo iba mi Doctorado, otros cuándo iba a volver al hospital porque
ya estaban hartos de médicos aburridos, la mitad de ellos no le dieron la menor
importancia a mi cicatriz, no la miraron con desprecio y no hicieron preguntas
incómodas sobre ella. Todos en la ciudad lo sabían, cómo mi primer novio había
intentado segar mi vida en un soleado día 15 de septiembre.
A
las dos de la tarde apenas podía creer cómo había pasado la mañana. Era
reconfortante no haber estado bebiendo todo el día tirada en mi sofá, era
liberador no sentirme pérdida o vacía.
Cuando
mi hermana apareció para recogernos los tres caminamos hasta nuestro
restaurante favorito de la ciudad. Comimos juntos, hablamos de nuestra vida, de
las novedades, de viejas historias, de antiguas anécdotas, de bromas, de risas…
Era
como si todo hubiera empezado a encajar de nuevo, había estado en la parte más
profunda del túnel. Había pasado años allí metida, sin fuerza para salir
adelante, sin ganas ni siquiera para tratar de alcanzar la salida. Encerrada en
la parte más negra de mi persona no había sido capaz de ver lo qué me rodeaba.
A mi familia, a mis amigos, personas que habían influido de forma negativa o
positiva en mi vida. Había estado tan aferrada a mi propia oscuridad que había
dejado de ver las tenues luces que intentaban traerme de vuelta.
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