Capítulo 2
A
primera hora de la mañana el edificio se veía tenebroso, recortado en la parte
más alta de una montaña. Era el único en la zona, a su alrededor sólo un bosque
oscuro y un pequeño riachuelo. Un gran cartel anunciaba “Lugar de recuperación
Río Azul”, pero la realidad difería de ese letrero. El edificio albergaba un
Hospital Psiquiátrico dónde la mayor parte de sus habitantes eran enfermos
mentales, incapaces de vivir sin tratamiento.
La
decisión de ir hasta ese lugar no había sido fácil de tomar. Tras esos muros se
encontraba mi ex, quien me había obligado a pasar por mi vida como un fantasma
y me había impedido avanzar. Llevaba trece años sin verlo, pero si quería
recuperar mi existencia debía enfrentarme a él o seguiría asustada, bebiendo
cantidades ingentes de alcohol, acostándome con desconocidos y caminando por la
senda de la destrucción.
Cogí
aire, conté hasta veinte y me encaminé hacia la entrada. Un guardia de
seguridad me cogió el carnet de identidad, me registró de arriba abajo y me
preguntó el motivo de mi visita.
-
Vengo a ver a un conocido. – Le expliqué. – Miguel Abril.
-
Miguel, ¿eh?
Lleva
una semana bastante calmado, adelante.
-
Gracias. – Caminé hacia el interior del edificio, en la entrada una enfermera
rubia me interceptó.
-
Buenos días, ¿motivo de su visita?
-
Miguel Abril.
-
Querida, esa es la persona a la cual vienes a visitar, lo que yo te preguntó es
el motivo.
-
Enfrentarme a mis demonios imagino. – Dije y acaricié la parte superior de mi
cicatriz, perfectamente visible con la camiseta de cuello de pico que llevaba.
- ¿Seguro que no vas a quedarte una temporada?
– Indagó la enfermera al verla.
-
No me la hice yo, me la hizo él.
-
Entonces eres Daniela, ¿por qué has
venido?
No
creo que le haga bien verte y a ti, desde luego, tampoco parece que te vaya a
servir de mucho.
-
Voy a matar a todos mis demonios, llevo trece años malviviendo y estoy decidida
a cambiar mi destino. A usted tal vez le parezca una idiotez, pero no puedo
seguir huyendo de mi pasado, debo enfrentarme a él y superarlo.
-
Lo sé, querida, pero… ¿venir aquí?
-
Dígame su habitación, por favor, antes de que desfallezca mi valor y salga
corriendo por esa puerta.
-
Tercera planta, habitación trescientos cinco.
-
Gracias.
-
¿Quieres que te acompañe?
-
No. Debo hacer esto yo sola.
- Al entrar en el ascensor mis
piernas desfallecieron, una parte de mí misma me instaba a salir huyendo, a
evitar ese encuentro y seguir cómo estaba. La otra me recordaba el extraño
sueño, lo que significaba y la razón por la cual estaba allí. Cuando a puerta
se abrió mi corazón latió apresurado. Me obligué a dar un paso tras otro hasta
llegar a la trescientos cinco. Allí mi valor estuvo, una vez más, a punto de
traicionarme, sin embargo golpeé la puerta.
- Adelante. – Me invitó su voz desde
el interior y mi corazón saltó en el pecho al escucharlo. Lo había amado tanto,
tanto, que le había permitido clavarme un cuchillo de carnicero.
Abrí la puerta. Él me miró y lo amé
una milésima de segundo, hasta que la cicatriz me picó.
- Miguel.
- Eres la última persona que
esperaba ver aquí, Daniela.
- Lo sé.
- ¿Por qué has venido?
- No lo sé. – Me acerqué a él y me
arrodillé frente a su hermoso rostro. – Sigues siendo el hombre más guapo que
he visto en mi vida, Miguel. Ni siquiera este lugar ha podido robarte tu cara
de ángel.
- Mi cara de ángel casi acaba
contigo. – Me dijo fríamente, después con sus dedos acarició mi cicatriz,
haciendo que mis piernas temblaran con su roce.- Esto te lo hice yo.
- Sí, fuiste tú.
- Te amo tanto… que duele. –
Susurró.- ¿Por qué me obligas a verte, Daniela?
- Solías llamarme Dany.
- Solía amarte y casi te mato.
- Estabas enfermo, Miguel, tú no
tienes la culpa.
- Eso dicen mis médicos, pero no
cambia el hecho de que las voces me obligaron a clavarte un cuchillo desde la
clavícula al apéndice.
- He evitado verte durante trece
años, trataba de fingir que nada había ocurrido, pero esta cicatriz tiene la
puñetera costumbre de recordarme todos los días el pasado.
- ¿Para qué has venido, Dany?
- Al principio no lo sabía, ahora
sí, he venido a perdonarte.
- No deberías perdonarme, soy un
monstruo.
- Estás enfermo, Miguel y no eras
consciente de lo qué hacías.
Soy
médico, ¿sabes?
- ¿Médico?
- Mi doctor, Darío Pardo, me trajo de nuevo a la vida, yo me sentí en
deuda con él y estudie Medicina. Por eso sé los motivos por los cuales me
atacaste ese día. No eras tú, las conexiones de tu cerebro no estaban bien, fue
tu primer brote de Esquizofrenia. Ahora, con la medicación, puedes controlar
los síntomas.
No voy a engañarte, una parte de mí
nunca podrá perdonarte, me hiciste daño y no fue tanto el dolor físico como el
psicológico. Te amaba, tanto que te permití clavarme ese cuchillo. Me creí
Julieta, tenía diecisiete años y bastantes pájaros en la cabeza, pensé… no sé
lo que pensé en realidad, pero ¿sabes? Tras trece años he vuelto a verte, las
piernas me temblaron, recordé cómo me sentía al ser amada por ti y por ese
instante he decidido perdonarte.
No voy a volver nunca, no quiero
saber nada de ti nunca más. Sólo he venido para enfrentarme a mis fantasmas del
pasado y superarlos.
Durante
cinco años tenía pesadillas atroces, en ellas tú terminabas lo que empezaste.
Fui a psiquiatras, a psicólogos, me mediqué muchísimo y me aferré a mis libros
de Medicina para no pensar en ti, en lo que me hiciste.
Darío
tardó muchísimas horas en salvarme la vida, pero sobreviví.
-
Sé lo que te hice.
-
Sí, pero no entiendes cómo me sentí yo.
Me
rompiste el corazón y eso fue lo que más me dolió, no he sido capaz de amar a
nadie más, no confío en las personas y al único hombre que he amado, aparte de
ti, nunca me atreví a confesarle mis sentimientos. Lo veo todos los días y sé
que es feliz con su mujer, pero una parte de mí siempre se preguntará si podría
haber sido distinto.
Te perdí a ti, me perdí a mí y lo
perdí a él.
- Lo siento.
- Lo sé, Miguel. Te he dicho que
vine a perdonarte porque sólo de esa manera podré seguir adelante.
- Puedes decirme quién es, me
gustaría saberlo.
- No.
- ¿Serías feliz con él?
- Ni siquiera me lo he planteado
seriamente… es… complicado. Es hora de que me vaya, me da miedo estar más rato
aquí. – Reconocí. – Adiós, Miguel.
- Adiós, Daniela.
- Me alejé de Miguel, le dediqué una
última mirada antes de abandonar la habitación y cerrar la puerta. En el
exterior caminé varios pasos hasta que, finalmente, me senté en el suelo frente
al ascensor. El terror me consumió: reviví el momento, el dolor, la soledad…
Sentí una reconfortante mano en mi
espalda, levanté la cabeza y me encontré con la enfermera que me había
recibido.
- Ya te lo advertí, no era una buena
idea.
- Lo sé, pero me siento mejor.
- Me he dado cuenta, tú ya estabas
preparada para cerrar esa parte de tu pasado.
- ¿Por qué lo supo?
- Llevo trabajando aquí veinte años
y tengo experiencia. Ven, vamos a mi despacho.
- Pensé que usted era una enfermera.
- Lo sé, sígueme. – La mujer me
condujo a un despacho situado en la última habitación de la tercera planta.
Entré en él y me ofreció un té. – Me llamo Macarena Domínguez, soy la doctora
de esta planta.
- Gracias por todo, doctora
Domínguez.
- Es mi trabajo y, de vez en cuando,
es agradable ver a una persona afrontar sus traumas.
- ¿Supo quién era yo?
- Él tiene una foto tuya escondida
en el último cajón de su mesilla, cuando Gerardo me dijo que tenía una visita
joven se me ocurrió que debías ser tú y no me equivoqué.
- ¿Por eso vino a recibirme?
-
Debía asegurarme de que estabas preparada para ese encuentro.
Él
si lo estaba, llevaba trece años esperándolo.
- ¿Por qué no me lo dijo desde el
principio?
- Te habrías asustado.
- En realidad ya lo estaba, me costó
mucho entrar en su habitación.
- Lo imagino.
Dime
Daniela, ¿cómo te sientes ahora?
- Aliviada, he sido capaz de
enfrentarme a mi fantasma. Lo cual
resulta irónico, pues durante trece años ni los psiquiatras, ni los psicólogos,
me ayudaron a superarlo.
- Para avanzar debes enfrentarte a
tus miedos, es la única opción.
- ¿Cómo estará él?
- ¿Él?
Mejor,
necesitaba tu perdón.
-
No voy a volver, cerré mi pasado y no tengo intención de abrir la caja de los
truenos nunca más.
-
Lo comprendo.
-
Sólo… cuídelo, en realidad me da un poco de lástima. Si no me hubiera conocido
tal vez no le habría dado el brote y…
-
Lo habría hecho de una u otra manera, necesita tratamiento y no es culpa tuya.
-
Lo sé, pero lamento haber sido yo la responsable de su primer ataque.
-
No fuiste tú, sino él.
-
Conscientemente lo sé, pero en mi interior siempre me sentiré un poco
responsable.
-
Eso también lo comprendo.
-
Debo marcharme. – Me incorporé de la silla y le dediqué una sonrisa. – Gracias
por estar ahí cuando perdí los papeles y por el té.
-
Ha sido un placer, Daniela.
-
Adiós. – Me despedí, salí de la puerta, caminé hacia el ascensor y una media
sonrisa se dibujó en mi rostro al pensar en el trabajo.
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