lunes, 8 de febrero de 2016

La suerte es una cuestión de fe. Eso dice todo muchas personas que afirman que tal cosa como ésta existe. Luego están los que dicen que la suerte depende de cada uno y que, si piensas en positivo, sólo te ocurrirán cosas buenas. Así que, recuperado mi ordenador del virus, en el Tejedora de hoy voy a narrar una pequeña historia protagonizada por Suerte.

SUERTE
Suerte estaba sentada en su taburete, en el lugar donde viven los sueños de los hombres y sus más hermosas ilusiones. Ese era, en realidad, su lugar de nacimiento. El sitio donde había crecido y donde había aprendido algo sobre sí misma y el mundo que la rodeaba. De hecho, todos los miembros de su familia habitaban en ese mismo lugar, esperando el momento en que fueran requeridos.
En la parte de la cocina estaba su madre Esperanza, preparando su plato preferido. Con los pies sobre un taburete se encontraba su hermana Ilusión. 
Ilusión se alegraba por todas las cosas, si se caía una hoja, si nacía un potrillo, si alguien la saludaba... Siempre estaba de un humor excelente.
Su padre, Miedo, había ido al trabajo. De todos ellos era el más ocupado porque la mayoría de los seres humanos tenían miedo: de cumplir sus sueños, de no cumplirlos, de enamorarse, de no enamorarse, de caer, de no caer...
 Suerte pensaba que ser humano debía ser la cosa más difícil del mundo y de eso ella sabía un rato. Por alguna razón los seres humanos siempre se estaban acordando de ella.
 Cuando las cosas les salían bien decían que era una cuestión de Suerte.
 Cuando las cosas les iban mal decían que era por la mala Suerte.
 Si algo les salía mal, pero se acordaban de su madre Esperanza decían más Suerte la próxima vez.
 Suerte aquí.
 Suerte allá.
 Suerte arriba.
 Suerte abajo...
A ella no le molestaba que los hombres y mujeres se acordaran tanto de ella, de verdad que no, pero es que a veces tenía unas ganas locas de decirles que las cosas no dependían de ella, sino de ellos mismos.
 Suerte no elegía por el ser humano, no tomaba sus decisiones. Eso lo hacían ellos y, a veces, veían la cara buena de Suerte y otras la cara mala.
 Suerte en sí no era mala, todo dependía de si los hombres se acordaban más de su madre, de su padre o de su hermana.
 A veces Suerte anhelaba ser como Ilusión porque su vida era mucho más sencilla. Ningún humano decía que Ilusión era mala, su hermana brillaba siempre, incluso en las noches más oscuras.
 Su madre también estaba bien, los hombres se acordaban de ella siempre para bien, nunca la perdían de vista.
 Su padre, por otro lado, era el peor parado. Suerte sabía que la principal razón por la que los seres humanos hablaban mal de ella era a causa de su padre. El Miedo atenazaba sus corazones, los constreñía y no les permitía ver a su hermana o a su madre en cada oportunidad. Ser Miedo, sin duda, era mucho peor que ser Suerte. Al fin y al cabo, Suerte podía ser buena o mala según el día.
 Suerte pensó que, tal vez, no debía quejarse. 
 En ese momento se dio cuenta de que alguien la estaba llamando, se demoró un instante para saber cuál de sus dos caras debía mostrar. Quien la llamaba era una niña pequeña y Suerte se sintió feliz. Los niños siempre pensaban que ella era buena.
Con una sonrisa abandonó su butaca, empezó a caminar hacia la niña que la llamaba y pensó que, tal vez, si los adultos vieran las cosas con los inocentes ojos de un niño serían más felices.
FIN

Sé que es una reflexión breve, pero la verdad es que cada día estoy  más convencida de que deberíamos dejar atrás nuestros temores y empezar a soñar a lo grande, creer como Audrey Hepburn "Nothing is impossible. The word itself says I´m possible". O lo que es lo mismo, nada es imposible, la palabra en sí misma dice Soy posible.
Yo no sé si la Suerte existe, pero de lo que estoy convencida es de que el Miedo es el principal causante de nuestras dudas.
Y vosotros, ¿qué cara de Suerte veréis hoy?
Hasta el próximo Tejedora ;) 




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