miércoles, 9 de julio de 2014

Hola lectores, J hoy en “Tejedora” me gustaría hacer una reflexión sobre la tolerancia. En nuestro mundo actual es un bien escaso pues la mayoría de la gente juzga a los demás por su aspecto, por su raza y un largo etc. Desde esta bitácora os animo a todos que practiquéis la tolerancia y tratéis de conocer a gente con puntos de vista que difieran de los vuestros, así os podéis permitir largas charlas y debates sumamente interesantes que enriquecerán vuestra vida.
Yo creo que la tolerancia es algo te todos deberíamos de practicar y, por esa razón, hoy os cuento la historia de Diana y de su descubrimiento de un local donde la tolerancia es la tónica general.
Diana y la tolerancia
Escuchó sus pasos resonar en el pavimento, en el silencio de la noche sólo ella caminaba por la ciudad, contemplándola en su grandeza. Al contrario que a sus amigas a Diana le gustaba salir por las noches a caminar por la ciudad, le gustaban las formas que hacían las luces de neón en el pavimento y las farolas de la ciudad, parpadeando con cada suspiro.
Ese día había salido a pasear para despejar la mente, su trabajo era exigente y a ella le gustaba hacer las cosas bien. Se encargaba de la administración de una gran compañía aérea.
La vida la había dotado con un amplio sentido del deber y una visión honesta de las personas. Ella nunca exageraba las virtudes o los defectos de los demás si lo podía evitar, le gustaba observar las cosas por sí misma, tomar notas mentales, descifrar los enigmas de cada ser humano que se cruzaba en su camino y guardarse ese conocimiento para sí. En el fondo, era una persona práctica, muy capaz de usar en su propio beneficio las virtudes y defectos que veía en los demás. Quizás por esa razón le gustaba pasear por la noche, descubrir rincones que por el día eran invisibles y después compartir ese conocimiento con sus allegados y amigos.


Ese día descubrió un local pequeño, parecía semioculto en una de las calles más transitadas de la ciudad, era una pequeña cafetería con aspecto tenebroso a la luz del crepúsculo, pero su curiosidad innata la llevó a abrir la gran puerta que la separaba del local.
Al entrar lo primero que le llamó la atención fue la variopinta variedad de personas que había en ese local: góticos, punk, pijos, hipsters, frikis… Había representación de todas las tribus urbanas que conocía y de alguna que para ella eran completamente desconocidas. Sin embargo, no fue eso lo que causo mayor asombro en Diana, sino el hecho de que cada tribu estaba mezclada con las demás, compartiendo chistes, haciendo bromas, hablando en tono jovial y disfrutando de su mutua compañía. Diana casi estuvo tentada de pellizcarse para averiguar si era todo producto de su imaginación o un refugio en donde no importaba demasiado quién eras o cómo eras, donde la tolerancia era la clave. Se acercó temerosa a una de las mesas, sus ojos grises se cruzaron con un ojo maquillado con khol negro y un piercing en la nariz, el desconocido le ofreció una silla a su lado y Diana la aceptó.
- Bienvenida. – La saludó el resto de la mesa y ella se sintió reconfortada. En ese lugar había pijos, punks, emos e incluso un rockero más cercano a la edad de sus padres que a la suya.
- Hola. – Dijo y se encogió, temiendo ser una intrusa en una máquina muy bien engranada.
- Soy Héctor.- Saludó el rockero. – Ellos son Daría, Mario, Kevin, Jessica, Iria, Jacobo, Joaquín y este pendejo de aquí. – Dijo señalando a un labrador sentado a su lado en la mesa. – Es Timmy, la mascota.
- Guau. – Saludó Timmy y le ofreció una pata, con incredulidad Diana se la cogió y la sacudió.
- Así que has llegado a nuestro refugio armonioso. – Dijo la Jessica, la pija. – Aquí no juzgamos a nadie por su color, estilo, ropa etc. Todos somos iguales y nos reunimos para hablar de temas de lo más variopinto, hoy discutíamos sobre política.
- Es un debate interesante.- Intervino Joaquín, el roquero. – Hay visiones de todo tipo.
- ¿Tú qué opinas de nuestros políticos? – Indagó Iria, rapera.
- Que todos son unos corruptos. – Afirmó Diana y, de pronto, se vio inmersa en un debate de lo más interesante con un grupo de personas a las que nunca había visto antes de ese día y cuyas opiniones diferían mucho entre sí. El debate se alargó cuatro horas y, al concluir, Iria, Joaquín, Kevin y ella se cogieron un taxi para ir a sus casas, pues estaban todas en la misma zona.
Diana se despidió de ellos con una sonrisa, pagó su parte de la carrera, subió en el ascensor hasta su piso de alquiler y pensó que, ciertamente, todavía era posible encontrar un lugar en donde la tolerancia existía.
Al tumbarse en su cama pensó que, al día siguiente, le diría a todos sus amigos y allegados su nuevo descubrimiento y, también, que la tolerancia era un bien escaso en la sociedad actual.
Fin


Y, hasta aquí, el “Tejedora” de hoy. ¿Qué opináis vosotros sobre la tolerancia?
     Hasta la semana que viene J


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