Hola lectores, J hoy en “Tejedora” me gustaría hacer una reflexión
sobre la tolerancia. En nuestro mundo actual es un bien escaso pues la mayoría
de la gente juzga a los demás por su aspecto, por su raza y un largo etc. Desde
esta bitácora os animo a todos que practiquéis la tolerancia y tratéis de
conocer a gente con puntos de vista que difieran de los vuestros, así os podéis
permitir largas charlas y debates sumamente interesantes que enriquecerán
vuestra vida.
Yo creo que la tolerancia es algo te
todos deberíamos de practicar y, por esa razón, hoy os cuento la historia de
Diana y de su descubrimiento de un local donde la tolerancia es la tónica
general.
Diana y la tolerancia
Escuchó sus pasos resonar en el
pavimento, en el silencio de la noche sólo ella caminaba por la ciudad,
contemplándola en su grandeza. Al contrario que a sus amigas a Diana le gustaba
salir por las noches a caminar por la ciudad, le gustaban las formas que hacían
las luces de neón en el pavimento y las farolas de la ciudad, parpadeando con
cada suspiro.
Ese día había salido a pasear para
despejar la mente, su trabajo era exigente y a ella le gustaba hacer las cosas
bien. Se encargaba de la administración de una gran compañía aérea.
La vida la había dotado con un amplio sentido
del deber y una visión honesta de las personas. Ella nunca exageraba las
virtudes o los defectos de los demás si lo podía evitar, le gustaba observar
las cosas por sí misma, tomar notas mentales, descifrar los enigmas de cada ser
humano que se cruzaba en su camino y guardarse ese conocimiento para sí. En el
fondo, era una persona práctica, muy capaz de usar en su propio beneficio las
virtudes y defectos que veía en los demás. Quizás por esa razón le gustaba
pasear por la noche, descubrir rincones que por el día eran invisibles y después
compartir ese conocimiento con sus allegados y amigos.
Ese día descubrió un local pequeño,
parecía semioculto en una de las calles más transitadas de la ciudad, era una
pequeña cafetería con aspecto tenebroso a la luz del crepúsculo, pero su curiosidad
innata la llevó a abrir la gran puerta que la separaba del local.
Al entrar lo primero que le llamó la
atención fue la variopinta variedad de personas que había en ese local:
góticos, punk, pijos, hipsters, frikis… Había representación de todas las
tribus urbanas que conocía y de alguna que para ella eran completamente
desconocidas. Sin embargo, no fue eso lo que causo mayor asombro en Diana, sino
el hecho de que cada tribu estaba mezclada con las demás, compartiendo chistes,
haciendo bromas, hablando en tono jovial y disfrutando de su mutua compañía.
Diana casi estuvo tentada de pellizcarse para averiguar si era todo producto de
su imaginación o un refugio en donde no importaba demasiado quién eras o cómo
eras, donde la tolerancia era la clave. Se acercó temerosa a una de las mesas,
sus ojos grises se cruzaron con un ojo maquillado con khol negro y un piercing
en la nariz, el desconocido le ofreció una silla a su lado y Diana la aceptó.
- Bienvenida. – La saludó el resto de
la mesa y ella se sintió reconfortada. En ese lugar había pijos, punks, emos e
incluso un rockero más cercano a la edad de sus padres que a la suya.
- Hola. – Dijo y se encogió, temiendo
ser una intrusa en una máquina muy bien engranada.
- Soy Héctor.- Saludó el rockero. –
Ellos son Daría, Mario, Kevin, Jessica, Iria, Jacobo, Joaquín y este pendejo de
aquí. – Dijo señalando a un labrador sentado a su lado en la mesa. – Es Timmy, la
mascota.
- Guau. – Saludó Timmy y le ofreció
una pata, con incredulidad Diana se la cogió y la sacudió.
- Así que has llegado a nuestro
refugio armonioso. – Dijo la Jessica, la pija. – Aquí no juzgamos a nadie por
su color, estilo, ropa etc. Todos somos iguales y nos reunimos para hablar de
temas de lo más variopinto, hoy discutíamos sobre política.
- Es un debate interesante.- Intervino
Joaquín, el roquero. – Hay visiones de todo tipo.
- ¿Tú qué opinas de nuestros
políticos? – Indagó Iria, rapera.
- Que todos son unos corruptos. –
Afirmó Diana y, de pronto, se vio inmersa en un debate de lo más interesante
con un grupo de personas a las que nunca había visto antes de ese día y cuyas
opiniones diferían mucho entre sí. El debate se alargó cuatro horas y, al
concluir, Iria, Joaquín, Kevin y ella se cogieron un taxi para ir a sus casas,
pues estaban todas en la misma zona.
Diana se despidió de ellos con una
sonrisa, pagó su parte de la carrera, subió en el ascensor hasta su piso de
alquiler y pensó que, ciertamente, todavía era posible encontrar un lugar en
donde la tolerancia existía.
Al tumbarse en su cama pensó que, al
día siguiente, le diría a todos sus amigos y allegados su nuevo descubrimiento
y, también, que la tolerancia era un bien escaso en la sociedad actual.
Fin
Y, hasta aquí, el “Tejedora” de hoy. ¿Qué opináis vosotros
sobre la tolerancia?
Hasta la
semana que viene J
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