Capítulo 7
Darío
se desvaneció y sentí cómo todo mi mundo se volvía oscuro. Deseaba poder
aferrarle, tener la oportunidad de volver a abrazarlo, dejarme mecer entre sus
alas y pensar que todo estaba bien. Por
un momento temí caer en la espiral de dolor, pero entonces recordé todo lo que
había arriesgado por mí, todo lo que había dado por salvarme una vez más. Cerré
los ojos y me aferré a su recuerdo, lo guardé en el rincón más secreto y
profundo de mi alma, después cogí su hermosa ala blanca y la besé.
-
No te voy a decepcionar, Darío, Dariel, esta vez voy a hacerlo bien.- Acaricié
la pluma una vez más, después busqué mi joyero favorito y la escondí en su
interior.
Acuérdate
de respirar. Me repetí a
mí misma como un salmo.
La
vida me había dado patadas, pero yo seguía de pie. Quizás me dolían un poco más
las cicatrices, tal vez me arañaban con más intensidad los recuerdos dolorosos,
pero en ese preciso segundo decidí aferrarme a ella como lo había hecho trece
años atrás. Con esperanza, con furia, con rabia, con anhelo, con deseo y con
amor, un profundo amor a quién me había dado la oportunidad de volver a
caminar.
Escondí
el joyero en el último cajón de mi armario. Fui hacia la cocina, me preparé la
cena, vi la televisión y retomé mi vida.
-
Si pudiera cambiar una sola decisión de mi vida, elegiría salvar a Darío como
él me salvó a mí. – Dije al aire.
Caminé
hacia mi dormitorio, me escondí entre mis sábanas y no derramé ni una sola
lágrima. Había llorado demasiado, era hora de despertar y dejar de lamentarse
por un pasado que ya no podía cambiar.
Esa
noche no busqué a Darío en mis sueños, me busqué a mí misma.
A
la mañana siguiente me desperté de buen humor, me dediqué a mimarme un poquito
hasta la hora de reunirme con Mónica y decidí no hablarle de mi encuentro con
Darío porque le haría daño.
Mi primer día de mi renovada vida
transcurrió con mucha calma. Volví a apreciar la belleza de las pequeñas cosas.
El milagro de todos los días: niños jugando, madres, padres, gente yendo a sus
trabajos, adolescentes besándose a escondidas en el rincón más oscuro de un
parque, sonrisas robadas, sonrisas prestadas, sonrisas regaladas, medias sonrisas…
Y decidí disfrutarlo.
La
Tierra seguía girando, no se había detenido. Por primera vez presté atención a
los latidos de mi corazón, me recreé imaginándome los múltiples músculos,
huesos y órganos que formaban mi cuerpo. Fui consciente de mi cicatriz, un
recuerdo constante de que una vez amé tanto como para dejarme morir por ese
amor.
Había
dejado de ser un mero espectador del mundo, a partir de ese momento iba a
vivirlo, iba a exprimir todo el jugo de la vida, pues yo había sobrevivido.
Acuérdate
de respirar. Fortalece los recuerdos buenos, desecha los pensamientos
negativos.
Hoy
empiezo a escribir mi vida y lo haré con mayúsculas. Por Darío, por Dariel, por
la adolescente de diecisiete años que abandoné en aquel hospital. Por mi
familia, por mis amigos, por mis antiguos pacientes y por todos los nuevos. Mi
vida, me pertenece a mí y nunca voy a permitirme perderla de nuevo. Un médico
luchó por dármela y un Ángel murió por devolvérmela.
Si
soy tan estúpida para derrocharla otra vez me cabrearé mucho conmigo misma.
Estoy
viva y mientras hay vida, queda esperanza.
Al
llegar a mi casa cogí los apuntes que había tomado con Mónica y empecé a
leerlos. Tenía en mi poder el historial de veinte pacientes con los mismos
síntomas de Miguel, de esos me quedaría con sólo diez a los que visitaría
periódicamente durante dos años para aprender de ellos, de su experiencia, de
sus temores, de sus motivaciones…
Dos
años para comprenderle a él y para entenderme a mí, dos años para recuperar mi
vida.
A
partir de ese momento puse mi empeño en lograr mis objetivos, luché con más
ahínco y recuperé mi existencia.
Dos
años más tarde…
Amaneció
como cualquier otro día, era quince de septiembre.
Hacía
quince años, Miguel había tratado de segar mi vida, hacía dos, mi Ángel de la
Guarda fue castigado por tratar de salvarme de mi propia oscuridad.
Me
desperté de buen humor, a pesar de haber pasado toda la noche en urgencias.
Me
duché, me arreglé el pelo, pedí cita a la peluquería porque necesitaba con
urgencia un nuevo corte y reflejos, me maquillé, me eché mi perfume favorito y
salí.
Tenía
el día libre.
Algo
en mi interior me empujó a la floristería, cogí un hermoso centro y lo lleve al
cementerio. La tumba de Darío seguía en el mismo sitio, estaba limpia, muestra
de que Mónica o algún miembro de su familia habían ido hacía poco tiempo a
arreglarla.
Observé
alrededor a esas horas, eran las nueve de la mañana, no había nadie en todo el
cementerio.
-
Hola Darío. – Mi voz me sonó extraña, tan temprano y en un sitio tan tranquilo.
– Sé que no he sido muy buena contigo, no me he acercado por aquí desde que
desapareciste de mi vida en un aleteo. Debes perdonarme, no tenía valor o
fuerza para venir. Me sentía terriblemente desolada, devastada y, de algún
modo, pensé que si no venía a visitar tu tumba tal vez volverías una vez más a
mi vida envuelto en tus maravillosas alas blancas.
Me
han pasado muchas cosas desde que nos despedimos.
Seguí
adelante con mi tesis doctoral, la leo en dos semanas, Mónica ha sido de gran
ayuda todo este tiempo. Tiene una familia maravillosa, a veces me ofrezco para
ser canguro de sus hijos mientras ella y su marido salen.
Volví
otra vez al hospital, a urgencias. Los primeros días se me hizo cuesta arriba,
lo reconozco, más de una vez me iba a cama llorando si perdía a algún paciente,
pero finalmente me he adaptado al ritmo y ya no sufro tanto. Muchos de ellos
tendrán ahora alas blancas como las tuyas y estarán protegiendo a sus seres
queridos.
Soy
madrina, mi ahijada es revoltosa, juguetona y tremendamente pelirroja. Su madre
y yo estamos seguras de que es por la salsa barbacoa, consumió cantidades
indecentes durante el embarazo.
No
me he vuelto a enamorar de ningún chico malo, ya no me gustan ese tipo de tíos.
Es normal, una vez has conocido el amor de un Ángel no puedes conformarte con
cualquier otra cosa.
A
veces me siento un poco sola, por eso he decidido adoptar un bebé. He empezado
a tramitar todos los papeles, espero que me acepten. Puedo ser una buena madre
aunque no tenga una pareja. Mi hermana, mi cuñado y mi ahijada se han
comprometido seriamente a cuidarlo cuando venga. No te voy a engañar, no se me ocurriría
dejarlo a solas con mi pelirrojísima ahijada o me lo volverá tan travieso cómo
lo es ella.
Mi
madre está furiosa, últimamente blasfema frecuentemente, espero que tus
superiores no se lo tengan mucho en cuenta. Le conté lo nuestro y, bueno, le
pareció ciertamente injusto que tus jefes te hayan castigado.
No
te preocupes, yo sigo rezando y no estoy molesta con ellos. Al principio estaba
furiosa, fui indignada a hablar con el padre Ignacio. Él estuvo de acuerdo con
todas mis quejas, pero me soltó aquello de “Los caminos del Señor son
inescrutables” y casi, casi, le lanzo mi zapato a la cabeza.
Ahora
sigo rezando a mi Ángel de la Guarda, no sé quién será, pero no voy a quejarme nunca
más, no vaya a ser que me lo quiten.
Ayer
salvé a una niña pequeña, muchos de mis compañeros decidieron rendirse con
ella, pero yo no. Aprendí del mejor doctor y nunca dejo de luchar. A veces
consigo derrotar a la Parca, aunque no siempre y no tantas como me gustaría.
Hoy
me siento un poco tristona, hace quince años te conocí y atesoro ese recuerdo
en lo más profundo de mi ser. Perdona, no es cierto, hace quince años tú me
conociste a mí, pero yo a ti no. No me
lo tengas en cuenta, tenía todas las vísceras fuera y no estaba como para tirar
cohetes…
-
No bromees sobre algo tan serio, Dany. – Susurró una voz.
-
Bromear en las situaciones más absurdas es… - Dije, antes de darme cuenta de a
quién pertenecía la voz que me había hablado.
Me
giré lentamente, esperando encontrarme a Dariel con sus inmaculadas alas
blancas en la espalda, pero no las tenía.
-
¿Qué te ha ocurrido? – Le pregunté antes de acercarme, tenía miedo de que fuera
sólo una alucinación.
-
Me desterraron a la Tierra. – Contestó él con una sonrisa en los labios.
-
¿Te desterraron?
-
Los superiores estuvieron mucho, muchísimo tiempo, debatiéndose sobre mí o mi
futuro. Durante dos años me permitieron estar arriba, pero me quitaron las alas
para impedirme bajar a verte. Ellos sabían que si las tuviera volvería a por ti
una y otra vez.
Nunca
dejaría de intentarlo.
Al
final, una considerable cantidad de personas recién llegadas arriba vinieron a
hablar con mis jefes. Todos ellos llevaban una oración prendida en sus labios de
una joven doctora, quien rezaba para que sus almas llegaran a salvo a su
destino. Son muchas almas agradecidas en dos años y decidieron darte la
oportunidad de cambiar una de las decisiones de tu vida.
Lo
curioso es que Adriel, tu nuevo Ángel de la Guarda, les contó tu decisión.
Según él, tus palabras textuales fueron: Si pudiera cambiar una sola decisión de mi
vida, elegiría salvar a Darío como él me salvó a mí.
La
petición era un tanto atípica y
debatieron largamente sobre ella. Adriel entonces se puso un poco impertinente,
insultó a los altos mandos y les reprochó su ineptitud. Recibió una buena
amonestación, pero optaron por hacerle caso y ahí entro yo.
Me
llamaron al orden, me cortaron las alas y me empujaron de nuevo aquí.
Hoy
es el mi primer día en la Tierra, han tenido que borrar muchas memorias, pero
no la tuya. – Darío se me acercó. – Tú recuerdas mi muerte, así como recuerdas
mi vida porque tu alma y la mía están prendidas desde ese quince de septiembre
de hace quince años.
Mira.
– Me señaló la tumba frente a la que estaba, ahora estaba vacía. – No morí, no
hubo accidente.
Han
reescrito la memoria de nuestros seres queridos, para ellos estamos prometidos
desde hace dos años. – Darío tomó mi mano entre la suya, en las dos había dos
alianzas de oro blanco, con una pluma tallada.- Eso fue un extra de Adriel. –
Dijo con una sonrisa. – Tú sabes la verdad y yo también, nuestras almas se
pertenecen y por eso estamos aquí, quince años después de nuestro primer
encuentro.
Con
lo cual, amor mío, tú me has salvado la vida a mí.
Estamos en paz.
Ahora
somos libres para vivir felices, si aún lo deseas.
-
¿No te vas a ir a ninguna parte?
-
Te prometo que no.
-
¿Me vas a querer incluso cuando tenga ochenta años y dentadura postiza?
-
No.
Te
voy a querer más allá de esta vida.
-
Tendremos que planificar una boda, ¿no? – Dije y lo besé con todo mi corazón. –
Doctor Pardo me casaré contigo, pero no has pedido mi mano propiamente.
-
Creo que sí lo hice, hace dos años. – Darío se arrodilló ante mí. – No me
importa hacerlo dos veces.
Daniela,
te amo, deseo casarme contigo y vivir a tu lado lo que me quede de vida. Prometo serte fiel, cuidarte, protegerte y
amarte, siempre y cuando tú me regales tu sonrisa todas las mañanas de mi
vida.
Soy
tuyo, te pertenezco.
-
Doctor Pardo, me casaré contigo. Prometo amarte, cuidarte, serte fiel y
protegerte. Estaré a tu lado cuando se
te caigan todos los dientes y te quedes calvo, a cambio, dime todos los días “Acuérdate
de respirar”
La
vida a partir de ese momento se volvió maravillosa para mí.
A
mi lado tenía a un hombre que había amado con intensidad durante quince años,
una vida a la que me había aferrado con uñas y dientes cuando todos los demás
no habían creído que pudiera sobrevivir y un Ángel de la Guarda llamado Adriel
al que mi prometido y yo rezábamos todos los días para agradecerle que nos
hubiera regalado la oportunidad de ser felices juntos: Ángel de la Guarda, dulce
compañía. No me dejes sola ni de noche ni de día, que me perdería.
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