domingo, 27 de enero de 2013

Hoy empiezo a publicar la segunda versión de "La decisión", en esta los protagonistas siguen siendo los mismos, pero su historia es algo diferente a la primera. Como en la versión inicial, Daniela está tratando de encontrar su camino y esta vez, no será un ángel quien le ayude en el camino.

Capítulo 1
- ¿Estoy muerta o estoy borracha? – Indagué al verlo aparecer de la nada. Ocurrió en un instante, oí un estruendo y lo vi: alto, delgado, pelo negro coronado por una aureola plateada. No supe determinar su edad  ya que sus facciones eran de un hombre en la treintena, pero sus ojos hablaban de años de sabiduría. Me quedé pasmada y sin pronunciar ni una sola palabra.
Se me quedó mirando con infinita paciencia, una expresión pétrea de quién ha vivido la misma experiencia miles de veces. Después caminó hacia mí, me tendió la mano y me sonrió.
- Un poco de los dos.
 Has tenido un mal año, ¿eh?
            - ¿De dónde has salido? – Conseguí preguntarle tras diez minutos de silencio.
            - Del cielo, soy tu Ángel de la Guarda, mi nombre es Dariel.
            -¿Mi Ángel de la Guarda?
            - He venido para ofrecerte la posibilidad de cambiar una de las decisiones que  has tomado en tu vida.
- Cuando me ofreció la posibilidad lo primero que pensé fue ¿Cuál?
Me había equivocado al menos unas cien veces,  y todas en un solo año, para ser honestos a los 30 había caído en una espiral de decisiones equivocadas que afectaron de forma negativa a mi vida.  Empezando por dejar mi tesis doctoral a causa de mi director, un tipo con un serio trastorno de bipolaridad: un día me alababa, al día siguiente me lanzaba puñales. El último mes no había sido capaz de centrarme en la investigación para avanzar. Estaba demasiado ocupada tratando de ver por dónde me vendría el tortazo.
Así que la dejé, no tenía el más mínimo interés en acabar trastornada, no más de lo que ya estaba.
Y terminando por la manera en la que mandé a mi mejor amiga a la mierda por culpa de un chico.  Uno cualquiera, ni siquiera “el chico”, entendiendo el concepto como el amor de mi vida, uno hasta aburrido.
            Y entonces me reí, no lo pude evitar.           
            Ya sé que reírte de tu Ángel de la Guarda, cuando por fin toma la decisión de hacerse corpóreo y concederte un deseo, no es lo más sensato del mundo. Porque, no nos engañemos, nuestros Ángeles guardianes son los que se ocupan de que no nos caigamos, de que nuestros padres no nos pillen en nuestras mentirijillas...
 Mucho trabajo, muy poca compensación.    Lo único que reciben por su atención cuidadosa es una pequeña oración y no demasiado inspirada. “Ángel de la Guarda, dulce compañía, no me dejes sola ni de noche ni de día que me perdería”. Nada de gracias por escucharnos, nada de te mereces unas vacaciones, ni tan siquiera un por favor.
            Me reí tanto que la mandíbula se me desencajó, él me observó con su rostro impasible. Como mi ataque de hilaridad no cesaba, agitó sus alas con enfado, susurró un “ya me lo dirás cuando lo pienses” y del mismo modo que apareció, se desvaneció.
            Al verlo marchar me arrepentí un poco de mi actuación pues no creo que sea fácil, para un Ángel, tomar la decisión de hacerse corpóreo y conceder un deseo a su protegido. Lo que es más,  debe doler bajar del cielo para escuchar las peticiones de una desagradecida o desagradecido humano.


Entonces se me ocurrió que, probablemente, el Ángel ni siquiera era real sólo  producto de mi imaginación embotada por culpa del estrés y, algo también tendrían que ver, los veinte cócteles que había consumido desde por la mañana entre margaritas y daiquiris de plátano.  Sé que el alcohol no es la solución, pero ese día me pareció muy sensato beber hasta desmayarme.
            Cuando desperté a la mañana siguiente tenía un dolor de cabeza infernal, el estómago en un nudo y la mente en otra dimensión.  Caminé hacia la ducha, me metí bajo el chorro de agua caliente y pensé que no me importaría que mi Ángel de la guarda se me apareciese otra vez.
            En fin, como mi mente alcohólica lo había imaginado estaba bastante bueno. Ojos verdes, hoyuelos en la mejilla, pelo negro, pecas en la nariz, hombros anchos, cintura estrecha, reloj de bolsillo con una cadena de plata, pantalón vaquero ajustado, camisa blanca y chupa de cuero.
            En esas divagaciones estaba cuando el teléfono de mi casa comenzó a sonar. Salí corriendo de mi dormitorio y me encaminé hacia el salón.
            - ¿Diga?
            - Buenos días, princesa.
¿Cómo te has despertado esta mañana?
            - Acabo de tener el sueño más raro de mi vida y tengo una resaca de mil demonios.
            - Te he dicho mil veces que si sigues así tu hígado no lo va a resistir. Sólo llamaba para recordarte que hoy tienes turno.
            - Lo sé, jefe.
            - Bien, te veo en unas horas.
            - Hasta dentro de unas horas.
            Al colgar el teléfono me quedé reflexionando sobre el extraño sueño del ángel. Además, las palabras de mi jefe me recordaron, una vez más, la espiral de destrucción en la que había convertido mi vida.
            Todo había empezado trece años atrás. La fecha parecía lejana, pero en mi interior era como si no hubiera pasado ni un día desde ese instante: el momento en que mi novio había ido a mi casa con un cuchillo de carnicero y me había rajado desde la clavícula hasta el apéndice.
            Cuando me estaba debatiendo entre la vida y la muerte, antes de quedar inconsciente, sólo atiné a pensar que esas cosas sólo ocurrían en las películas. En la vida real, tu novio no iba hasta tu casa y te mataba sin más. Sin embargo, tengo una cicatriz desde mi clavícula hasta el apéndice, la cual me recuerda todos los puñeteros días de mi vida que la realidad supera con creces la ficción.
 A pesar de ello, hace muchos años, decidí seguir viviendo. Quizás decir “vivir” es un poco presuntuoso, más bien llevaba trece años sobreviviendo, coqueteando con la muerte cada día. 
Así pues, decidí plantearme mi situación. El sueño del ángel había sido un toque de atención por si deseaba seguir así o agarrar la vida por los cuernos y tirar para adelante.
Acuérdate de respirar. Pensé y me di cuenta de que llevaba muchísimo tiempo sin recordar ese mantra. Esa frase me había ayudado durante la recuperación, me había guiado años después de que la muerte me hubiera pasado casi rozando y me obligaba a seguir adelante,  pues era un recuerdo del milagro de mi propia existencia.
Estoy viva, es un milagro y durante trece años he pasado por mi vida como un espectro de mi propia existencia, tal vez es hora de madurar y seguir adelante.  Me dije a mí misma y decidí hacerlo.
A primera hora de la mañana, tras la borrachera del día anterior, mi casa parecía una verdadera jungla. Había ropa tirada por todas partes, botellas de ron y de whiskey en cada rincón de mi salón y decidí poner un poco de orden antes de seguir con mi día.
En un instante recogí la casa, limpié el suelo, fregué los vasos que había esparcidos por cada rincón de mi vivienda, limpie el polvo y pasé la aspiradora. Al concluir mis labores domésticas observé que mi hogar, parecía por fin uno y no una jungla.
Me senté en el sofá y observé la foto que había colgada de la pared. Era yo, trece años atrás, con el médico que me había salvado la vida.
Darío. Pensé y sonreí.
La realidad es que amaba a ese hombre y dolía. Él me había colocado todas las vísceras cuando mi ex intentó matarme, durante mi recuperación estuvo a mi lado, me escuchaba, me daba consejos, fue una guía en el camino y, en algún momento, lo había empujado a huir de mí. No puedo culparlo de ello, también yo lo habría hecho. Él me regaló la vida y yo me dediqué durante trece años a coquetear con la muerte: alcohol, drogas, sexo sin protección, locales de mala muerte, novios maltratadores…
La lista era infinita.
Me acerqué a la foto y acaricié la imagen de él, lo añoraba.
Debo cambiar de vida, pero, ¿por dónde empezar?

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