Capítulo 8
Escuché su oración, sentí su
necesidad, su miedo, la cantidad de valor que había precisado para dar un paso
tan importante y me aparecí ante ella dejando, por un instante, el resto de mis
cargas humanas desatendidas. Ninguna de ellas estaba en peligro, no me
necesitaban, pero ella sí.
- Daniela. – Le dije, ella
me miró con sus insondables ojos verdes, después se aproximó a mí, me rodeó con
sus brazos. Noté su cuerpo tembloroso, sentí su miedo, su dolor y, sobre todo,
sentí su amor. Era palpable, lo podía tocar con la punta de los dedos. La
contemplé y me dejé arrastrar por ella, su amor me traspasó el corazón, sin poder
evitarlo, la besé.
Toda mi vida humana me
pareció absurda, inútil porque en ella, Daniela, no era más que una paciente. Al
principio un número más de mi lista de éxitos hasta que se convirtió en algo
más.
La realidad me golpeó, la
observé durante un instante, pero me pareció una eternidad. Ese sentimiento
había estado allí desde el principio, por eso me había implicado en su
recuperación, por eso sacaba horas de mis horas para poder estar con ella.
¿Cuándo me enamoré de
ella?¿En qué momento dejé de un lado mi juramento hipocrático para entrometerme
en su vida?
Adriel lo sabía.
Por eso me había repetido
tantas veces las reglas prohibidas, los pasos que no debía dar, aún sabiendo
que las rompería todas por estar con ella, comprendiendo que mi existencia
había quedado ligada a la suya de por vida.
No la había espiado porque
me preocupara su salud.
No había vigilado sus pasos
para que no se equivocara.
Lo había hecho para estar
con ella, incluso desde mi cielo.
¿Desde cuándo el amor se
había vuelto tan complicado?
A veces recordaba vagamente
mi relación con Mónica, nunca había sido tan complicada, probablemente porque
nunca la había amado como amaba a Daniela.
Mi Daniela.
Mía porque yo la había
salvado.
Mía porque ella me había
salvado a mí.
Mía porque yo la amaba.
Mía porque ella me amaba a
mí.
Mía.
Suyo.
Suyo porque le pertenecía.
Suyo porque nunca me había
sentido tan vivo.
Suyo porque siempre lo había
sido, desde el principio, desde el día de su nacimiento y el día de mi primera
muerte.
Los Superiores no lo
comprendían y yo, tampoco.
- ¿Estás bien, Dani? –
Pregunté, por primera vez omitiendo su nombre completo, había traspasado la
barrera y, a partir de ahí, me movía en un terreno inexplorado.
- No.
Quería
decírtelo, Doctor Pardo, creo que estoy enamorada de ti.
- Yo estoy enamorado de ti y, no lo creo, Dani, lo
sé con certeza.
- ¿Por qué?¿Cuándo?
Y sobre todo, ¿por qué no me lo dijiste?
- No sé el porqué o el cuándo, yo acabo de
descubrirlo.
- No es justo.
- ¿El qué?
- Que yo esté viva y tú muerto, que yo sea una
simple humana y tú un ángel. Sobre todo, que ese borracho se cruzara en tu
camino terminando antes de que empezara nuestra historia de amor.
- ¿Nuestra historia de amor? – Pregunté y no pude
evitar sonreír.- En realidad no ha terminado, estoy aquí, y no me iré a ningún
lado, soy un Ángel inmortal.
- Pero yo no.-Aseguré y me perdí en sus hermosos
ojos verdes.- Envejeceré… ¡moriré!
- Amor. – Susurré y me gané una hermosa sonrisa de
mi alma gemela. – Yo también morí y ahora tengo este par de bonitas alas
blancas, a ti también te las darán.
- No lo sabes.
- Tengo fe.
- ¿Por qué me has hecho esto, Darío?¿Por qué
decidiste aparecer después de tanto tiempo?
- Creí que esa parte había quedado clara, lo hice
porque te amo.
- ¿Por qué?
- Nadie lo sabe, ni mis Jefes ni yo. Tu alma y la
mía están prendidas o, al menos, eso es lo que Adriel cree.
- ¿Adriel? – Pensé por un segundo en mi Ángel de la
Guarda de la infancia, siempre lo había visto en sueños, era pelirrojo con un
par de hermosos ojos de color turquesa. - ¿Conoces a Adriel?
- Él me asignó a ti, por alguna razón cree que tú y
yo debemos estar juntos, aunque nunca me lo ha dicho directamente.
- ¿Y eso en qué lugar nos deja? – Preguntó y me reí
por primera vez en trece años. - ¿Te ríes de mí?
- Eso mismo le pregunté a Adriel, amor, sin embargo
no tenía las respuestas y admito que yo tampoco.
- Genial.- Murmuró. – Me he enamorado de un ángel,
me encantaría saber qué pensarían las monjas de mi colegio al respecto.
- Probablemente te llamarían bruja. – Contesté y
acaricié su hermoso cabello, después la envolví en mis alas para transmitirle
el calor de mi cuerpo y mis profundos sentimientos hacia ella. – A partir de
aquí tendremos que improvisar, no sé a dónde nos llevará esto, ni la reacción
de mis superiores, por ahora debemos mantenerlo en secreto.
- Eso es fácil, no puedo ir diciendo por ahí que mi
novio es un ángel de la guarda. Me meterían en un psiquiátrico con suerte, con
mala suerte me trasladarían al sanatorio de Miguel.
- Me tengo que ir… - Susurré sin querer separarme de
ella, pero sin poder evitarlo. – Un protegido me necesita. – Me despedí con un
beso y dejé a mi Dani pensativa.
No había dudas en su corazón sobre nosotros, estaba
decidida a darnos una oportunidad y me pregunté si yo sería capaz de dárnosla
también.
Quería hacerlo, pero una parte de mí temía que si
los Jefes lo descubrían tal vez nos separarían y eso, era algo para lo que no
estaba preparado.
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