miércoles, 2 de octubre de 2013

Capítulo 9
Cuando Dariel, mi Darío, se marchó me quedé pensativa y me sentí la princesa del cuento de Hadas. Tenía un príncipe encantador, con el cuerpo más irresistible del mundo y la magia de un Hada Madrina. Mi mente racional se negaba todavía a aceptar esa realidad, era más fácil huir, fingir que lo mío con Darío, Dariel, era una locura pasajera, pero en el fondo de mi corazón sabía que era  quien había buscado toda mi vida.
Su sola presencia me hacía sentir completa, como si lo único importante fuera el ahora y no el después.
Por primera vez en mi vida dejé de preocuparme por el futuro o la soledad. No tenía ninguna de las dos cosas.
El futuro era un camino indescifrable, lleno de preguntas y sin ninguna respuesta. Creía en Dios, pues había sido criada en un colegio de monjas, pero nunca había sido una devota cristiana. Las dudas pululaban en mi mente a un ritmo frenético, sin embargo con un poco de suerte tendría al menos otros cuarenta años para tratar de encajar mi situación. Era una simple mortal y mi alma gemela un ángel. Sonaba ridículo en mi cabeza, pero era la verdad. Lo sabía; él y yo estábamos hechos para encajar.
La soledad nunca había sido algo real, desde el cielo mi hermoso ángel de la guarda había velado por mí durante esos trece años.
Si lo pensaba en realidad tenía mucho sentido. Durante algún tiempo había planeado seriamente acabar con mi vida de la manera más digna posible, no soportaba ver la cicatriz que me cruzaba el torso, no podía aguantar otra noche teniendo terribles pesadillas y, al menos en un par de ocasiones, se me había presentado la oportunidad ideal para intentarlo, pero acababa desistiendo porque una vocecita en mi interior, Darío, me impedía dar el paso final.
Honestamente, en ese momento la vida me parecía un poco mejor y confiaba en el futuro de todo cuento de Hadas: “vivieron felices y comieron perdices”.
Vale, estaba el asunto de mi mortalidad y su evidente inmortalidad.
De que mi belleza se iría ajando con el paso de los años, mientras la suya permanecía impertérrita.
De la imposibilidad de tener hijos, en fin, no veía nada claro tener que explicar a mis hijos por qué razón su padre seguía joven y nosotros envejecíamos.
Siempre había querido tener hijos, pero dadas las circunstancias debería pensar en adoptar y no someterlos a… no sé, sentirse unos inadaptados porque su madre tenía una cicatriz en el torso bastante visible y su padre un par de hermosas alas de color perla.
Me obligué a pisar el freno al comprender que estaba planeando una vida con Darío sin hablarlo con él. Si íbamos a arriesgarnos a romper todas las normas, al menos debía planificarlo con la ayuda de mi… ¿novio?
La palabra sonaba rara en mi cabeza, así que dejé de darle vueltas. Estas eran mis cartas y las jugaría lo mejor posible.
- Adriel. – Lo llamé sin confiar en que se apareciera, pero una característica de mi primer Ángel de la Guarda, que había olvidado tras trece años, era ser impredecible.
- Sabía que tendríamos esta conversación. – Aseguró con su cálida voz y me giré para volver a encontrarme esos ojos turquesa tan imprevisibles, los cuales cambiaban según su humor.
- Me abandonaste.
- No, estuve a tu lado todo el tiempo, pero la Parca había tejido su hilo y no podía llegar a ti.
- Te llamé muchas veces.
- Oí todas y cada una de tus oraciones.
- Y no viniste.
- Sólo pude enviar a tu hermana. – Dijo disculpándose y sus alas cayeron a sus costados.
- Entonces sí me salvaste. – Aseguré y él me miró con una tormenta de tristeza en sus ojos, los cuales estaban en ese instante de un color gris plomizo.
- No fue suficiente, quise hacer más. – Murmuró, apesadumbrado.- Eras mi favorita. – Reconoció, sus alas se tornaron de un ligero tono rojizo, lo cual me recordó a los humanos comunes y corrientes sonrojándose.
- ¿Fuiste tú quién me colocó en la cama de operaciones de Darío?
- Sí. Darío era uno de mis protegidos, pero no me esperaba las consecuencias. El engranaje del destino volvió a activarse, vuestras vidas se cruzaron por segunda vez y ninguno comprendemos el motivo o la razón.
- ¿Tienes una teoría al respecto?
- Podría ser…
- ¿Me la cuentas por descabellada que sea?
- Estáis destinados, llámalo destino, plan divino o como quieras, pero vuestro encuentro no fue fortuito o casual, vuestras vidas siempre han estado moviéndose en paralelo, buscando puntos comunes. Los ha habido, pero ninguno lo sabe.
- ¿Por ejemplo?
- El día que conociste a Miguel, Darío estaba en ese mismo bar después de una guardia demasiado larga.
- ¡Vaya! – Me sorprendí.
- El día de su primera muerte, tú naciste. El día de tu muerte, él estaba de guardia cuando no era su turno…
La lista es larga, zigzaguea por muchas partes, pero siempre llega un momento en el que vuestros caminos se cruzan.
- ¿Y en qué punto estamos?
- En el de que puede pasar cualquier cosa. No hay precedentes en la historia de la humanidad, sois un caso excepcional.
- ¿Qué nos hace diferentes?
- Ojalá lo supiera, Dani, pero estoy varado en las arenas movedizas como vosotros; nos movemos en un terreno improbable.
- De acuerdo, me alegro de verte. – Susurré y lo abracé con intensidad. – Gracias por haberme dejado ser la protegida de Darío y, la próxima vez, no tardes trece años en aparecerte.
- ¿Me perdonas? – Indagó inseguro.
- No tengo nada que perdonarte, la Parca nos colocó en el mismo hilo y nos usa como títeres para su propio divertimento. No me importa, he llegado a un punto en el que todo me da igual, paso de preocuparme, seguiré avanzando, aunque sólo sea un pasito pequeño cada día.
- Empiezas a parecerte a la Daniela de tu infancia.
- Me siento como ella, el proceso ha sido duro, he tenido que curar muchas cicatrices, pero me alegro de haberte conocido a ti y a él.
- Me sonrió con complicidad, después me envolvió en un abrazo protector y se desvaneció.

Sonreí, estaba bien tener un Ángel de la Guarda, pero era mucho mejor tener dos.

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