viernes, 25 de abril de 2014

Mi reflexión del día de hoy es sobre las personas que mueren y sin embargo dejan una marca indeleble en nosotros. Yo he perdido a mi padre, a mi abuela y a mi padrino y ninguna de las veces estaba preparada para su muerte, pero la vida tiene sus propios planes y no respeta los deseos de nuestros corazones. Siempre digo que la vida nos da lecciones, aunque no queramos aprenderlas.
Yo quiero pensar que cada una de estas personas ha dejado en mí una huella imborrable y que soy la persona de hoy en día gracias a las lecciones que aprendí de cada uno de ellos.
De mi abuela he cogido su capacidad para contar historias, era la mejor narradora que he conocido en mi vida y de pequeña me podía pasar horas muertas escuchándola hablar sobre su vida y experiencias porque fue una mujer que vivió muchas experiencias, algunas buenas y otras malas; recuerdo sobre todo cuando me hablaba de cuando estuvo en Cuba.
De mi padre he heredado prácticamente todos sus gestos, sus manías y, según mi madre, su capacidad para soñar. Mi padre era un gran soñador y un artista increíble, nunca se dedicó a una profesión artística fue constructor toda su vida, pero sin embargo tengo varios álbumes de fotos suyas y tenía un ojo increíble para captar las imágenes más cotidianas y convertirlas en auténticas obras de arte.
Y de mi padrino aprendí a no rendirme jamás, a seguir luchando. Mi padrino era un hombre excepcional y tenía la maravillosa costumbre de superar siempre las expectativas de los demás, era cariñoso, amable y luchador. Además me dio uno de los mejores regalos que tengo, una ahijada a la que adoro y que, como su padre, es una luchadora nata.
Por eso hoy quiero escribir un breve relato sobre la pérdida y cómo ésta nos afecta, si leéis este blog de forma habitual ya sabéis que tengo debilidad por los Ángeles y me gustaría que a todos vosotros el Ángel de mi historia os recordara a esa persona que perdisteis y que, sin embargo, ha dejado en vosotros su huella indeleble.
ÁNGEL
Fue un día cuatro de agosto cuando murió, nadie esperaba ese desenlace y menos de la forma en la que llegó. Él siempre había sido un hombre fuerte, curtido en mil batallas, pero nada se podía hacer contra la Guadaña de la Parca. Los primeros días su hija miraba al cielo, preguntándose por qué había ocurrido todo, porque se había ido para siempre, dejándola con muchas dudas sobre la vida, sobre el mundo y sobre su propia existencia. Era muy joven y, sin embargo, aprendió una valiosa lección por aquel entonces: “La vida te da lecciones, aunque tú no quieras aprenderlas”.
Los primeros días su ausencia era una cicatriz en el alma a carne viva, echaba de menos su risa, sus bromas, su manera de hacerla sentir la persona más especial del mundo con una sola palabra. Al fin y al cabo, él era su padre y ella era la niñita de sus ojos. Cuando tenía dudas, él las resolvía, cuando se sentía insegura él le aseguraba que era una niña inteligentísima y hacía crecer poco a poco en ella la confianza. Su padre era la persona en la que más confiaba y una de las que más quería en el mundo y, por esa razón, su muerte había sido la peor pesadilla de su vida.
Sin embargo su padre también tenía razón en una cosa, ella era fuerte y podía superar cualquier cosa luchando con todas sus fuerzas, agarrándose a la vida y aprendiendo por sí misma sus lecciones.
Los primeros meses las pesadillas eran constantes, en ellas veía a su padre morir una y otra vez, el dolor que sentía hacía que se despertara a grito pelado o llorando a lágrima viva. No decía a nadie como se sentía y eso iba dejando una huella también en ella, arañaba su corazón y se sentía inmensamente solitaria. La soledad empezó a formar parte de su vida, se refugiaba en ella y disfrutaba de su compañía, dejándose acunar por sus palabras y, por eso, se perdió a sí misma durante algún tiempo. Pero, al final, ella también había heredado de su padre su increíble capacidad de supervivencia, sus agallas para enfrentarse a la vida y plantarle cara, aún cuando estuviera cansada y agotada de luchar contra sí misma día tras día.
Un día se despertó, no había tenido ninguna pesadilla, sino más bien un hermoso sueño en el cual había visto a su padre. Estaba como ella lo recordaba, quizás tenía un poco más de color y su sonrisa le pareció más bonita que de costumbre. En el sueño le dijo que estaba bien, que no se preocupara y que siempre cuidaría de ella, fue entonces cuando vio sus hermosas alas blancas y lo comprendió; su padre se había convertido en su Ángel de la Guarda.  
Ella se despertó, caminó hacia la ventana y contempló el hermoso cielo, sabía que desde su palacio celestial su padre la cuidaría siempre.
              FIN

Hasta aquí el “Tejedora” de hoy, me gustaría decir que esta historia se basa en hechos reales, pero lo cierto es que, salvo los sentimientos de pérdida, todo ha salido de mi imaginación, aunque de verdad que me encantaría ver a un Ángel de la guarda y que éste se pareciera a mi padre, a mi abuela o a mi padrino. 

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