Mi reflexión del día
de hoy es sobre las personas que mueren y sin embargo dejan una marca indeleble
en nosotros. Yo he perdido a mi padre, a mi abuela y a mi padrino y ninguna de
las veces estaba preparada para su muerte, pero la vida tiene sus propios planes
y no respeta los deseos de nuestros corazones. Siempre digo que la vida nos da
lecciones, aunque no queramos aprenderlas.
Yo quiero pensar que
cada una de estas personas ha dejado en mí una huella imborrable y que soy la
persona de hoy en día gracias a las lecciones que aprendí de cada uno de ellos.
De mi abuela he
cogido su capacidad para contar historias, era la mejor narradora que he
conocido en mi vida y de pequeña me podía pasar horas muertas escuchándola
hablar sobre su vida y experiencias porque fue una mujer que vivió muchas
experiencias, algunas buenas y otras malas; recuerdo sobre todo cuando me
hablaba de cuando estuvo en Cuba.
De mi padre he
heredado prácticamente todos sus gestos, sus manías y, según mi madre, su
capacidad para soñar. Mi padre era un gran soñador y un artista increíble,
nunca se dedicó a una profesión artística fue constructor toda su vida, pero
sin embargo tengo varios álbumes de fotos suyas y tenía un ojo increíble para
captar las imágenes más cotidianas y convertirlas en auténticas obras de arte.
Y de mi padrino
aprendí a no rendirme jamás, a seguir luchando. Mi padrino era un hombre
excepcional y tenía la maravillosa costumbre de superar siempre las
expectativas de los demás, era cariñoso, amable y luchador. Además me dio uno
de los mejores regalos que tengo, una ahijada a la que adoro y que, como su
padre, es una luchadora nata.
Por eso hoy quiero
escribir un breve relato sobre la pérdida y cómo ésta nos afecta, si leéis este
blog de forma habitual ya sabéis que tengo debilidad por los Ángeles y me
gustaría que a todos vosotros el Ángel de mi historia os recordara a esa
persona que perdisteis y que, sin embargo, ha dejado en vosotros su huella
indeleble.
ÁNGEL
Fue un día cuatro de
agosto cuando murió, nadie esperaba ese desenlace y menos de la forma en la que
llegó. Él siempre había sido un hombre fuerte, curtido en mil batallas, pero
nada se podía hacer contra la Guadaña de la Parca. Los primeros días su hija
miraba al cielo, preguntándose por qué había ocurrido todo, porque se había ido
para siempre, dejándola con muchas dudas sobre la vida, sobre el mundo y sobre
su propia existencia. Era muy joven y, sin embargo, aprendió una valiosa
lección por aquel entonces: “La vida te da lecciones, aunque tú no quieras
aprenderlas”.
Los primeros días su
ausencia era una cicatriz en el alma a carne viva, echaba de menos su risa, sus
bromas, su manera de hacerla sentir la persona más especial del mundo con una
sola palabra. Al fin y al cabo, él era su padre y ella era la niñita de sus
ojos. Cuando tenía dudas, él las resolvía, cuando se sentía insegura él le
aseguraba que era una niña inteligentísima y hacía crecer poco a poco en ella
la confianza. Su padre era la persona en la que más confiaba y una de las que
más quería en el mundo y, por esa razón, su muerte había sido la peor pesadilla
de su vida.
Sin embargo su padre
también tenía razón en una cosa, ella era fuerte y podía superar cualquier cosa
luchando con todas sus fuerzas, agarrándose a la vida y aprendiendo por sí
misma sus lecciones.
Los primeros meses
las pesadillas eran constantes, en ellas veía a su padre morir una y otra vez,
el dolor que sentía hacía que se despertara a grito pelado o llorando a lágrima
viva. No decía a nadie como se sentía y eso iba dejando una huella también en
ella, arañaba su corazón y se sentía inmensamente solitaria. La soledad empezó
a formar parte de su vida, se refugiaba en ella y disfrutaba de su compañía,
dejándose acunar por sus palabras y, por eso, se perdió a sí misma durante
algún tiempo. Pero, al final, ella también había heredado de su padre su
increíble capacidad de supervivencia, sus agallas para enfrentarse a la vida y
plantarle cara, aún cuando estuviera cansada y agotada de luchar contra sí
misma día tras día.
Un día se despertó,
no había tenido ninguna pesadilla, sino más bien un hermoso sueño en el cual
había visto a su padre. Estaba como ella lo recordaba, quizás tenía un poco más
de color y su sonrisa le pareció más bonita que de costumbre. En el sueño le
dijo que estaba bien, que no se preocupara y que siempre cuidaría de ella, fue
entonces cuando vio sus hermosas alas blancas y lo comprendió; su padre se había
convertido en su Ángel de la Guarda.
Ella se despertó,
caminó hacia la ventana y contempló el hermoso cielo, sabía que desde su
palacio celestial su padre la cuidaría siempre.
FIN
Hasta aquí el
“Tejedora” de hoy, me gustaría decir que esta historia se basa en hechos
reales, pero lo cierto es que, salvo los sentimientos de pérdida, todo ha
salido de mi imaginación, aunque de verdad que me encantaría ver a un Ángel de
la guarda y que éste se pareciera a mi padre, a mi abuela o a mi padrino.
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