Una galería de arte
¿Os habéis enamorado alguna vez de un artista?
¿Os habéis sentido alguna vez irremediablemente atraídos por un bohemio y loco
soñador?
Sí, ya me imaginaba que sí.
Porque,
siendo francas, a todos nos gustan los actores de Hollywood con sus mansiones
increíbles, con sus manías retorcidas y con ese encanto y brillo que sólo
tienen las personas muy creativas. Pero yo jamás me he enamorado de un actor,
son demasiado superficiales desde mi humilde punto de vista y tampoco me había
enamorado jamás de un artista.
¿Por qué?
Para ser sincero, no me llamaba demasiado la
atención.
Quiero decir, por supuesto tenía fantasías
sobre liarme con Orlando Bloom o... yo que sé, Johnny Deep, pero sólo
fantasías.
¿Cómo iba a estar yo con un tío que tenía la
cabeza en cualquier parte menos en su lugar?
Porque al menos esa era la sensación que tenía
yo de los artistas y los creativos. Demasiadas cosas en su cabeza, demasiadas
complicaciones para un tipo aburrido como yo.
¿No os creéis que sea aburrida?
Soy profesora de literatura en la universidad,
una aburrida profesora que odia salir los fines de semana, que odia ligar en
las discotecas y para quien lo más apasionante del mundo es quedarse en casa
todo un fin de semana, con mis películas favoritas y mi grupo de amigos más
queridos.
¿Lo veis? ¡Aburrida!
Así que con este currículum imaginaréis que
tenía crudo lo de ligar.
Mi mejor amiga, Noela, siempre me decía que
debía buscar más o me quedaría para vestir santos y no soportaba la idea de
verme vistiendo santos. La verdad tenía ya veintiocho años y me había hecho a
la idea de ir a vestir santos cuando él se cruzó en mi camino.
Él.
Tan sexy, tan arrebatador, tan increíblemente
atractivo. Era capaz de arrancar suspiros a varios metros de distancia y eso
logró conmigo.
El día que lo conocí fue de pura casualidad.
Mi mejor amiga Sofía y su marido José,
decidieron invitarme a una exposición de arte que se celebraba en su galería.
José me dijo con su ojo pervertido que el artista era apasionante y que podría
gustarme y yo me sentí bastante frustrada, no me gustaba la idea de tener a
todos mis amigos buscando citas para mí y decidí no arreglarme lo más mínimo.
Así que me puse mis vaqueros, una camiseta que
había visto días mejores y un poco de la colonia de bebé de mi sobrina y,
además me dejé las gafas en casa, lo que dificultaría un poco las cosas porque
no veo un burro a tres pasos sin ellas, pero nada yo convencida de que con ese
look ni una mosca se me arrimaría.
¡Error!
En serio, me podéis creer que cuando tú piensas
que no harás nada en una noche para divertirte vas y te diviertes, lo mismo
ocurre cuando decides que no quieres ligar. Ese día se te pegan todas las
lapas.
Así que allí fui yo, con mi look. “No me mires
que doy penita” dispuesta a pasar una aburrida noche, pero según entré en la
galería de exposiciones se me acabaron pegando todas las lapas y así fue hasta
que José me presentó al pintor. Él era la cosa más impresionante que os podéis
echar a la cara, ojos verdes, pelo rubio, hoyuelos, sonrisa pícara… y, de algún
modo, al final de la noche Héctor, el pintor, y yo terminamos pasando la noche
juntos, hablando de cine, de literatura, de arte, de filosofía y todos los
temas inimaginables.
Por cierto, ahora estoy enamorada de un artista
y soy feliz.
No hay comentarios:
Publicar un comentario