sábado, 11 de febrero de 2017

Doce Campanadas

Hoy en Tejedora e Hilandera de sueños escribiré un relato breve de terror.

DOCE CAMPANADAS

      En el silencio del dormitorio sólo se oía el murmullo de la madera envejecida, el sonido de una campana que había enmudecido años atrás y el suspiro de las paredes. El hogar llevaba vacío más de veinte años. Es era lo os sonidos apenas perceptibles eran lo último que quedaba en la sencilla casa que una vez había sido el hogar de una numerosa familia. 
Doce campanadas, así debía ser.
  La primera retumbó en las paredes, la segunda en la madera del suelo, la tercera en la habitación del bebé, la cuarta en la del matrimonio, la quinta en el viejo aseo, la sexta en el comedor, la octava y la novena resonaron en el tejado de la casa, la décima en la habitación de los gemelos, la undécima en el trastero y la duodécima en la cocina.
Unos pasos ligeros se escucharon en el piso mientras la luz de la luna reverberaba a través de una contra destrozada, permitiendo entrar un rayo de luz por una ranura que apenas dejaba ver lo que había en el exterior.
   El llanto del bebé sonó salvaje en medio de la tranquilidad de la casa abandonada. La puerta del dormitorio principal se abrió con un suspiro, unos pasos cansados se dirigieron hacia la habitación del bebé. 
   Los gemelos corrían por el pasillo, persiguiéndose, jugando a pelearse y divirtiéndose porque eso era lo que siempre hacían. Reír, jugar, divertirse, pelearse, disfrutar de la vida como sólo un niño sabe hacer.
   El padre se incorporó de la cama, caminó hacia el pequeño aseo y se rasuró la barba de dos días. En el espejo no se veía reflejo alguno porque los espíritus no se reflejaban en ninguna superficie reflectora. El padre en realidad no necesitaba mirarse, el movimiento era automático, siempre había sido así, incluso cuando su corazón cálido latía bajo el pecho y los ojos azules se veían llenos de vida. 
  La madre caminó hacia el fantasma de su hija de siete meses, abrió su viejo camisón de franela y la alimentó con el vacío de su propia existencia. No había leche en esos pechos, no había calor en ese cuerpo, era una sombra del pasado, un reflejo de algo que podía haber ocurrido esa misma mañana y que, sin embargo, llevaba veinte años sin pasar.
  La vieja viga de madera que sostenía el hogar crujió lastimeramente, llevaba muchos años sosteniendo una casa muerta, pero nadie se había atrevido a entrar en ella, no después de los terribles acontecimientos que segaron la vida de esa tranquila familia.
  Los vecinos más viejos del lugar todavía recordaban los gritos, el llanto, el terror y el miedo de esa aciaga mañana de mes de abril de veinte años atrás.
  Los titulares habían sido profusos durante meses, pero nadie logró averiguar qué había podido ocurrir con la plácida familia que vivía en la vieja casa de piedra.  Todo había ocurrido demasiado rápido y nadie sabía con seguridad lo que había ocurrido. La hija mayor de la familia llegó a casa tras haber pasado la noche en casa de una amiga, abrió la puerta y se encontró  su hogar vacío.
No quedaba ningún mueble, sólo el viejo reloj del abuelo que llevaba más de diez años sin funcionar. No estaba la cuna del bebé, las camas de los gemelos, no había mesas en la cocina, pero había una cacerola con leche sobre el hornillo, no había muebles en el salón, pero sí el scalextric de los gemelos con los coches corriendo, en la habitación del bebé el móvil se agitaba y en el viejo aseo lo único que encontró fue un grifo abierto, la cuchilla y la espuma. No había sangre en ningún lugar de la casa, no había nada que demostrara que tan sólo un día atrás una gran familia ocupaba la casa de piedra, todo se había desvanecido durante la noche.
La niña había corrido a casa de su vecina de en frente, había golpeado su puerta hasta hacerse sangre en los nudillos, había chillado hasta que no le quedó voz y había llorado hasta que ninguna lágrima quedó en su cuerpo. La vecina le preguntó qué había ocurrido, pero ella no podía hablar, había gastado lo poco que quedaba de su voz gritando. La vecina llamó a su marido, metió a la pequeña en casa mientras él iba a explorar el hogar de Marina, que así se llamaba la joven hija de la familia. Le dio leche con miel, le colocó mantas sobre los hombros y trató de consolarla, sin saber muy bien de qué. Suponía que un ladrón había entrado la noche anterior en la caa de sus padres y había segado la vida de los habitantes y robado lo poco que tenía la familia.
  Cuando el marido regresó llamó a la policía, a la guardia civil y a todo aquel que se le ocurrió. Después explicó a su mujer que no había nada en la casa, le habló del grifo abierto, de la espuma y de la cuchilla, de la leche haciéndose en el hornillo, del móvil, del scalextric y del silencio que lo inundaba todo. La mujer abrazó a Marina mientras el marido contaba toda la historia y trataba de consolarla, pero sabía que no había consuelo alguno. Su familia se había desvanecido y no quedaba de ellos más que los restos inacabados de algo que habían empezado. 
  Durante meses buscaron indicios de lo que había ocurrido, Marina fue interrogada, algunos acusaban a la niña de haber matado a toda su familia, pero su mejor amiga y sus padres hablaron de que ella no había salido de la casa porque no había llave en la puerta y vivía en un sexto piso así que era imposible que se hubiera escapado por una ventana. 
  Finalmente su abuela materna se hizo cargo de Marina, se la llevó a otro Continente, lejos de sus antiguos conocidos y de su antigua vida, en la esperanza de que algún día su nieta pudiera despertarse y no recordar el horror que la había sorprendido una mañana de sus diez años.
  Doce campanadas sonaron por segunda vez en la casa abandonada, los ruidos murieron una vez más en la casa de piedra y el reloj rió satisfecho.
  Doce campanadas, así eran y así serían hasta el día que la propia Marina se uniera a su fantasmagórica familia.

FIN


Y eso es todo, no sé si me quedó muy terrorífica, pero espero que os haya gustado. Hasta el próximo Tejedora e Hilandera de Sueños.
 

 

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