martes, 4 de abril de 2017

La Santa Compaña

He escrito varias historias pequeñas de terror en este blog y con esa intención escribo hoy. Hoy el protagonista de mi breve relato es el lugar dónde nacen todas las películas de terror y todas las historias de fantasmas que conocemos, el Cementerio.

    LA SANTA COMPAÑA
  La oscuridad se cercía alrededor de las personas que visitaban el Camposanto. Ya era tarde y en pleno mes de diciembre las seis de la tarde eran tan oscuras como las once de la noche. La última persona abandonó el lugar y cerró la puerta, se oyó un golpe seco cuando se cerró del todo y el ruido desapareció en el mismo instante que la puerta se cerró.
  La luz de la luna se dedicó a iluminar la estancia, su resplandor plateado se filtraba formando sombras siniestras que bailaban en la oscuridad.
 La primera de las Sombras se despegó de la pared y caminó hacia el exterior. La luz e la luna la iluminó y, por un instante, se vio un rostro adusto, oscuro, formado por más hueso que carne, cuencas vacías y dientes estropeados. Era el más independiente de los que caminaban entre los dos mundos.
 La segunda sombra apenas se separó del lugar dónde se reflejaba. Se detuvo frente a a tumba y observó el resplandor plateado iluminando el lugar. Había un par de nombres impresos en la tumba, reminiscencias de dos vidas que ya no habitaban más el mundo de los vivos. Un par de jarrones ajados delante de ellos. Las hierbas que algún día habían sido verdes tenían un oscuro color gris, lo esqueletos de las flores estaban modificados. Alguna vez habían sido lirios de diferentes colores puestos ahí por una mano amiga, una mano querida. Pero esa mano también había partido al último viaje y ya nadie recordaba a los dueños de la tumba que yacían tras el cristal. La sombra tocó uno de los nombres con ternura, la luna iluminó sus manos, sólo hueso quedaba, y una pequeña alianza en la mano. La otra mano huesuda se unió a la primera, dando la sensación de dos manos rezando. El silencio ganó intensidad, no se oía ni siquiera el sonido de los grillos, ellos habían abandonado el lugar, temerosos de las sombras que caminaban en la noche.
Sombras del Pasado.
La sombra de las manos penitentes se quedó en el mismo sitio, no se movió. De ellas era la más apegada a lo que había sido, a lo que había amado.
 La siguiente sombra era más pequeña, sus manos eran diminutas, su calavera de menor tamaño también. La sombra caminó rápido hacia el árbol solitario que había en el Camposanto, no, la palabra no era caminar, corrió hacia él. Al llegar empezó a subir las ramas con la habilidad de quein lo había hecho durante muchos años. Había soltura en sus movimientos, gracia incluso.
 La siguiente sombra fue hacia el lado contrario, caminaba a pequeños pasos, casi como si bailara. Si te fijabas lo suficiente también esa sombra era pequeña, más pequeña incluso que la que jugaba en las ramas del árbol.
 La luna continuó creando formas. Una última sombra se separó poco a poco de lugar. Fue hacia una tumba que había en el Cementerio. Una tumba que siempre tenía flores, rosas rojas, rosas amarillas, rosas blancas... Todas depositadas por admiradores del dueño de ella. Un único nombre estaba escrito en la lápida "Lorenzo". No llevaba apellido, no lo necesitaba. Ese lugar había sido construido para él por las manos amorosas de alguien que había quedado atrás, una hermana, Felicia, cuya tumba estaba ubicada en otra parcela del Camposanto.
 Lorenzo había sido un poeta, uno de los mejores que había habido. Sus seguidores iban cada año a darle un merecido homenaje el día de su muerte y el resto del año flores eran depositadas a diario. Todas colocadas por personas a las que había alcanzado el alma de Lorenzo a través de su poesía.
Había una hermosa leyenda sobre Lorenzo, todos decían que había muerto de amor.
La Sombra conocía bien esa historia y sabía, a ciencia cierta, que efectivamente él había muerto por amor. Recordaba su historia cada día porque antes de haberse convertido en una Sombra su nombre había sido Mariela y había amado a Lorenzo, todavía lo hacía, incluso aunque su nombre actual fuera Ira. El último de los Caminantes de la Santa Compaña.
La luz de la luna la iluminó, sus huesos se transformaron en carne, tenía el pelo oscuro, los ojos de color de la hierba y era hermosa, siempre lo había sido, pero nunca fue suficiente para él.
La sombra del árbol bajó de su lugar, sus huesos se transformaron en carne. Era pelirrojo, trece o catorce años, y dos largas cicatrices cubrían su hermoso rostro. Fue hacia ella y le tendió la mano.
-También lo extraño. -Afirmó y se colocó frente a la tumba.
La Sombra más pequeña fue bailando hacia ellos, sus huesos se convirtieron en carne. Siete u ocho años, rubia. Demasiado pequeña parecería  a quien la veía, pero era anciana, con más de quinientos años sobre sus espaldas.
-Él estará bien y algún día volveremos a verlo.-Aseguró y como los demás se quedó frente a la tumba.
La tercera sombra liberó sus manos de la oración y fue hacia las demás. Sus huesos se convirtieron en carne, una mujer adulta, alrededor de cuarenta años y con el porte de una reina. Se unió a los otros tres, besó sus dedos y después depositó un beso sobre el nombre de Lorenzo.
La última sombra llegó desde el otro lado de la puerta del cementerio. Era un hombre joven, de rostro duro y ojos del color del mar, hermosos, aunque su rostro hablaba de una profunda tristeza.
-Hora de partir, tenemos que ayudar a otra alma a cruzar hacia el otro lado.-Afirmó la mujer más mayor. 
De la nada aparecieron capas y bastones, una capa y un bastón que sobraba.
La mujer joven cogió el bastón y la niña la capa.
Caminaron en silencio mientras la luz de la luna desaparecía del horizonte. La luz del amanecer los atravesaba, dibujando extrañas sombras a su alrededor.
Cinco Sombras del Pasado.
Cinco Caminantes de la Santa Compaña.
Nada, la primera, la más anciana.
Ausencia, la segunda, la más joven.
Vacío, el tercero, el más travieso.
Nadie, el cuarto, el más independiente.
Ira, la quinta, la más rota.

FIN
Y no sé cómo, pero aquí están los protagonistas de mi largo, siguiendo su vida después de lo que pasa en él. No era mi intención escribir sobre ellos, pero de alguna manera ellos volvieron a mí.
Siempre lo hacen.
Y algún día serán actores y actrices de carne y hueso quienes les darán vida.
Hasta el próximo Tejedora e Hilandera de Sueños y si os gusta este minirrelato os pido que lo compartáis en vuestras redes sociales por si algún productor viera a mi Santa Compaña y tuviera interés en conocer el largo del que surgieron.
Hasta la próxima! :)

No hay comentarios:

Publicar un comentario

La Noche

El cielo se oscureció, el alma que vagaba por la casa permaneció en silencio viendo como el sol se apagaba. Mucho tiempo atrás los habitant...