lunes, 22 de abril de 2013

Capítulo final de la segunda versión, ya estoy trabajando en la tercera y de las tres podréis elegir la qué más os guste. Hasta la próxima semana
Capítulo 7
Llegué al hospital horas antes de mi turno. Al entrar me dirigí directamente a los vestuarios, me puse mi bata de médico, mis zuecos y caminé hacia la sala de personal.
- Hola, princesa. Llegas muy  temprano, ¿no?
- Hola jefe, sé que tienes un par de horas libres y quiero hablar contigo.- Le dije. Él me miró fijamente, después cogió sus cosas y juntos fuimos a una cafetería que estaba a diez minutos del hospital.
Nos sentamos, ordenamos café y él esperó a que yo hablara. Le dediqué una sonrisa. – No es nada malo, Darío.
Quiero que sepas que fui  a ver a Miguel.
- ¿Qué has hecho qué? ¿En qué coño estabas pensando, Dany?
- No te enfades conmigo, Darío.
- ¿Qué no me enfade contigo? ¿Estás de coña?
Has ido a ver al hijo de puta que casi te mata, te lo recuerdo, fui yo quien tuvo que recomponer tu maltrecho cuerpo: yo. Si decidiste ir a verlo, al menos deberías habérmelo consultado, yo también tengo algo qué decir en ese asunto, esa cicatriz es tan mía como tuya.
- Te equivocas, este asunto me afecta únicamente a mí.
- ¿En serio? ¿Fuiste tú quién se pasó horas y horas colocando cada cosa en su lugar? ¿Fuiste tú quién acabaste cubierta de sangre ajena?
- Darío, estoy bien. – Le dije y agarré su rostro entre mis manos.
- ¿Cómo puedo estar seguro de eso?
Llevas trece años haciendo estupideces, liándote con tipos maltratadores, drogándote, bebiendo cantidades imposibles de alcohol. Y yo llevo los últimos trece años de mi vida, preocupado, preguntándome si la próxima vez lograré salvarte.
Eres un puto dolor de cabeza, Dany, desde el momento en qué apareciste en mi mesa de operaciones.
- Lo siento, pero voy a cambiar.
Te lo prometo.
- Me lo has dicho tantas veces ya…
- Doctor Pardo, te juro que esta vez voy en serio.- Le sonreí. - Un gran hombre salvó mi vida hace trece años, se preocupa por mí, es mi mejor amigo y, por él, estoy decidida a cambiar. Hace unos meses tuve la peor borrachera de la historia de la humanidad pero, en un momento de lucidez, gracias a un sueño decidí tomar las riendas de mi vida.
- Quiero creerte, sólo no puedo.
- Confía en mí, Darío.- Me acerqué a él y lo abracé. – Gracias.
- ¿Por qué?
- Por salvar mi vida.
- Ya me las diste hace trece años, yo sólo hacía mi trabajo.
- Has hecho más que eso, me empujaste a estudiar Medicina.
- Fue un acto puramente egoísta, tú eres un milagro, verte cada día me recuerda por qué amo esta profesión.
- Nunca te has rendido conmigo.
- Tú no te rendiste hace trece años cuando la guadaña de la muerte pendía sobre tu cabeza, te lo debía.
- ¿Quieres saber qué soñé?
- Claro.
- Había un ángel en mi sueño, era un hombre muy guapo. Alto, moreno, con ojos verdes, tenía una aureola plateada en su cabeza y, por curioso que parezca, en un primer momento no me di cuenta de quién era porque no llevaba ninguna bata blanca.
Él ángel me ofrecía la oportunidad de cambiar una decisión de mi vida, en un primer momento pensé, ¿Sólo una?
Estarás conmigo en que los últimos años no fueron precisamente muy buenos. He errado tantas veces al escoger la dirección por la que seguir y he cometido tantas equivocaciones en un tiempo récord…
 No sabía cuál de ellas podría cambiar.
Entonces recordé lo que siempre me decías: Acuérdate de respirar.
Recogí mi casa, limpié a fondo y me senté en el sofá para reflexionar sobre el sueño. Entonces vi una foto, en ella estamos tú y yo, el día que desperté del coma. Ver la foto me hizo sonreír y, al mismo tiempo, me puso triste.
Decidí ir a ver a Miguel y a todas las personas que han influido en mi vida para bien o para mal. Llevo algún tiempo reuniéndome con todos, al final llegué a una conclusión tras esas charlas.
Hay una cosa que nunca te dije Darío, estaba muy asustada, tenía miedo de mi propia sombra, mi vida no me parecía mía y… nunca me atreví a aceptarlo: te quería con toda mi alma, con todo mi corazón y nunca te lo dije.
Ya no te quiero, pero te quise. Sé que eres feliz con Mónica y me alegro mucho por los dos, pero si voy a empezar una nueva vida debo ser honesta conmigo misma y contigo, te lo mereces.
- Eres una estúpida, Dany. – Darío se acercó a mí, me miró con sus imposibles ojos verdes. – Una idiota.
- Vale, lo entiendo. Estaba mejor calladita…
- ¿Sabes cómo me siento cada vez que te veo? ¿Tienes la más mínima idea de cómo me he sentido cada vez que te he visto con un maltratador?¿O cuándo coqueteas con la muerte cada día?¿Nunca te has planteado cómo me siento al verte tomarte tu vida a broma cuando he sido yo quién te la devolvió?
 Todos estos años tus ojos me perseguían como una sombra, no me dejaban dormir. Recordaba tu mirada, la que me dedicaste cuándo despertaste del coma, la sonrisa que me regalaste al saber que yo había salvado tu vida.  Fue como si toda mi puñetera vida hubiera sido una farsa hasta que tú te cruzaste en ella y estabas desperdiciando esa vida que tanto me costó devolverte.
Te amé  Dany, desesperadamente, pero no llegué a ti y retomé mi vida. Aún así, siempre he estado a tu lado, mírame, háblame, soy tu amigo.
- Gracias por decírmelo, aunque me alegro de que las cosas entre nosotros no funcionaran.   
Ahora lo sé, a veces, sólo el amor no es suficiente.
Hasta hace poco estaba encerrada en mi propia oscuridad y no veía lo que había a mi alrededor. A mi familia, a mis verdaderos amigos, a ti. Siempre has estado ahí y yo no fui consciente de ello hasta ahora. Perdóname, he tardado trece años en darme cuenta.
- Debería odiarte,  pero… mierda… no quiero.  
No cuando por fin me ves.
Estoy aquí, llevo aquí trece años y no pienso irme a ninguna parte, Dany.
- Tengo miedo. – Le confesé. – Me da miedo perderme otra vez.
- No permitiré que te pierdas, princesa – Darío me sonrió. – Sólo déjame entrar en tu caparazón, comparte la carga de tus hombros conmigo.
- Lo intentaré. – Apoyé mi cabeza en su hombro. – Te lo prometo, Darío.
- Eso es todo lo que deseaba oír de ti, mi princesa.
- Todo empezó hace muchos años. – Le expliqué. - Muchas veces me sentía aislada, como si no perteneciera a ningún lugar. La sensación me oprimía el pecho, deseaba escapar de ella, pero no lo conseguía. Todo el mundo me decía que siendo más optimista las cosas irían mejor.
Yo lo intentaba, me decía a mí misma que no podía dejarme vencer por la desesperanza, me aferraba a la vida.             En ocasiones tenía ganas de llorar y me cabreaba el hecho de estar llorando sabiendo lo afortunada que era, pero en realidad, me sentía sola, triste, perdida, vacía.
No hallaba mi camino.
Cambiaba de dirección muchas veces, pero siempre me conducía a otro callejón sin salida. La vida se empeñaba en ponerme trabas, me impedía avanzar. Alguna persona diría que era yo quien lo hacía y  no es así. Yo me aferraba a los sueños que albergaba mi corazón, me agarraba a ellos como si fuera la única cosa real de mi vida, los sujetaba con fuerza, me repetía una y otra vez que lo acabaría logrando. Por momentos me lo creía, pero luego las dudas volvían: el temor, el miedo a no ser lo que realmente quería ser. Aspiraba a ser alguien, buscaba brillar por mí misma, trazar mi camino de éxito. Sin embargo estaba encerrada en mi pequeño e insignificante mundo y no me daba cuenta de lo que había alrededor. 
            Me había perdido a mí misma, tanto tiempo atrás…
A veces ni siquiera recordaba cómo era antes de que todo lo malo ocurriera, antes de que la vida me hubiera colocado la última de la fila.
Desde pequeña siempre he intentado no dar la nota, pasar desapercibida, hacerme invisible y, desgraciadamente, con los años lo conseguí. Soy invisible,  tengo un súper poder, pero no es lo que yo quiero.
Tardé tiempo en comprender que deseo convertirme en una persona de la que poder sentirme orgullosa. Siempre he tenido miedo al éxito, a la vida, a ilusionarme y volver a perderlo todo en un segundo. Quizás tengo miedo a ser feliz y luego volver a sentirme miserable.
En la peor parte de la depresión, el corazón me latía en el pecho, a veces trataba de escapar como si no fuera mi pecho el lugar en el que quería estar, como si no fuera yo la persona que debería ser.
Estaba tan preocupada por sufrir un desengaño que nunca lo intenté realmente.
No luché, me dejé llevar por vericuetos imposibles, me dejé vencer por la desilusión y la desesperanza. Era fácil decir que no había nada qué hacer, mucho más sencillo que agarrar la vida y darle un buen bocado. Siempre me he escondido, de mí misma, de los demás, siempre he buscado callejones oscuros, rincones en los que nadie me viera de verdad.
            Lo malo es que la vida es una puñetera hija de puta, tiene la fea costumbre de ponerte en tu lugar, quieras o no. Te da lecciones, aunque tú no quieras aprenderlas.
            En el camino he tropezado y he caído tantas veces que ya no tengo espacio para cicatrices. Mis cicatrices no se ven, están en lo más profundo de mi alma, las tapo para que los demás no sepan cómo me siento. Las oculto para proteger a mis seres queridos, quizás para esconderlas incluso de mí misma y nunca curan, siguen sangrando, porque no hallo una manera de salir de la espiral en la que he caído.
Quiero reírme, pero no lo hago, sólo a medias. No recuerdo la última vez que fui verdaderamente feliz, los recuerdos de mi vida se quedaron en mi pasado. Sigo buscando mi camino, mi lugar.
A veces grito muy fuerte, pero la gente no me escucha porque, te lo he dicho, soy invisible.
            La culpa es mía. No puedo acusar a los demás de todo lo malo que me ha ocurrido en el camino, al principio lo hacía porque era más fácil.
La realidad es que yo soy en lo que me he convertido. Tal vez influyeran las críticas y la actitud de los demás, pero siempre he sido yo quien ha tenido el poder de elegir el camino a seguir, la trayectoria de mi destino.
            Mi vida no ha sido perfecta y me enfurece pensarlo. Creo que no he sido mala persona, nunca he engañado a los demás, al menos conscientemente, siempre he intentando hacer lo correcto, siempre he buscado ayudar a las personas. Tenía fe en que siendo lo más honesta posible, lo más buena, quizás la vida me acabaría dando una oportunidad.
Siempre me digo que los malos momentos me hicieron más fuerte, me convirtieron en la persona que soy, pero me gustaría no tener tantos. Por una vez en mi vida desearía encontrar las baldosas amarillas y, quizás, que alguien me rescate de mi propio aislamiento y se atreva a dar un paso más,  cruzar la barrera que me envuelve para conocerme.
            Una vez hubo alguien que lo hizo, en una ocasión unas manos me sacaron del agujero oscuro en el que había caído, lo malo es que esas mismas manos luego me clavaron un puñal, de la clavícula al abdomen.
            Por eso no voy a esperar ser rescatada, debo salvarme yo.
Todos estos años fingí que las cicatrices no existían, hacía más llevadero tenerlas, pero están ahí, las siento. A veces duelen y no sé cómo evitarlo.
Por esa razón me he estado escondiendo. Huyendo de ti, de mi familia, de mis amigos, de mí misma. Creía que poniendo una barrera infranqueable nunca me dañarían, lo malo de las murallas es que no te permiten ver a tu alrededor y no dejan pasar la luz de quienes  intentan iluminarte.
Últimamente he hablado con muchas personas, he escuchado críticas, alabanzas, me he enfrentado a lágrimas de odio, de pena y de alegría.
Por eso estoy aquí ahora, por esa razón quería hablar contigo.
Tú has estado a mi lado todo el tiempo, sólo que yo no estaba aquí. Me alejé, me aísle en mi mundo y estuve ahí hasta hace poco.
Me he decidido, esta vez la vida podrá darme patadas, aún así pienso salir adelante por mí misma. Habrá lágrimas, nuevas cicatrices en mi alma, pero lo conseguiré.
- Yo creo en ti, siempre he creído en ti.
- Lo sé, por eso no voy a decepcionarte otra vez. – Le dije, él me abrazó transmitiéndome su apoyo incondicional y lo comprendí: iba a salir de la espiral.
 Esta vez nadie me iba a impedir encontrar el camino de baldosas amarillas.


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