Capítulo 7
Llegué
al hospital horas antes de mi turno. Al entrar me dirigí directamente a los
vestuarios, me puse mi bata de médico, mis zuecos y caminé hacia la sala de
personal.
-
Hola, princesa. Llegas muy temprano,
¿no?
-
Hola jefe, sé que tienes un par de horas libres y quiero hablar contigo.- Le
dije. Él me miró fijamente, después cogió sus cosas y juntos fuimos a una
cafetería que estaba a diez minutos del hospital.
Nos
sentamos, ordenamos café y él esperó a que yo hablara. Le dediqué una sonrisa.
– No es nada malo, Darío.
Quiero
que sepas que fui a ver a Miguel.
-
¿Qué has hecho qué? ¿En qué coño estabas pensando, Dany?
-
No te enfades conmigo, Darío.
-
¿Qué no me enfade contigo? ¿Estás de coña?
Has
ido a ver al hijo de puta que casi te mata, te lo recuerdo, fui yo quien tuvo
que recomponer tu maltrecho cuerpo: yo. Si decidiste ir a verlo, al menos
deberías habérmelo consultado, yo también tengo algo qué decir en ese asunto,
esa cicatriz es tan mía como tuya.
-
Te equivocas, este asunto me afecta únicamente a mí.
-
¿En serio? ¿Fuiste tú quién se pasó horas y horas colocando cada cosa en su
lugar? ¿Fuiste tú quién acabaste cubierta de sangre ajena?
-
Darío, estoy bien. – Le dije y agarré su rostro entre mis manos.
-
¿Cómo puedo estar seguro de eso?
Llevas
trece años haciendo estupideces, liándote con tipos maltratadores, drogándote,
bebiendo cantidades imposibles de alcohol. Y yo llevo los últimos trece años de
mi vida, preocupado, preguntándome si la próxima vez lograré salvarte.
Eres
un puto dolor de cabeza, Dany, desde el momento en qué apareciste en mi mesa de
operaciones.
-
Lo siento, pero voy a cambiar.
Te
lo prometo.
-
Me lo has dicho tantas veces ya…
-
Doctor Pardo, te juro que esta vez voy en serio.- Le sonreí. - Un gran hombre salvó
mi vida hace trece años, se preocupa por mí, es mi mejor amigo y, por él, estoy
decidida a cambiar. Hace unos meses tuve la peor borrachera de la historia de
la humanidad pero, en un momento de lucidez, gracias a un sueño decidí tomar
las riendas de mi vida.
-
Quiero creerte, sólo no puedo.
-
Confía en mí, Darío.- Me acerqué a él y lo abracé. – Gracias.
-
¿Por qué?
-
Por salvar mi vida.
-
Ya me las diste hace trece años, yo sólo hacía mi trabajo.
-
Has hecho más que eso, me empujaste a estudiar Medicina.
-
Fue un acto puramente egoísta, tú eres un milagro, verte cada día me recuerda
por qué amo esta profesión.
-
Nunca te has rendido conmigo.
-
Tú no te rendiste hace trece años cuando la guadaña de la muerte pendía sobre
tu cabeza, te lo debía.
-
¿Quieres saber qué soñé?
-
Claro.
-
Había un ángel en mi sueño, era un hombre muy guapo. Alto, moreno, con ojos
verdes, tenía una aureola plateada en su cabeza y, por curioso que parezca, en
un primer momento no me di cuenta de quién era porque no llevaba ninguna bata
blanca.
Él
ángel me ofrecía la oportunidad de cambiar una decisión de mi vida, en un
primer momento pensé, ¿Sólo una?
Estarás
conmigo en que los últimos años no fueron precisamente muy buenos. He errado
tantas veces al escoger la dirección por la que seguir y he cometido tantas
equivocaciones en un tiempo récord…
No sabía cuál de ellas podría cambiar.
Entonces
recordé lo que siempre me decías: Acuérdate
de respirar.
Recogí
mi casa, limpié a fondo y me senté en el sofá para reflexionar sobre el sueño.
Entonces vi una foto, en ella estamos tú y yo, el día que desperté del coma.
Ver la foto me hizo sonreír y, al mismo tiempo, me puso triste.
Decidí
ir a ver a Miguel y a todas las personas que han influido en mi vida para bien
o para mal. Llevo algún tiempo reuniéndome con todos, al final llegué a una
conclusión tras esas charlas.
Hay
una cosa que nunca te dije Darío, estaba muy asustada, tenía miedo de mi propia
sombra, mi vida no me parecía mía y… nunca me atreví a aceptarlo: te quería con
toda mi alma, con todo mi corazón y nunca te lo dije.
Ya
no te quiero, pero te quise. Sé que eres feliz con Mónica y me alegro mucho por
los dos, pero si voy a empezar una nueva vida debo ser honesta conmigo misma y
contigo, te lo mereces.
-
Eres una estúpida, Dany. – Darío se acercó a mí, me miró con sus imposibles
ojos verdes. – Una idiota.
-
Vale, lo entiendo. Estaba mejor calladita…
-
¿Sabes cómo me siento cada vez que te veo? ¿Tienes la más mínima idea de cómo
me he sentido cada vez que te he visto con un maltratador?¿O cuándo coqueteas
con la muerte cada día?¿Nunca te has planteado cómo me siento al verte tomarte
tu vida a broma cuando he sido yo quién te la devolvió?
Todos estos años tus ojos me perseguían como
una sombra, no me dejaban dormir. Recordaba tu mirada, la que me dedicaste
cuándo despertaste del coma, la sonrisa que me regalaste al saber que yo había
salvado tu vida. Fue como si toda mi
puñetera vida hubiera sido una farsa hasta que tú te cruzaste en ella y estabas
desperdiciando esa vida que tanto me costó devolverte.
Te
amé Dany, desesperadamente, pero no
llegué a ti y retomé mi vida. Aún así, siempre he estado a tu lado, mírame,
háblame, soy tu amigo.
-
Gracias por decírmelo, aunque me alegro de que las cosas entre nosotros no
funcionaran.
Ahora
lo sé, a veces, sólo el amor no es suficiente.
Hasta
hace poco estaba encerrada en mi propia oscuridad y no veía lo que había a mi
alrededor. A mi familia, a mis verdaderos amigos, a ti. Siempre has estado ahí
y yo no fui consciente de ello hasta ahora. Perdóname, he tardado trece años en
darme cuenta.
-
Debería odiarte, pero… mierda… no
quiero.
No
cuando por fin me ves.
Estoy
aquí, llevo aquí trece años y no pienso irme a ninguna parte, Dany.
-
Tengo miedo. – Le confesé. – Me da miedo perderme otra vez.
-
No permitiré que te pierdas, princesa – Darío me sonrió. – Sólo déjame entrar
en tu caparazón, comparte la carga de tus hombros conmigo.
-
Lo intentaré. – Apoyé mi cabeza en su hombro. – Te lo prometo, Darío.
-
Eso es todo lo que deseaba oír de ti, mi princesa.
-
Todo empezó hace muchos años. – Le expliqué. - Muchas veces me sentía aislada, como si no
perteneciera a ningún lugar. La sensación me oprimía el pecho, deseaba escapar
de ella, pero no lo conseguía. Todo el mundo me decía que siendo más optimista
las cosas irían mejor.
Yo lo intentaba, me decía
a mí misma que no podía dejarme vencer por la desesperanza, me aferraba a la
vida. En ocasiones tenía ganas
de llorar y me cabreaba el hecho de estar llorando sabiendo lo afortunada que
era, pero en realidad, me sentía sola, triste, perdida, vacía.
No hallaba mi camino.
Cambiaba de dirección
muchas veces, pero siempre me conducía a otro callejón sin salida. La vida se
empeñaba en ponerme trabas, me impedía avanzar. Alguna persona diría que era yo
quien lo hacía y no es así. Yo me
aferraba a los sueños que albergaba mi corazón, me agarraba a ellos como si
fuera la única cosa real de mi vida, los sujetaba con fuerza, me repetía una y
otra vez que lo acabaría logrando. Por momentos me lo creía, pero luego las
dudas volvían: el temor, el miedo a no ser lo que realmente quería ser.
Aspiraba a ser alguien, buscaba brillar por mí misma, trazar mi camino de éxito.
Sin embargo estaba encerrada en mi pequeño e insignificante mundo y no me daba
cuenta de lo que había alrededor.
Me
había perdido a mí misma, tanto tiempo atrás…
A veces ni siquiera
recordaba cómo era antes de que todo lo malo ocurriera, antes de que la vida me
hubiera colocado la última de la fila.
Desde pequeña siempre he
intentado no dar la nota, pasar desapercibida, hacerme invisible y, desgraciadamente,
con los años lo conseguí. Soy invisible,
tengo un súper poder, pero no es lo que yo quiero.
Tardé tiempo en comprender
que deseo convertirme en una persona de la que poder sentirme orgullosa. Siempre
he tenido miedo al éxito, a la vida, a ilusionarme y volver a perderlo todo en
un segundo. Quizás tengo miedo a ser feliz y luego volver a sentirme miserable.
En la peor parte de la
depresión, el corazón me latía en el pecho, a veces trataba de escapar como si
no fuera mi pecho el lugar en el que quería estar, como si no fuera yo la
persona que debería ser.
Estaba tan preocupada por
sufrir un desengaño que nunca lo intenté realmente.
No luché, me dejé llevar
por vericuetos imposibles, me dejé vencer por la desilusión y la desesperanza.
Era fácil decir que no había nada qué hacer, mucho más sencillo que agarrar la
vida y darle un buen bocado. Siempre me he escondido, de mí misma, de los
demás, siempre he buscado callejones oscuros, rincones en los que nadie me
viera de verdad.
Lo
malo es que la vida es una puñetera hija de puta, tiene la fea costumbre de
ponerte en tu lugar, quieras o no. Te da lecciones, aunque tú no quieras
aprenderlas.
En
el camino he tropezado y he caído tantas veces que ya no tengo espacio para
cicatrices. Mis cicatrices no se ven, están en lo más profundo de mi alma, las tapo
para que los demás no sepan cómo me siento. Las oculto para proteger a mis
seres queridos, quizás para esconderlas incluso de mí misma y nunca curan,
siguen sangrando, porque no hallo una manera de salir de la espiral en la que
he caído.
Quiero reírme, pero no lo
hago, sólo a medias. No recuerdo la última vez que fui verdaderamente feliz,
los recuerdos de mi vida se quedaron en mi pasado. Sigo buscando mi camino, mi
lugar.
A veces grito muy fuerte,
pero la gente no me escucha porque, te lo he dicho, soy invisible.
La
culpa es mía. No puedo acusar a los demás de todo lo malo que me ha ocurrido en
el camino, al principio lo hacía porque era más fácil.
La realidad es que yo soy
en lo que me he convertido. Tal vez influyeran las críticas y la actitud de los
demás, pero siempre he sido yo quien ha tenido el poder de elegir el camino a
seguir, la trayectoria de mi destino.
Mi
vida no ha sido perfecta y me enfurece pensarlo. Creo que no he sido mala
persona, nunca he engañado a los demás, al menos conscientemente, siempre he
intentando hacer lo correcto, siempre he buscado ayudar a las personas. Tenía
fe en que siendo lo más honesta posible, lo más buena, quizás la vida me
acabaría dando una oportunidad.
Siempre me digo que los
malos momentos me hicieron más fuerte, me convirtieron en la persona que soy,
pero me gustaría no tener tantos. Por una vez en mi vida desearía encontrar las
baldosas amarillas y, quizás, que alguien me rescate de mi propio aislamiento y
se atreva a dar un paso más, cruzar la
barrera que me envuelve para conocerme.
Una
vez hubo alguien que lo hizo, en una ocasión unas manos me sacaron del agujero
oscuro en el que había caído, lo malo es que esas mismas manos luego me
clavaron un puñal, de la clavícula al abdomen.
Por
eso no voy a esperar ser rescatada, debo salvarme yo.
Todos estos años fingí que
las cicatrices no existían, hacía más llevadero tenerlas, pero están ahí, las
siento. A veces duelen y no sé cómo evitarlo.
Por esa razón me he estado
escondiendo. Huyendo de ti, de mi familia, de mis amigos, de mí misma. Creía
que poniendo una barrera infranqueable nunca me dañarían, lo malo de las
murallas es que no te permiten ver a tu alrededor y no dejan pasar la luz de
quienes intentan iluminarte.
Últimamente he hablado con
muchas personas, he escuchado críticas, alabanzas, me he enfrentado a lágrimas
de odio, de pena y de alegría.
Por eso estoy aquí ahora,
por esa razón quería hablar contigo.
Tú has estado a mi lado
todo el tiempo, sólo que yo no estaba aquí. Me alejé, me aísle en mi mundo y
estuve ahí hasta hace poco.
Me he decidido, esta vez
la vida podrá darme patadas, aún así pienso salir adelante por mí misma. Habrá
lágrimas, nuevas cicatrices en mi alma, pero lo conseguiré.
- Yo creo en ti, siempre
he creído en ti.
- Lo sé, por eso no voy a
decepcionarte otra vez. – Le dije, él me abrazó transmitiéndome su apoyo
incondicional y lo comprendí: iba a salir de la espiral.
Esta vez nadie me iba a impedir encontrar el
camino de baldosas amarillas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario