Capítulo 1
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¿Estoy muerta o estoy borracha? – Indagué al verlo aparecer de la nada. Ocurrió
en un instante, oí un estruendo y lo vi: alto, delgado, pelo negro coronado con
una aureola plateada. No supe determinar su edad ya que sus facciones eran de un hombre en la
treintena, pero sus ojos hablaban de años de sabiduría. Me quedé pasmada y sin
pronunciar ni una sola palabra. Se me quedó mirando con infinita paciencia, una
expresión pétrea de quién ha vivido la misma experiencia miles de veces.
Después caminó hacia mí, me tendió la mano y me sonrió.
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Un poco de los dos.
- ¿De dónde has salido? – Conseguí
preguntarle tras diez minutos de silencio.
- Del cielo, soy tu Ángel de la
Guarda, mi nombre es Dariel.
-¿Mi Ángel de la Guarda?
- He venido para ofrecerte la
posibilidad de cambiar una de las decisiones que has tomado en tu vida.
-
Cuando me ofreció la posibilidad lo primero que pensé fue ¿Cuál?
Me
había equivocado al menos unas cien veces y entonces me reí, no lo pude evitar.
Ya sé que reírte de tu Ángel de la
Guarda, cuando por fin toma la decisión de hacerse corpóreo y concederte un
deseo, no es lo más sensato del mundo. Porque, no nos engañemos, nuestros
Ángeles guardianes son los que se ocupan de que no nos caigamos, de que nuestros
padres no nos pillen en nuestras mentirijillas...
Mucho trabajo, muy poca compensación. Lo único que reciben por su atención
cuidadosa es una pequeña oración y no demasiado inspirada. “Ángel de la Guarda, dulce compañía, no me dejes sola ni de noche ni
de día que me perdería”. Nada de gracias por escucharnos, nada de te
mereces unas vacaciones, ni tan siquiera un por favor.
Me reí tanto que la mandíbula se me
desencajó, él me observó con su rostro impasible. Como mi ataque de hilaridad
no cesaba, agitó sus alas con enfado, susurró un “ya me lo dirás cuando lo
pienses” y del mismo modo que apareció, se desvaneció.
Al verlo marchar me arrepentí un
poco de mi actuación pues no creo que sea fácil, para un Ángel, tomar la
decisión de hacerse corpóreo y conceder un deseo a su protegido. Lo que es
más, debe doler bajar del cielo para
escuchar las peticiones de una desagradecida o desagradecido humano.
Entonces
se me ocurrió que, probablemente, el Ángel ni siquiera era real sólo un
producto de mi imaginación embotada por culpa del estrés y, algo también
tendrían que ver, los veinte cócteles que había consumido desde por la mañana
entre margaritas y daiquiris de plátano.
Sé que el alcohol no es la solución, pero ese día me pareció muy sensato
beber hasta desmayarme.
Cuando desperté a la mañana
siguiente tenía un dolor de cabeza infernal, el estómago en un nudo y la mente
en otra dimensión. Caminé hacia la
ducha, me metí bajo el chorro de agua caliente y pensé que no me importaría que
mi Ángel de la guarda se me apareciese otra vez.
En fin, como mi mente alcohólica lo
que había imaginado estaba bastante bueno. Ojos verdes, hoyuelos en la mejilla,
pelo negro, pecas en la nariz, hombros anchos, cintura estrecha, reloj de
bolsillo con una cadena de plata, pantalón vaquero ajustado, camisa blanca y
chupa de cuero.
En esas divagaciones estaba cuando
el teléfono de mi casa comenzó a sonar. Así pues salí desnuda de la bañera,
corrí por mi destartalado apartamento hasta llegar al teléfono, era mi hermana
recordándome que esa mañana era el bautizo de mi ahijada. Yo lo sabía, pero
Diana me conocía lo bastante bien como para saber que, tras una bronca
monumental con mi jefe, y novio, siempre bebía alcohol hasta caer desmayada. La
del día anterior había sido de las peores.
Normalmente Héctor era un tipo
bastante sano, con la mente brillante, grandes ideas, muchos proyectos y poco
tiempo.
Tras asegurarle que estaría a tiempo corrí hacia mi habitación, me maquillé, elegí el vestido para el
bautizo y salí corriendo a la Iglesia.
Al llegar vi a mi hermana y a mi cuñado, en sus brazos iba la pequeña
Gracia, muy pelirroja. Sus hermanitos se estaban disputando su
atención, pero Gracia sólo tenía ojos para su papá.
Entramos en la Iglesia, asistimos al
bautizo y, después, nos fuimos a celebrarlo con la familia en un pequeño
restaurante que mi hermana y cuñado habían elegido. La pequeña Gracia quedó
dormida profundamente, no lloró durante toda la mañana. Estaba terminando el
postre cuando sonó mi teléfono. Lo cogí y al ver que me llamaba Héctor decidí
no cogerlo. Mi día había sido espléndido y no tenía intención de dejarme
llevar a otra discusión sin sentido. Al día siguiente tenía trabajo en el
hospital y lo vería, así pues, opté por ignorarlo. Hay ocasiones en las que una
chica tiene que hacer lo que tiene que hacer.
Al llegar a mi casa me metí en la
ducha. Empecé a tararear mi canción favorita mientras me enjabonaba y recordé
la ceremonia del bautizo. La pequeña Gracia era un sol y yo me sentía una
madrina muy orgullosa.
Al salir de la ducha fui hacia el
salón, puse la televisión y me quedé dormida durante un buen rato. Un aleteo
suave me arrancó de mi sueño, abrí mis ojos y me lo encontré de nuevo frente a
mí.
- Vuelvo a tener el sueño del
Ángel.- Susurré. – Bueno, cosas más raras me han ocurrido.
- No estás soñando. – Aseveró él. – Te
lo he dicho, soy tu Ángel de la Guarda, y me llamó Dariel.
- No existen tal cosa como Ángeles de la Guarda. Soy médico, lo sé.
- Como puedes observar, soy real.- Dijo
aproximándose a mí y me pellizcó el brazo.
- ¡Ay, eso ha dolido! – Protesté.
- Es para demostrarte que no estás
dormida, Daniela.
- ¿Eres mi Ángel de la Guarda?
- Lo soy.
- ¿Y no llegas con un poco de
retraso?
Hace
trece años que mi ex trató de matarme, en aquel momento no te presentaste ante
mí y ahora es un poco tarde, ¿no crees? – Dije, aún incrédula, pero decidida a
creerlo. Al fin y al cabo, todos necesitamos un Ángel de vez en cuando.
- Entonces yo no era tu Ángel de la
Guarda.
- ¿Ah no?
- Me asignaron a ti hace trece años,
meses después de ese acontecimiento.
- ¿Y mi Ángel de entonces te explicó
por qué no me ayudó?
- En realidad es mejor que nadie
sepa que he venido, hay una norma que impide a los Ángeles visitar a sus
protegidos.
- ¿Y por qué estás aquí?
- Quiero ayudarte, Daniela.
- Te lo agradezco, pero la vida me
va bien. Tengo novio, un trabajo, una ahijada y he aprobado mi tesis doctoral.
- Sin embargo no eres feliz.
- ¿No soy feliz?
Supongo
que no, pero, ¿acaso hay alguien completamente feliz?
- ¿Completamente?, quizás no, pero
sí felices. Tú ni siquiera lo eres un poco. Estás acostumbrada a ver la parte
negativa de las cosas y eres incapaz de encontrar factores positivos.
Ahí entro yo.
Tengo poder para cambiar una de las
decisiones de tu vida, piensa bien cuál quieres, porque la decisión de uno
puede cambiar la vida de muchos.
- ¿De verdad me vas a conceder esa
oportunidad?
Entonces
déjame pensarlo bien, hay varias cosas que podría elegir… ¿de cuánto tiempo
dispongo para decidirme?
- Dos semanas. No puedo concederte
más porque los Altos Mandos del Cielo podrían enterarse y yo me quedaría sin
alas. Como te he dicho, estoy saltándome unas cuantas normas al venir aquí.
- ¿Por qué lo haces?
- Por ti, Daniela. Siempre lo hago
por ti. – Dijo y tal como vino, se marchó.
Yo
me quedé en silencio, me pellizqué unas cuantas veces más para probar si
realmente estaba despierta o dormida, al ver cómo mi piel se enrojecía, decidí
creer en Dariel, en los Ángeles de la Guarda y en cómo una decisión mía podía
cambiar la vida de muchos.
Imaginaba
que mi destino no influiría de ningún modo en el de otras personas. Cada uno
somos dueños de nuestra propia identidad, de nuestra propia vida. La gente que
se cruza en nuestro camino son simples paradas, pero no cambian lo que somos o
lo seremos.
Estamos
definidos por nuestra propia individualidad, o eso solía creer yo. Quizás, no
era muy sensato pensar de ese modo, menos aún si tenemos en cuenta que yo había
sido víctima de otra persona. Yo había sido la diana de mi ex, trece años
atrás.
La
historia de mi vida estaba definida por un día quince de septiembre. Cuatro
días antes había roto con mi novio, Miguel. Para ser honesta no recuerdo el
motivo real o la razón que me había empujado
a alejarme de él. A veces pienso que una pequeña parte de mí intuía algo malo.
Ese
día me desperté de buen humor. Llevaba tanto tiempo con Miguel antes de la
ruptura que apenas recordaba cómo me sentía estando sola. La libertad, poder
hacer cosas con mi familia y mis amigos sin dar explicaciones, sin tener
discusiones a causa de los celos. Incluso mi hermana Diana parecía feliz, a
ella nunca le había gustado Miguel.
Estaba
en los últimos meses de curso, a punto de hacer mi examen de selectividad y
elegir una profesión para mi futuro. Por aquel entonces deseaba ser ingeniera
informática, pero la vida se interpuso entre mí y ese sueño.
Llamaron
a la puerta, abrí sin mirar y me encontré a Miguel frente a mí. En un primer
momento no vi el cuchillo que llevaba en su mano, sólo la ira dibujada en su
rostro. Le pregunté qué ocurría, pero no fui consciente de su respuesta.
Sentí
el filo atravesándome la clavícula, cómo bajaba hasta mi abdomen y el dolor
atravesó todo mi cuerpo. Noté cómo mis piernas desfallecían, caí al suelo, lo
miré aterrorizada y cerré los ojos al ver cómo levantaba nuevamente la mano
para volver a atravesarme el cuerpo.
El
golpe nunca llegó.
Mi
hermana Diana había ido a la puerta y al ver a Miguel atacándome le arrancó el
cuchillo de las manos, se lo clavó en el pecho y empezó a gritar. Los vecinos
salieron de su casa, horrorizados, contemplaron el espectáculo dantesco que
ofrecíamos.
Eso
es lo último que recuerdo.
Luego el vacío, el silencio, el terror, horas
y horas en blanco. De algún modo percibí cómo mi cuerpo se iba a otra parte,
entre sueños recuerdo unos ojos aguamarina y un cabello rojo como el fuego.
Después,
el olor a desinfectante del hospital, unas manos cálidas acariciándome la
mejilla y los ojos más verdes del mundo mirándome con ternura.
La
primera vez que vi a mi doctor, Darío Pardo, me recordó a un Ángel. Su bata
blanca delataba su condición, al mirarlo le sonreí; no lo pude evitar. Él me
había salvado y yo me sentí en deuda con él, una que nunca he podido pagar.
Pues murió poco después en un accidente por culpa de un borracho.
Pensé en él, y, comprendí que me
haría un nuevo favor.
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