lunes, 29 de abril de 2013

Ha llegado el momento de explorar la tercera versión de "La Decisión", en esta aparecen personajes nuevos, pero Daniela sigue siendo la protagonista que se debate entre sus deseos y sus obligaciones. Una vez terminada esta versión podéis decidir cuál os gusta más. Yo tengo muy claro cuál es mi favorita.
 Capítulo 1
- ¿Estoy muerta o estoy borracha? – Indagué al verlo aparecer de la nada. Ocurrió en un instante, oí un estruendo y lo vi: alto, delgado, pelo negro coronado con una aureola plateada. No supe determinar su edad  ya que sus facciones eran de un hombre en la treintena, pero sus ojos hablaban de años de sabiduría. Me quedé pasmada y sin pronunciar ni una sola palabra. Se me quedó mirando con infinita paciencia, una expresión pétrea de quién ha vivido la misma experiencia miles de veces. Después caminó hacia mí, me tendió la mano y me sonrió.
- Un poco de los dos.
            - ¿De dónde has salido? – Conseguí preguntarle tras diez minutos de silencio.
            - Del cielo, soy tu Ángel de la Guarda, mi nombre es Dariel.
            -¿Mi Ángel de la Guarda?
            - He venido para ofrecerte la posibilidad de cambiar una de las decisiones que  has tomado en tu vida.
- Cuando me ofreció la posibilidad lo primero que pensé fue ¿Cuál?
Me había equivocado al menos unas cien veces y entonces me reí, no lo pude evitar.       
            Ya sé que reírte de tu Ángel de la Guarda, cuando por fin toma la decisión de hacerse corpóreo y concederte un deseo, no es lo más sensato del mundo. Porque, no nos engañemos, nuestros Ángeles guardianes son los que se ocupan de que no nos caigamos, de que nuestros padres no nos pillen en nuestras mentirijillas...
 Mucho trabajo, muy poca compensación.    Lo único que reciben por su atención cuidadosa es una pequeña oración y no demasiado inspirada. “Ángel de la Guarda, dulce compañía, no me dejes sola ni de noche ni de día que me perdería”. Nada de gracias por escucharnos, nada de te mereces unas vacaciones, ni tan siquiera un por favor.
            Me reí tanto que la mandíbula se me desencajó, él me observó con su rostro impasible. Como mi ataque de hilaridad no cesaba, agitó sus alas con enfado, susurró un “ya me lo dirás cuando lo pienses” y del mismo modo que apareció, se desvaneció.
            Al verlo marchar me arrepentí un poco de mi actuación pues no creo que sea fácil, para un Ángel, tomar la decisión de hacerse corpóreo y conceder un deseo a su protegido. Lo que es más,  debe doler bajar del cielo para escuchar las peticiones de una desagradecida o desagradecido humano.
Entonces se me ocurrió que, probablemente, el Ángel ni siquiera era real sólo un producto de mi imaginación embotada por culpa del estrés y, algo también tendrían que ver, los veinte cócteles que había consumido desde por la mañana entre margaritas y daiquiris de plátano.  Sé que el alcohol no es la solución, pero ese día me pareció muy sensato beber hasta desmayarme.
            Cuando desperté a la mañana siguiente tenía un dolor de cabeza infernal, el estómago en un nudo y la mente en otra dimensión.  Caminé hacia la ducha, me metí bajo el chorro de agua caliente y pensé que no me importaría que mi Ángel de la guarda se me apareciese otra vez.
            En fin, como mi mente alcohólica lo que había imaginado estaba bastante bueno. Ojos verdes, hoyuelos en la mejilla, pelo negro, pecas en la nariz, hombros anchos, cintura estrecha, reloj de bolsillo con una cadena de plata, pantalón vaquero ajustado, camisa blanca y chupa de cuero.
            En esas divagaciones estaba cuando el teléfono de mi casa comenzó a sonar. Así pues salí desnuda de la bañera, corrí por mi destartalado apartamento hasta llegar al teléfono, era mi hermana recordándome que esa mañana era el bautizo de mi ahijada. Yo lo sabía, pero Diana me conocía lo bastante bien como para saber que, tras una bronca monumental con mi jefe, y novio, siempre bebía alcohol hasta caer desmayada. La del día anterior había sido de las peores.
            Normalmente Héctor era un tipo bastante sano, con la mente brillante, grandes ideas, muchos proyectos y poco tiempo.
            Tras asegurarle que estaría a tiempo  corrí hacia mi habitación, me maquillé, elegí el vestido para el bautizo y salí corriendo a la Iglesia.  Al llegar vi a mi hermana y a mi cuñado, en sus brazos iba la pequeña Gracia, muy pelirroja. Sus hermanitos se estaban disputando su atención, pero Gracia sólo tenía ojos para su papá.
            Entramos en la Iglesia, asistimos al bautizo y, después, nos fuimos a celebrarlo con la familia en un pequeño restaurante que mi hermana y cuñado habían elegido. La pequeña Gracia quedó dormida profundamente, no lloró durante toda la mañana. Estaba terminando el postre cuando sonó mi teléfono. Lo cogí y al ver que me llamaba Héctor decidí no cogerlo. Mi día había sido espléndido y no tenía intención de dejarme llevar a otra discusión sin sentido. Al día siguiente tenía trabajo en el hospital y lo vería, así pues, opté por ignorarlo. Hay ocasiones en las que una chica tiene que hacer lo que tiene que hacer.
            Al llegar a mi casa me metí en la ducha. Empecé a tararear mi canción favorita mientras me enjabonaba y recordé la ceremonia del bautizo. La pequeña Gracia era un sol y yo me sentía una madrina muy orgullosa.
            Al salir de la ducha fui hacia el salón, puse la televisión y me quedé dormida durante un buen rato. Un aleteo suave me arrancó de mi sueño, abrí mis ojos y me lo encontré de nuevo frente a mí.
            - Vuelvo a tener el sueño del Ángel.- Susurré. – Bueno, cosas más raras me han ocurrido.
            - No estás soñando. – Aseveró él. – Te lo he dicho, soy tu Ángel de la Guarda, y me llamó Dariel.
            - No existen tal cosa como  Ángeles de la Guarda. Soy médico, lo sé.
            - Como puedes observar, soy real.- Dijo aproximándose a mí y me pellizcó el brazo.
            - ¡Ay, eso ha dolido! – Protesté.
            - Es para demostrarte que no estás dormida, Daniela.
            - ¿Eres mi Ángel de la Guarda?
            - Lo soy.
            - ¿Y no llegas con un poco de retraso?
Hace trece años que mi ex trató de matarme, en aquel momento no te presentaste ante mí y ahora es un poco tarde, ¿no crees? – Dije, aún incrédula, pero decidida a creerlo. Al fin y al cabo, todos necesitamos un Ángel de vez en cuando.
            - Entonces yo no era tu Ángel de la Guarda.
            - ¿Ah no?
            - Me asignaron a ti hace trece años, meses después de ese acontecimiento.
            - ¿Y mi Ángel de entonces te explicó por qué no me ayudó?
            - En realidad es mejor que nadie sepa que he venido, hay una norma que impide a los Ángeles visitar a sus protegidos.
            - ¿Y por qué estás aquí?
            - Quiero ayudarte, Daniela.
            - Te lo agradezco, pero la vida me va bien. Tengo novio, un trabajo, una ahijada y he aprobado mi tesis doctoral.
            - Sin embargo no eres feliz.
            - ¿No soy feliz?
Supongo que no, pero, ¿acaso hay alguien completamente feliz?
            - ¿Completamente?, quizás no, pero sí felices. Tú ni siquiera lo eres un poco. Estás acostumbrada a ver la parte negativa de las cosas y eres incapaz de encontrar factores positivos.
            Ahí entro yo.
            Tengo poder para cambiar una de las decisiones de tu vida, piensa bien cuál quieres, porque la decisión de uno puede cambiar la vida de muchos.
            - ¿De verdad me vas a conceder esa oportunidad?
Entonces déjame pensarlo bien, hay varias cosas que podría elegir… ¿de cuánto tiempo dispongo para decidirme?
            - Dos semanas. No puedo concederte más porque los Altos Mandos del Cielo podrían enterarse y yo me quedaría sin alas. Como te he dicho, estoy saltándome unas cuantas normas al venir aquí.
            - ¿Por qué lo haces?
            - Por ti, Daniela. Siempre lo hago por ti. – Dijo y tal como vino, se marchó.
Yo me quedé en silencio, me pellizqué unas cuantas veces más para probar si realmente estaba despierta o dormida, al ver cómo mi piel se enrojecía, decidí creer en Dariel, en los Ángeles de la Guarda y en cómo una decisión mía podía cambiar la vida de muchos.
Imaginaba que mi destino no influiría de ningún modo en el de otras personas. Cada uno somos dueños de nuestra propia identidad, de nuestra propia vida. La gente que se cruza en nuestro camino son simples paradas, pero no cambian lo que somos o lo seremos.
Estamos definidos por nuestra propia individualidad, o eso solía creer yo. Quizás, no era muy sensato pensar de ese modo, menos aún si tenemos en cuenta que yo había sido víctima de otra persona. Yo había sido la diana de mi ex, trece años atrás.
La historia de mi vida estaba definida por un día quince de septiembre. Cuatro días antes había roto con mi novio, Miguel. Para ser honesta no recuerdo el motivo real  o la razón que me había empujado a alejarme de él. A veces pienso que una pequeña parte de mí intuía algo malo.
Ese día me desperté de buen humor. Llevaba tanto tiempo con Miguel antes de la ruptura que apenas recordaba cómo me sentía estando sola. La libertad, poder hacer cosas con mi familia y mis amigos sin dar explicaciones, sin tener discusiones a causa de los celos. Incluso mi hermana Diana parecía feliz, a ella nunca le había gustado Miguel.
Estaba en los últimos meses de curso, a punto de hacer mi examen de selectividad y elegir una profesión para mi futuro. Por aquel entonces deseaba ser ingeniera informática, pero la vida se interpuso entre mí y ese sueño.
Llamaron a la puerta, abrí sin mirar y me encontré a Miguel frente a mí. En un primer momento no vi el cuchillo que llevaba en su mano, sólo la ira dibujada en su rostro. Le pregunté qué ocurría, pero no fui consciente de su respuesta.
Sentí el filo atravesándome la clavícula, cómo bajaba hasta mi abdomen y el dolor atravesó todo mi cuerpo. Noté cómo mis piernas desfallecían, caí al suelo, lo miré aterrorizada y cerré los ojos al ver cómo levantaba nuevamente la mano para volver a atravesarme el cuerpo.
El golpe nunca llegó.
Mi hermana Diana había ido a la puerta y al ver a Miguel atacándome le arrancó el cuchillo de las manos, se lo clavó en el pecho y empezó a gritar. Los vecinos salieron de su casa, horrorizados, contemplaron el espectáculo dantesco que ofrecíamos.
Eso es lo último que recuerdo.
 Luego el vacío, el silencio, el terror, horas y horas en blanco. De algún modo percibí cómo mi cuerpo se iba a otra parte, entre sueños recuerdo unos ojos aguamarina y un cabello rojo como el fuego.
Después, el olor a desinfectante del hospital, unas manos cálidas acariciándome la mejilla y los ojos más verdes del mundo mirándome con ternura.
La primera vez que vi a mi doctor, Darío Pardo, me recordó a un Ángel. Su bata blanca delataba su condición, al mirarlo le sonreí; no lo pude evitar. Él me había salvado y yo me sentí en deuda con él, una que nunca he podido pagar. Pues murió poco después en un accidente por culpa de un borracho.
            Pensé en él, y, comprendí que me haría un nuevo favor.





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