jueves, 16 de mayo de 2013

Capítulo 3, 3 versión

Tercer capítulo de esta versión, en ella vemos como el Ángel de Daniela vuelve a aparecerse y ella se plantea, nuevamente, la opción de cambiar una de las decisiones de su vida. Aunque, quizás, con un futuro prometedor a sus pies le resulte más difícil elegir el camino más apropiado.


Capítulo 3
            Tras desayunar, Héctor y yo nos dirigimos al hospital. Al entrar en él me asaltaron los olores que tan bien conocía: el desinfectante, la sangre, la anestesia…
 En la sala de Urgencias todos ellos se unían para formar una combinación curiosa. Los primeros años trabajar allí me había resultado espantoso. Ver a todos esos heridos y la muerte. Al principio lloraba con cada paciente que perdía, deseaba ser más como Darío y menos como yo. Comprendía que, en ocasiones, la medicina no es bastante para curar a un enfermo, pero me enfurecía con el Dios que permitía tales injusticias. Con el tiempo fui acostumbrándome. Seguía intentando salvar a todos, aunque aprendí a priorizar. No puedo decir que en mi haber como doctora hubiese habido un Milagro como lo fui yo para Darío, pero sí había salvado a muchas personas. Algunos pacientes volvían tiempo después a agradecerme mi trabajo y eso me emocionaba. Cuando los encontraba por la calle me trataban como un miembro más de su familia. En cierta manera era un poco perturbador, conocía a algunos de mis pacientes mucho mejor de lo que me conocía a mí o a mí familia.
Cada vez que un paciente entraba por la sala de Urgencias me preguntaba sobre cómo sería su vida, si en ella habían encontrado a buenas personas dispuestas a ayudarlos y si alguna vez habían tenido que enfrentarse a un monstruo como yo me había enfrentado al mío. Miguel era una constante en mi cabeza, siempre lo recordaba y nunca pensaba en los buenos momentos. Sólo lo veía cuando trató de segar mi vida sin ningún remordimiento.


Ese día me sentía nostálgica, había instantes en los que me acababa encerrando en mi pequeño caparazón para protegerme del entorno y ese era uno de ellos. Los pacientes que llegaban a mi mesa me recordaban irremediablemente a Darío, a mí, a Miguel, al pasado que nunca había terminado de cerrar y al futuro incierto para el que no estaba preparada.
Héctor había sido mi salvación cuando todo mi mundo se fue a la mierda por segunda vez, me apoyó, me entregó su corazón y se convirtió en mi mejor amigo.
 Lo conocí el primer día de la Universidad, los dos estudiábamos Medicina, pero él ya estaba en el último curso. Coincidimos en una optativa y nos hicimos amigos. Él era un hombre divertido, generoso, siempre se preocupaba por ayudar a los demás y tenía verdadera vocación. Probablemente eso fue lo que me atrajo de él, era muy parecido a Darío siendo completamente diferente.
Recuerdo la primera vez que me atreví a hablarle de mi pasado. Fue cuando estábamos preparando el examen final de la asignatura la cual compartíamos. Habíamos ido a estudiar a la Biblioteca y, por una razón que escapa a mi control, mientras estudiaba uno de los casos médicos presentados en el libro  me puse a llorar como una niña pequeña. De algún modo me recordó a Darío, a mí, al infierno de mi recuperación y al infierno de haberlo perdido sin haber tenido tiempo de disfrutar de nuestro amor. Quizás las cosas debían ocurrir así, no lo sé.
Héctor me miró extrañado y yo salí corriendo de la biblioteca.


Corrí varias manzanas para huir de mi pasado, corrí hasta que mis piernas no pudieron más y acabé sentada en el otro extremo de la ciudad. Con las prisas me había dejado el bolso con todas mis cosas, me senté para pensar en mi vida antes de regresar a la biblioteca y me lo encontré frente a mí. Respiraba con dificultad y en sus manos llevaba mi bolso. Me lo entregó, se sentó a mi lado y no me preguntó nada. Simplemente me ofreció su compañía silenciosa y eso era precisamente lo que necesitaba.
No sé cómo ocurrió, pero de pronto me vi hablándole de Darío, de mi cicatriz, de mis terrores nocturnos y de muchas cosas que no había compartido con nadie de mi familia. Me sentía perdida y él me rescató. Me ofreció un hombro donde llorar, un amigo al que contar todas mis penas, un confidente. Probablemente, después de Darío, es la persona a la que más he querido en toda mi vida. Sin embargo no todo ocurrió tan rápido, ni tan fácilmente. Tardé muchísimos años en comprender mis sentimientos. Durante ocho años fuimos los mejores amigos y, finalmente, acabamos juntos.
Sabía por qué razón me sentía nostálgica, en realidad, tras más de trece años había decidido entregar mi corazón, se lo iba a dar a Héctor y la idea me aterraba. Estaba dando un salto al vacío, iba a entregar todo mi corazón a Héctor, lo sabía, pero una parte de mí se negaba a aceptarlo, una parte de mí no era capaz de traicionar a Darío y buscaba excusas para no afrontar ese futuro.
Sentí su presencia en mi espalda y las mariposas recorrieron mi abdomen. El olor de su colonia encajaba con ese lugar, podía imaginar sus hermosas manos, era capaz de reconstruir todas sus facciones en mi cabeza, la pequeña cicatriz de su espalda de cuando se había caído del caballo, el esbelto cuerpo, los ojos como el cielo, la sonrisa de medio lado capaz de derretir a un iceberg, su voz, cargada de matices.


Era capaz de repasar mentalmente toda nuestra vida juntos, desde que empezó nuestra amistad hasta la primera noche que pasamos juntos. Me estremecí al recordar sus dedos acariciando mi cicatriz y suspiré. Lo amaba y quizás iba siendo hora de lanzarse al vacío sin paracaídas.
Me giré para observarlo, él se quedó un instante parado pues vio algo en mi mirada, algo que nunca había visto antes y también suspiró.
- Te amo, Héctor. – Dije, sin prestar atención a lo que había a nuestro alrededor. Llevaba tantos años escondiendo esos sentimientos en mi interior, que la primera vez que salieron lo hicieron de modo abrupto. Nuestros compañeros no se inmutaron pues en ese instante estábamos en la sala de descanso, tras  acabar nuestra jornada laboral.
- Lo sé.- Héctor se acercó a mí, me rodeó con sus brazos y suspiró en el hueco de mi hombro. – Me has hecho esperar toda una vida, amor mío. – Susurró en mi oído y en un instante su boca se adueñó de la mía, despertando sentimientos los cuales había ignorado durante esos años.
- Buscaos un hotel. – Bromearon nuestros compañeros, pero ninguno de los dos hizo caso. Ese instante era nuestro, nos pertenecía.
Lo siento, Darío, pero es hora de avanzar. – Pensé.
No puedo recordar apenas cómo llegamos a mi casa, ni siquiera soy consciente de cómo acabamos la noche dormidos, enredados entre el edredón de mi cama. Sólo que, por primera vez, volví a disfrutar del amor.
A la mañana siguiente el olor a café me despertó, abrí los ojos y me encontré a Héctor tal y cómo vino al mundo con una bandeja de desayuno entre sus brazos. Le sonreí, él caminó hacia mi cama, colocó la bandeja entre nosotros y me sonrió.
- ¿Qué tal has dormido, mi amor?
- Bien. – Contesté y lo besé. – Gracias.
- De nada. – Héctor cogió la taza de café y bebió un poco. - ¿Te apetece ir a la playa cuando libremos?
- Suena estupendamente. – Respondí.
- Es la primera vez que no intentas posponerlo.
- Lo sé.
- La espera ha merecido la pena. – Contestó. – Después me besó con ternura. – Te amo y quiero casarme contigo, deseo tener hijos contigo y creo que, por fin, serás capaz de aceptarme.
- No te vas a librar de la petición de mano, así que cúrratelo un poco. – Bromeé y enterré mi cabeza en su hombro. – Pero te diré un secreto, pienso decir que sí a todo eso.
- Gracias.
- ¿Por qué?
- Por dejar atrás el pasado, yo nunca seré Darío, pero te voy a amar con todo mi corazón.
- No quiero que seas Darío, te quiero a ti. Eres real y sé que no me vas a hacer daño.
- Nunca. – Respondió y acarició mi cicatriz, sabiendo a qué me refería con esas palabras.
El proceso de integración en mi nueva vida fue mucho más sencillo de lo que podía haberme imaginado. En mi corazón siempre había habido un lugar para Héctor y ahora, él encajaba a la perfección conmigo.
Durante una semana apenas me dio tiempo a recordar a mi Ángel de la Guarda, pues estaba demasiado feliz como para plantearme si deseaba cambiar alguna decisión de mi vida.
Fue el lunes de la semana siguiente, mientras yo estaba en mi casa arreglándome para ir a cenar con Héctor, cuando reapareció en mi salón. Al verlo el corazón me dio un vuelco, me sentía un poco culpable por no haber pensado en él, ni en la generosa oportunidad que me había ofrecido.
- Dariel.
- ¿Has pensado en mi oferta?
- En realidad no demasiado. – Contesté y me perdí en sus hermosos ojos verdes. – He estado ocupada…
- Con tu novio. – Terminó él por mí. – Lo sé, os he visto.
- Lo siento… yo…
- No debes disculparte conmigo, tienes derecho a vivir tu vida a tu manera. Estos días he visto tu felicidad y por eso he venido, he pensado que quizás ya no desees cambiar ninguna decisión de tu vida.
- Han pasado muchas cosas en muy poco tiempo y aún no he tenido tiempo de sentarme a valorar la situación. Pensé en hablar con mis seres queridos de esta oportunidad, pero con todo lo de Héctor aún no me he puesto en el proceso. No quiero renunciar todavía a la generosa oferta que me has hecho, Dariel, desearía poder pensarlo un poco más.
No me malinterpretes, ahora soy feliz, más de lo que he sido en trece años, pero quizás podría… no sé…
- Debes pensarlo con cautela, Daniela, como te dije, cambiar algo no sólo te afecta a ti, sino también a las personas que te rodean.


Cuando hablé contigo, hace una semana, tú no eras feliz. Las cosas son distintas ahora, quizás deberías permitir que la vida siguiera su curso. Héctor te quiere y ha estado esperando por ti todos estos años, dale la oportunidad de entrar en tu mundo.
- Sé que me quiere y yo a él.
Pero en el pasado me ocurrieron muchas cosas, tomé muchas decisiones erróneas con respecto a Héctor, a mi familia o a mí. Durante algún tiempo me dejé llevar por un camino de autodestrucción y no puedo sentirme orgullosa de algunas de las cosas que hice entonces.
 Algunas de las personas que más quiero sufrieron por mi causa y no puedo decidir de la noche a la mañana si renunciar a tu generosa invitación, hay muchos implicados y quiero tener, tal vez, la oportunidad de arreglar alguno de mis desaguisados…
- El problema es que sigues estancada en tu pasado y es hora de mirar hacia adelante.
- ¿Y me lo dices tú? – Protesté mirándolo a los ojos. – Has aparecido con tus bonitas alas blancas y has trastocado mi vida en un instante.
- Y gracias a mí has dado un paso hacia adelante, ¿no es cierto?
- Quizás… - Respondí, sin querer darle la razón por completo. – Por eso necesito tiempo… es… todo es muy complicado.
- La vida es compleja, creí que esa lección ya la habías aprendido. – Apuntó. – Tienes una semana más.
Si me hicieras caso olvidarías mi visita y avanzarías con tu vida. Debes enterrar el pasado, Darío ya no va a volver y tú debes aceptarlo.
- Lo sé… maldita sea… lo sé… - Contesté y él desapareció, dejándome una sensación de vacío en el corazón.

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