Capítulo 3
Tras desayunar, Héctor y yo nos
dirigimos al hospital. Al entrar en él me asaltaron los olores que tan bien
conocía: el desinfectante, la sangre, la anestesia…
En la sala de Urgencias todos ellos se unían
para formar una combinación curiosa. Los primeros años trabajar allí me había
resultado espantoso. Ver a todos esos heridos y la muerte. Al principio lloraba
con cada paciente que perdía, deseaba ser más como Darío y menos como yo.
Comprendía que, en ocasiones, la medicina no es bastante para curar a un
enfermo, pero me enfurecía con el Dios que permitía tales injusticias. Con el
tiempo fui acostumbrándome. Seguía intentando salvar a todos, aunque aprendí a
priorizar. No puedo decir que en mi haber como doctora hubiese habido un
Milagro como lo fui yo para Darío, pero sí había salvado a muchas personas.
Algunos pacientes volvían tiempo después a agradecerme mi trabajo y eso me
emocionaba. Cuando los encontraba por la calle me trataban como un miembro más
de su familia. En cierta manera era un poco perturbador, conocía a algunos de
mis pacientes mucho mejor de lo que me conocía a mí o a mí familia.
Cada
vez que un paciente entraba por la sala de Urgencias me preguntaba sobre cómo
sería su vida, si en ella habían encontrado a buenas personas dispuestas a
ayudarlos y si alguna vez habían tenido que enfrentarse a un monstruo como yo
me había enfrentado al mío. Miguel era una constante en mi cabeza, siempre lo
recordaba y nunca pensaba en los buenos momentos. Sólo lo veía cuando trató de
segar mi vida sin ningún remordimiento.
Ese
día me sentía nostálgica, había instantes en los que me acababa encerrando en
mi pequeño caparazón para protegerme del entorno y ese era uno de ellos. Los
pacientes que llegaban a mi mesa me recordaban irremediablemente a Darío, a mí,
a Miguel, al pasado que nunca había terminado de cerrar y al futuro incierto
para el que no estaba preparada.
Héctor
había sido mi salvación cuando todo mi mundo se fue a la mierda por segunda
vez, me apoyó, me entregó su corazón y se convirtió en mi mejor amigo.
Lo conocí el primer día de la Universidad, los
dos estudiábamos Medicina, pero él ya estaba en el último curso. Coincidimos en
una optativa y nos hicimos amigos. Él era un hombre divertido, generoso,
siempre se preocupaba por ayudar a los demás y tenía verdadera vocación.
Probablemente eso fue lo que me atrajo de él, era muy parecido a Darío siendo
completamente diferente.
Recuerdo
la primera vez que me atreví a hablarle de mi pasado. Fue cuando estábamos
preparando el examen final de la asignatura la cual compartíamos. Habíamos ido
a estudiar a la Biblioteca y, por una razón que escapa a mi control, mientras
estudiaba uno de los casos médicos presentados en el libro me puse a llorar como una niña pequeña. De
algún modo me recordó a Darío, a mí, al infierno de mi recuperación y al
infierno de haberlo perdido sin haber tenido tiempo de disfrutar de nuestro
amor. Quizás las cosas debían ocurrir así, no lo sé.
Héctor
me miró extrañado y yo salí corriendo de la biblioteca.
Corrí
varias manzanas para huir de mi pasado, corrí hasta que mis piernas no pudieron
más y acabé sentada en el otro extremo de la ciudad. Con las prisas me había
dejado el bolso con todas mis cosas, me senté para pensar en mi vida antes de
regresar a la biblioteca y me lo encontré frente a mí. Respiraba con dificultad
y en sus manos llevaba mi bolso. Me lo entregó, se sentó a mi lado y no me
preguntó nada. Simplemente me ofreció su compañía silenciosa y eso era
precisamente lo que necesitaba.
No
sé cómo ocurrió, pero de pronto me vi hablándole de Darío, de mi cicatriz, de
mis terrores nocturnos y de muchas cosas que no había compartido con nadie de
mi familia. Me sentía perdida y él me rescató. Me ofreció un hombro donde
llorar, un amigo al que contar todas mis penas, un confidente. Probablemente,
después de Darío, es la persona a la que más he querido en toda mi vida. Sin
embargo no todo ocurrió tan rápido, ni tan fácilmente. Tardé muchísimos años en
comprender mis sentimientos. Durante ocho años fuimos los mejores amigos y,
finalmente, acabamos juntos.
Sabía
por qué razón me sentía nostálgica, en realidad, tras más de trece años había
decidido entregar mi corazón, se lo iba a dar a Héctor y la idea me aterraba.
Estaba dando un salto al vacío, iba a entregar todo mi corazón a Héctor, lo
sabía, pero una parte de mí se negaba a aceptarlo, una parte de mí no era capaz
de traicionar a Darío y buscaba excusas para no afrontar ese futuro.
Sentí
su presencia en mi espalda y las mariposas recorrieron mi abdomen. El olor de
su colonia encajaba con ese lugar, podía imaginar sus hermosas manos, era capaz
de reconstruir todas sus facciones en mi cabeza, la pequeña cicatriz de su
espalda de cuando se había caído del caballo, el esbelto cuerpo, los ojos como
el cielo, la sonrisa de medio lado capaz de derretir a un iceberg, su voz,
cargada de matices.
Era
capaz de repasar mentalmente toda nuestra vida juntos, desde que empezó nuestra
amistad hasta la primera noche que pasamos juntos. Me estremecí al recordar sus
dedos acariciando mi cicatriz y suspiré. Lo amaba y quizás iba siendo hora de
lanzarse al vacío sin paracaídas.
Me
giré para observarlo, él se quedó un instante parado pues vio algo en mi
mirada, algo que nunca había visto antes y también suspiró.
-
Te amo, Héctor. – Dije, sin prestar atención a lo que había a nuestro
alrededor. Llevaba tantos años escondiendo esos sentimientos en mi interior,
que la primera vez que salieron lo hicieron de modo abrupto. Nuestros
compañeros no se inmutaron pues en ese instante estábamos en la sala de
descanso, tras acabar nuestra jornada
laboral.
-
Lo sé.- Héctor se acercó a mí, me rodeó con sus brazos y suspiró en el hueco de
mi hombro. – Me has hecho esperar toda una vida, amor mío. – Susurró en mi oído
y en un instante su boca se adueñó de la mía, despertando sentimientos los
cuales había ignorado durante esos años.
-
Buscaos un hotel. – Bromearon nuestros compañeros, pero ninguno de los dos hizo
caso. Ese instante era nuestro, nos pertenecía.
Lo siento, Darío, pero es
hora de avanzar. – Pensé.
No
puedo recordar apenas cómo llegamos a mi casa, ni siquiera soy consciente de
cómo acabamos la noche dormidos, enredados entre el edredón de mi cama. Sólo
que, por primera vez, volví a disfrutar del amor.
A
la mañana siguiente el olor a café me despertó, abrí los ojos y me encontré a
Héctor tal y cómo vino al mundo con una bandeja de desayuno entre sus brazos.
Le sonreí, él caminó hacia mi cama, colocó la bandeja entre nosotros y me
sonrió.
-
¿Qué tal has dormido, mi amor?
-
Bien. – Contesté y lo besé. – Gracias.
-
De nada. – Héctor cogió la taza de café y bebió un poco. - ¿Te apetece ir a la
playa cuando libremos?
-
Suena estupendamente. – Respondí.
-
Es la primera vez que no intentas posponerlo.
-
Lo sé.
-
La espera ha merecido la pena. – Contestó. – Después me besó con ternura. – Te
amo y quiero casarme contigo, deseo tener hijos contigo y creo que, por fin,
serás capaz de aceptarme.
-
No te vas a librar de la petición de mano, así que cúrratelo un poco. – Bromeé
y enterré mi cabeza en su hombro. – Pero te diré un secreto, pienso decir que
sí a todo eso.
-
Gracias.
-
¿Por qué?
-
Por dejar atrás el pasado, yo nunca seré Darío, pero te voy a amar con todo mi
corazón.
-
No quiero que seas Darío, te quiero a ti. Eres real y sé que no me vas a hacer
daño.
-
Nunca. – Respondió y acarició mi cicatriz, sabiendo a qué me refería con esas
palabras.
El
proceso de integración en mi nueva vida fue mucho más sencillo de lo que podía
haberme imaginado. En mi corazón siempre había habido un lugar para Héctor y
ahora, él encajaba a la perfección conmigo.
Durante
una semana apenas me dio tiempo a recordar a mi Ángel de la Guarda, pues estaba
demasiado feliz como para plantearme si deseaba cambiar alguna decisión de mi
vida.
Fue
el lunes de la semana siguiente, mientras yo estaba en mi casa arreglándome
para ir a cenar con Héctor, cuando reapareció en mi salón. Al verlo el corazón
me dio un vuelco, me sentía un poco culpable por no haber pensado en él, ni en
la generosa oportunidad que me había ofrecido.
-
Dariel.
-
¿Has pensado en mi oferta?
-
En realidad no demasiado. – Contesté y me perdí en sus hermosos ojos verdes. –
He estado ocupada…
-
Con tu novio. – Terminó él por mí. – Lo sé, os he visto.
-
Lo siento… yo…
-
No debes disculparte conmigo, tienes derecho a vivir tu vida a tu manera. Estos
días he visto tu felicidad y por eso he venido, he pensado que quizás ya no
desees cambiar ninguna decisión de tu vida.
-
Han pasado muchas cosas en muy poco tiempo y aún no he tenido tiempo de
sentarme a valorar la situación. Pensé en hablar con mis seres queridos de esta
oportunidad, pero con todo lo de Héctor aún no me he puesto en el proceso. No
quiero renunciar todavía a la generosa oferta que me has hecho, Dariel,
desearía poder pensarlo un poco más.
No
me malinterpretes, ahora soy feliz, más de lo que he sido en trece años, pero
quizás podría… no sé…
-
Debes pensarlo con cautela, Daniela, como te dije, cambiar algo no sólo te
afecta a ti, sino también a las personas que te rodean.
Cuando
hablé contigo, hace una semana, tú no eras feliz. Las cosas son distintas ahora,
quizás deberías permitir que la vida siguiera su curso. Héctor te quiere y ha
estado esperando por ti todos estos años, dale la oportunidad de entrar en tu
mundo.
-
Sé que me quiere y yo a él.
Pero
en el pasado me ocurrieron muchas cosas, tomé muchas decisiones erróneas con
respecto a Héctor, a mi familia o a mí. Durante algún tiempo me dejé llevar por
un camino de autodestrucción y no puedo sentirme orgullosa de algunas de las
cosas que hice entonces.
Algunas de las personas que más quiero
sufrieron por mi causa y no puedo decidir de la noche a la mañana si renunciar
a tu generosa invitación, hay muchos implicados y quiero tener, tal vez, la
oportunidad de arreglar alguno de mis desaguisados…
-
El problema es que sigues estancada en tu pasado y es hora de mirar hacia
adelante.
-
¿Y me lo dices tú? – Protesté mirándolo a los ojos. – Has aparecido con tus
bonitas alas blancas y has trastocado mi vida en un instante.
-
Y gracias a mí has dado un paso hacia adelante, ¿no es cierto?
-
Quizás… - Respondí, sin querer darle la razón por completo. – Por eso necesito
tiempo… es… todo es muy complicado.
-
La vida es compleja, creí que esa lección ya la habías aprendido. – Apuntó. –
Tienes una semana más.
Si
me hicieras caso olvidarías mi visita y avanzarías con tu vida. Debes enterrar
el pasado, Darío ya no va a volver y tú debes aceptarlo.
-
Lo sé… maldita sea… lo sé… - Contesté y él desapareció, dejándome una sensación
de vacío en el corazón.
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