Capítulo 6
De
camino a mi casa no podía creer lo que había hecho. Me quedé bastante
sorprendida al ver que había sido capaz de enfrentarme a Miguel y cerrar esa
parte de mi pasado. Y, además, había sido recordado la razón por la
cual me había enamorado de él antes de todo lo malo. Era un hombre inteligente
y muy atractivo. Si no tuviera una esquizofrenia paranoide, probablemente sería
un gran hombre, un buen padre y un excelente amigo. Sin embargo, la vida le
había reservado otra cosa y, aunque ya no me sentía furiosa con él, decidí que
jamás volvería a recordarlo. Puse el candado como él me había sugerido.
Al
entrar en el Hospital busqué a Héctor para contarle mi visita al Psiquiátrico.
Una parte de mí se preguntaba si sería capaz de comprenderme o, por el contrario,
pensaría que estaba tan loca como Miguel.
Lo encontré en la sala de descanso, leyendo el
periódico y tomándose el tercer o cuarto café del día. A esas horas,
probablemente el cuarto. Me senté a su lado y lo miré durante un buen rato. Él
me sonrió y dejó el periódico sobre la mesa.
-
¿A qué viene esa cara?
-
He ido a ver a Miguel.
-
Has sido muy valiente.
-
No me esperaba esta reacción.- Reconocí.- Imaginé que pensarías que estoy tan
loca como él, yo lo pensé al principio sobre mí misma.
-
Te conozco e imaginé que lo harías, necesitas enfrentarte a tus problemas para
avanzar.
-
En realidad fue bastante raro.
-
Cuéntamelo.
-
Parecía… casi normal.
-
Está medicado, no le pueden dar brotes violentos.
-
Conozco su enfermedad, la estudié en la Universidad, pero sigo sin entenderla.
-
El cerebro es un misterio inexpugnable.
-
Cierto; es hora de trabajar, después hablamos.
-
Perfecto, ¿cenamos en tu casa o en la mía?
-
En la mía.
-
Comemos juntos, ¿vale?
-
En la cafetería a las dos y me cuentas cómo han sido tus pacientes.
-
Hecho. – Héctor se incorporó y se marchó. Yo me quedé sola, el tiempo
suficiente para sentirme afortunada de haberlo encontrado. Mi marcador estaba a
cero, pero Héctor sumaba por lo menos un millón de puntos positivos.
El
día se me pasó rápido. A la hora de salir me sentía exhausta, por el trabajo,
por el esfuerzo de haberme enfrentado a Miguel y por la certeza de que,
finalmente, iba a decirle adiós a Darío.
Al
llegar a mi casa nos pasamos muchas horas hablando sobre Miguel, sobre mi
pasado y sobre Darío. Invité a Héctor a quedarse a dormir conmigo y, a la
mañana siguiente, al despertarme rodeada por sus brazos me sentí completamente
feliz. Me coloqué sobre él y lo desperté con un beso de buenos días.
-
¿Ya estás despierta? – Me preguntó somnoliento.
-
Sí, voy a prepararte el desayuno. – Comuniqué.
Él
me ignoró y se cubrió la cabeza con las mantas. Sonreí, siempre se demoraba diez minutos en la cama
antes de levantarse.
Al
terminar de preparar el café, sentí unos brazos rodeándome y el olor de mi gel
favorito sobre su piel. Me di la vuelta y lo besé, al notar la presión de sus
labios sobre los míos me estremecí de felicidad. Podía acostumbrarme a eso, a tenerlo a mi lado todas las mañanas durante
el resto de mi vida. Cuando nos separamos le dediqué una sonrisa y le tendí una
taza de café bien cargado, él la cogió entre los dedos y la bebió de golpe. Le
ofrecí una segunda taza y nos sentamos en la mesa.
Reflexioné
sobre hechos en los cuales nunca me había parado a pensar, las costumbres
diarias de Héctor con el café, quedarse en la cama tapado diez minutos hasta
levantarse e iniciar su rutina del día. Detalles insignificantes, los cuales
hablaban en realidad de nuestra relación de pareja.
Me
regocijé al pensar que también yo lo conocía bien.
Su
mirada agua se clavó en la mía, no pude reprimir una sonrisa. Amaba a ese
hombre con toda mi alma y, por fortuna, él no había huido de mí a pesar de mis
evasivas para establecer las condiciones de nuestra relación.
-
¿Qué ocurre? – Me preguntó.
-
Soy feliz.
-
¿Lo eres?
-
Sí y por primera vez en muchos años lo puedo decir con la boca grande.
-
¿Qué ha cambiado?
-
Yo. – Respondí.
Abandoné
mi asiento para ir al de Héctor y sentarme en su regazo. Al principio se
sorprendió, después rodeó mi cintura con sus brazos y apoyó su cabeza en mi
hombro. Los dos desayunamos a medias, compartiendo café, magdalenas, tostadas y
tortitas.
Me
admiré al comprobar lo fácil que resultaba todo con Héctor. No había medias
tintas, ni medias verdades, con él era el todo por el todo y, por fin, podía
disfrutar de esa sensación.
Al
terminar de desayunar, él recogió la mesa y yo fui a arreglarme, después fuimos
juntos al hospital.
Era viernes y ese fin de semana, sería sólo
para nosotros. Héctor me había prometido un fin de semana en la playa y yo
deseaba disfrutarlo. No traté de buscar excusas, no intenté cambiar nuestros
planes. Mi contador estaba a cero y, a partir de ese momento, iba a dar el cien
por cien en nuestra relación.
El
día se me hizo eterno, de vez en cuando, mi mente fantaseaba en tener a mi
novio para mí todo el tiempo.
Al
terminar nuestro turno lo arrastré para mi casa y en diez minutos preparé mi
maleta con todo lo necesario para nuestra escapada romántica. Terminamos
el día en su piso, recogió lo necesario y dejó el coche cargado para salir a
primera hora de la mañana siguiente.
Esa
noche me quedé, por primera vez, en su casa. Pues durante nuestro noviazgo
nunca había sido capaz de dormir en la suya, lo llevaba siempre a mi terreno
para sentirme segura.
Al
despertarme la mañana siguiente su lado de la cama estaba vacío. Por unos
instantes el terror me invadió, pero la puerta se abrió y entró con una bandeja
cargada con nuestros desayunos.
-
Buenos días. – Me saludó, dejó la bandeja en su mesilla y se tumbó a mi lado.
Se colocó sobre mí y el corazón se me aceleró en el pecho a sentir su piel
contra la mía. Me besó con delicadeza cuando se iba a incorporar, tiré por él y
lo empujé de nuevo contra la cama. Deseaba hacer el amor en ese instante.
Disfruté de la entrega, del momento, olvidé todas mis preocupaciones y dejé
atrás ese pasado que me había constreñido durante tantos años.
Casi
al mediodía, salimos en su coche. Llegamos a una pequeña casa rural, Héctor dio
su nombre y el recepcionista nos indicó nuestro número de habitación. Subimos,
dejamos las cosas y nos pusimos el bañador.
La
playa estaba prácticamente vacía, aún no era junio y los turistas no habían
invadido el terreno. Me dejé mecer por la brisa marina, sentí cómo todo dentro
de mí cambiaba. Estaba preparada para dar el paso y, me preguntaba, si Héctor
se había dado cuenta.
A
las nueve regresamos a la casa rural. Abrimos la puerta y me sorprendió el
aroma a velas, la habitación estaba decorada con rosas de todas las formas y
colores. Me giré para mirar a Héctor y él me sonrió. Me había dormido un par de
horas en la playa, durante ese tiempo, él había preparado ese escenario
romántico.
En
ese instante, las mariposas de mi estómago empezaron a revolotear como locas y
todo mi cuerpo se estremeció con la anticipación. Había llegado el momento y,
por fin, yo estaba preparada para Héctor.
-
Te quiero, Daniela. – Empezó y yo me tuve que sentar en la cama o me caería de
puro placer con su declaración. – En realidad todo este escenario estaba
planificado desde antes. – Siguió. – No es algo fortuito, decidí hace algún
tiempo que te iba a pedir matrimonio justo este fin de semana, no quiero que
pienses que esta decisión se debe a los
acontecimientos recientes.
Te amo desde el primer día que te cruzaste en
mi camino, he tardado bastante en arriesgarme e ir hasta el final, pero siempre
he sabido que eras tú o nadie. – Sus ojos azules se clavaron en los míos y yo
contuve la respiración. - Amo cada
partícula de ti y no puedo imaginarme el resto de mi vida sin ti a mi lado,
eres perfecta para mí, sólo espero ser suficiente para ti.
No
puedo ser Darío, sólo soy Héctor. Yo no te devolví la vida, yo no te di una
razón para vivir, sólo tuve la inmensa fortuna de cruzarme en tu camino y…
-
No quiero que seas Darío.- Lo interrumpí. – Te amo a ti. – Seguí. – No eres un
fantasma, eres real, eres de carne y hueso, estás a mi lado. Has estado a mi
lado todo este tiempo, lo único que lamento es no haberme dado cuenta antes de mis
verdaderos sentimientos hacia ti, me ha tenido que abrir los ojos un loco…
¡Pobre
Miguel! - Me interrumpí, avergonzándome de mis palabras.- Estaba ciega, Héctor,
realmente ciega. – Me incorporé de la cama y caminé hacia él. – Tú me has
devuelto mi vida.
Amé
a Darío, es cierto, pero todo este tiempo he estado aferrándome al pasado porque
era más sencillo; si te repites todos los días “No lo puedo hacer mejor, no me merezco nada mejor”, llega un
momento en el cual pierdes la perspectiva y no ves la realidad.
Cierras
tu corazón con llave y es muy difícil abrirlo.
Darío
me dio una segunda oportunidad, pero tú me devolviste la vida.
No
me atreví a hacerle frente a mi pasado hasta que tú estuviste a mi lado, no
tuve valor para ir a ver a Miguel hasta que tú entraste en mi vida. He estado
evitando el momento, retrasándolo, pero ha llegado la hora de cerrar el pasado,
debo dejarlo marchar porque yo te amo a
ti, tú eres mi futuro, ¿quieres casarte conmigo?
-
Sabes, cariño, se supone que esa parte la debía haber dicho yo, soy el que
tiene el anillo. – Bromeó y me tendió una hermosa caja.- Sí, quiero casarme
contigo. – Concluyó y me besó apasionadamente.
Ese
fin de semana fue perfecto. Al volver comuniqué a mi familia las excelentes
noticias, mis padres se echaron a llorar y mi hermana casi me vuelve sorda con
los gritos de alegría que dio.
El
martes estaba sola en mi casa. Héctor y yo habíamos empezado a buscar un hogar
para los dos, pero ese día él trabajaba y yo no.
-
Ángel de la guarda, dulce compañía.
No me dejes sola ni de
noche, ni de día, que me perdería. – Recé y él apareció con
sus resplandecientes alas blancas.
-
Hola, mi amor. – Dijo y me miró con sus insondables ojos verdes.
-
Tengo que dejarte ir, Darío. – Susurré. – Amo a Héctor, lo siento, perdóname.
-
No tienes porque disculparte, mi amor. – Darío se acercó a mí, me envolvió
entre sus alas y besó mi frente con devoción. – Estoy muerto y tú no.
Mentiría
si dijese que no me cabrea verte con él, o que no estoy furioso con el borracho
responsable de mi muerte. – Darío me apretó más fuerte contra su pecho. – Pero
tú no estás muerta, vives, tu corazón late y tienes una oportunidad de ser
feliz.
No
te la voy a arrebatar, amor mío, mereces ser feliz.
Quiero
pensar que soy un poco responsable de tu felicidad actual, te obligué a elegir,
aunque me rompí el corazón en el proceso. – Me acarició la mejilla. – Toda mi
vida, cada segundo, ha merecido la pena porque te conocí.
Me
da miedo que te olvides de mí. – Reconoció y yo contemplé sus hermosos ojos
verdes.
-
¿Cómo podría?
Tú
me diste una segunda oportunidad, tú me enseñaste a amar otra vez y gracias a
ti, ahora puedo estar con Héctor.
Darío,
sin ti, sin tu amor, yo habría muerto. Era una cáscara vacía, un juguete roto y
me aterraba amar otra vez, pero entonces apareciste tú y me diste una razón
para seguir hacia adelante. Estudié Medicina por ti y, por eso, lo encontré a
él.
Has
sido mucho más que un Ángel para mí, has sido toda la razón de mi existencia,
gracias.
Una
parte de mí te amará siempre.
-
Esto es un adiós.
-
No, sólo un hasta pronto.-Acaricié su mejilla. – Ángel mío, en algún momento,
también yo estaré de ese lado. La muerte es la única certeza en esta vida,
también a mí me acabará alcanzando.
-
Espero que tarde mucho. – Apoyó su frente sobre la mía, sentí sus manos
envolviendo mi cintura y un beso en mi cuello. – Rézame cada noche, amada mía.
– Susurró y se desvaneció.
Su
aleteo se perdió en la noche y yo me eché a llorar.
La
vida me había dado una nueva oportunidad y la iba a vivir al cien por cien.
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