miércoles, 26 de junio de 2013

Admito que nunca antes se me ocurrió ponerle voz al personaje que hoy narra su versión. Estaba tan centrada en contar la historia de Daniela, que, en ocasiones se me olvidaba que no sólo era la de Daniela, sino que Darío también tenía algo que decir al respecto. Y, por esa razón, termino con la voz de Darío, Dariel en esta tercera versión. La próxima semana empezaré la cuarta y última.
Capítulo 7
Cuatro años después
La luna llena ilumina su habitación, incluso en la penumbra mortecina del dormitorio puedo distinguir sus rasgos. En las cunas, los gemelos y en la cama de matrimonio mi Dany y su marido.
Cada noche bajo hasta aquí para observarla. Es tan hermosa como la primera vez que la vi, pero ya no es frágil y no está asustada. La vida le dio muchos golpes, pero por fin puede ser feliz.
Me acerco a ella y beso su frente, desgarrándome el corazón en el proceso. La he amado con toda mi alma, daría mi vida por una sola noche más a su lado.
La anhelo.
Pero soy una sombra en su vida, una sombra del pasado.
Todas las noches me reza, cada día les habla a sus pequeños de mí, lo que me hace dichoso. Sin embargo yo no puedo aspirar a despertarme cada mañana a su lado, la vida me negó esa oportunidad.
Siento como mi alma se va fragmentando en trozos más pequeños cada vez. Odio a Héctor, no lo puedo evitar. Es un sentimiento que un Ángel no debería de tener, pero una vez fui humano, una vez, ella fue la única razón de mi existencia.
Quizás debería solicitar a mis superiores dejar de ser su Ángel de la Guarda, tal vez, debería separarme de ella, dejarla marchar como ella hizo conmigo.
Tal vez, pero no puedo.
Me aferro a ella con toda mi alma, estoy impregnado de Daniela, no quiero cambiar este sentimiento, esta sensación en mi pecho cuando la veo sonreír a sus hijos, incluso a Héctor.
No quiero porque ella me sonrió a mí de esa misma forma la primera vez que la vi, dio alas a mi corazón cuando apareció en mi mesa de operaciones.
Es un milagro.
Es mi milagro.
Yo le di esa vida que ahora posee y le entregué todo mi amor.
No me arrepiento, ni siquiera cuando las lágrimas se deslizan en mi rostro por no ser quien está a su lado, por no haber sostenido su mano el día del nacimiento de los pequeños.
            Darío se mueve inquieto en su cuna, me acerco y lo tomo en brazos. Podía haber sido mi hijo, podía haber sido mi mujer. El bebé abre los ojos y me sonríe, me conoce y yo lo conozco a él. Cada noche, desde que nació, vengo a verlos a los tres.
            A Darío, a Diana y a mi Daniela.
            Ella siempre será mía.
            Mezo a Darío, beso su frente. Ese niño es mío, me pertenece, ella me lo ha regalado, por eso le ha puesto mi nombre y Héctor lo sabe.
            Es un buen hombre, la ama y la hace feliz. Cuando ella no lo escucha, incluso reza por mí, ignorando que soy yo quien responde sus súplicas, desconociendo que soy yo quien vela por los cuatro.
            Es un buen hombre, pero no soy yo y maldigo, cada vez con más frecuencia, al hombre que causó mi muerte.
            Me arrebató esa vida, me arrancó cuánto tenía y, ahora, sólo puedo ver a mi amada en las sombras de la noche.
            Diana se mueve, me aproximo a ella y la cojo en brazos. La niña también me conoce, alza una mano y acaricia mi mejilla. Las lágrimas resbalan por mi rostro porque es exactamente igual a su madre, tiene sus mismos ojos y esa sonrisa por la cual estaría dispuesto a morir de nuevo.
            Con mis alas envuelvo a los bebés, me los llevó un instante de la habitación y les muestro mi mundo, mis lugares favoritos, cuando sean mayores no me recordaran. Los Ángeles de la Guarda siempre velamos por nuestros cargos, pero una vez que se convierten en adultos nos olvidan.
            Regreso a la habitación y los deposito en sus cunas. Veo a mi Dany sonreír en sueños, me aproximo a ella y beso su frente. 
            Es hora de partir, la luna está a punto de irse a dormir, la luz del día empieza a filtrarse por las persianas.
            Soy una sombra y me alejo.
            Ella es la primera en despertar, va hacia la cuna de Darío y sonríe al descubrir una pequeña pluma de color perla. Se me ha caído sin querer, sonríe, la besa y la guarda en el juguete favorito de Darío. Va hacia Diana, también ella se ha quedado una de mis plumas, pero Diana la aferra con sus manos, mi Dany sonríe y no se la quita.
            - Gracias por cuidar a mis pequeños, Darío. – Susurra y yo me río.- Y a mí, siento tu presencia cada día, gracias Dariel.

            Regreso al cielo, nuevamente, la vida me sonríe.

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