jueves, 18 de julio de 2013

Con una semana de retraso, pero actualizo el blog. Admito que, tras la versión anterior, me gustó la idea de poner el punto de vista de Darío en la historia. Siempre he escrito desde la perspectiva de Daniela y, me parece interesante, ofrecer algo diferente. Así que, ahí va, escuchamos la voz de Darío.

Capítulo 2
     Todavía recuerdo el momento de mi muerte, fue dolorosa e injusta.
Un hombre borracho venía en el sentido contrario, demasiado rápido, directamente hacia mí, no me dio tiempo a reaccionar. Frené, pero él no. El golpe fue terrible, yo era médico y supe que ya no habría una nueva oportunidad para mí.
Puedo rememorar el dolor de mi cuerpo, la sangre, el ruido. En la lejanía escuché las sirenas, trataba de mantenerme con vida porque había muchas cosas que todavía no había experimentado. Me había prometido, acababa de salvar la vida a una jovencísima mujer, Daniela y había sido un milagro, nadie creyó que sobreviviría; ni siquiera yo.  Curiosamente mi último pensamiento fue para Daniela. Su vida y la mía habían chocado, mi alma y la suya habían quedado prendadas y yo deseaba verla salir del hospital. Lo ansiaba con todo mi corazón porque me había hecho Médico para eso, para salvar vidas y dar segundas oportunidades.
Tengo retazos en mi memoria del momento en el Héctor,  Uno de mis compañeros del Hospital, trataba de devolverme a la vida. Podía escuchar su voz diciéndome que me quedara con él, que no me atreviera a morirme porque Daniela me necesitaba. Resultó extraño escucharlo oír ese nombre, volvía a mí una y otra vez: Daniela, Daniela, Daniela, Daniela…
Siempre había escuchado que, antes de morir, recordábamos nuestra vida, en un último momento de lucidez antes de apagarnos para siempre. A mí no me ocurrió eso, yo no vi mi vida, no reviví los momentos felices de mi existencia. Sólo la vi a ella.
Daniela, llegando al Hospital en una Ambulancia, a su lado su hermana mayor sostenía su mano tratando de impedir que abandonara el mundo de los vivos.
Daniela estaba mortalmente pálida.
Cuando la dejaron en mi mesa de operaciones y le quitaron la manta térmica pude ver lo que había ocurrido. Había sido atacada con un arma blanca, tenía un tajo desde la clavícula al abdomen, muchos de sus órganos internos habían sido dañados y me preocupaba tener que repararlos todos. Lo que más recordaba era su rostro, tan inocente, tan hermoso y tan joven.
Reviví cada momento de su operación, cada segundo en el cual ella había estado a punto de morir y cómo había regresado cada vez. Luchaba por su vida, se aferraba a los hilos que la mantenían unida a ella. Hubo un momento, en medio de la operación, en el cual abrió sus ojos: eran hermosos, color verde musgo, moteados de castaño. Después los cerró, su corazón dejó de latir y, nuevamente, regresó. Podía verla, en medio de su inconsciencia, con los puños apretados, luchando por mantenerse viva. Fue entonces cuando juré que la salvaría y la protegería el resto de mi vida.
No quería volver a verla en ninguna mesa de operaciones, deseaba poder mantenerla a salvo, alejada del hombre que le había hecho eso, guardarla de los peligros del futuro y salvarla. Quizás, por un instante, me enamoré de ella, de su tenacidad, de su deseo de no rendirse.
Ella volvió y yo morí. 
Lo último que pensé, fue que si me dieran una segunda oportunidad, tal vez, podría enamorarme de ella y aprender a luchar por mi vida. Parecía bastante ridículo en ese momento, pues yo amaba a mi prometida y me iba a casar con ella. Pero, como he dicho, mi alma se quedó prendada a la de Daniela, se engancharon, se enredaron la una en la otra.
Después de ese último momento de lucidez perdí el poco conocimiento que me restaba.
 Mi alma abandonó mi cuerpo, vagó un tiempo indefinido hasta que encontró la suya. Estaba en el Hospital, dormía, parecía feliz y estaba viva. Me quedé observándola, escuchando sus latidos, suspiraba mientras dormía y la cicatriz estaba sanando muy bien. Deseaba permanecer ahí, con ella, pero algo tiró por mí, me arrastró a otro lugar. Intenté resistirme, pero no pude.
Llegué a un lugar extraño, había mucha gente en él y todos tenían alas en sus espaldas. Un joven pelirrojo caminó hacia mí, tenía los ojos de color turquesa, una aureola plateada en su frente y sus alas eran de un hermoso color perla.
- Bienvenido a tu nueva vida, mi nombre es Adriel y soy tu Ángel Guía. A partir de mañana te ocuparás de cargas humanas, es tu obligación como Ángel de la Guarda. Tus actos en vida te han traído hasta nuestras puertas. Sígueme, te explicaré tus nuevas funciones.
- ¿Estoy vivo?
- No, tu cuerpo ha muerto, pero tu alma ha venido hasta nosotros y te has convertido en un Ángel de la Guarda.
- ¿Por qué?
- Daniela. – Adriel me llevó hasta un lugar extraño, desde allí pude contemplar a Daniela, estaba llorando y rezaba una oración.
Por favor, Ángel mío, te pido que salves el alma de Darío. Ángel de la Guarda, dulce compañía, no me dejes sola ni de noche, ni de día, que me perdería.
- Ella es mi carga. – Adriel me sonrió. – Es a mí a quien está rezando y me pide que te salve. En realidad Dani debería estar aquí, conmigo. Morir era su destino, pero tú la llevaste de vuelta. Tu alma y la suya están unidas, nada las podrá separar ahora. Tú la salvaste con ayuda de tus conocimientos médicos, pero era tu espíritu quien llamaba al suyo.
Es la primera vez que ocurre, los Jefes todavía no comprenden cómo es posible, entre tú y yo, es por ella, Dani es especial.
Tendrás que aprender muchas cosas nuevas y desde hoy perteneces a nuestra familia. Tu primera carga será mi Dani.
- Pensaba que tú eras su Ángel.- Dije, aún no comprendía muy bien la situación, pero estaba seguro de que acabaría acostumbrándome.
- Lo era, pero tú la salvaste donde yo no pude. Hay un par de normas que nunca debes romper, Darío, es muy importante.
No digas quién eres, desde hoy tu nombre será Dariel.
No ames a ninguna de tus cargas humanas.
No te hagas corpóreo ante ellas.
Y, sobre todo, nunca le ofrezcas la oportunidad de cambiar una decisión de su vida porque un ligero cambio puede influir en la vida de muchos.

Después de eso, Adriel se marchó y yo me quedé observando a Daniela.
La he contemplado durante trece años, cada día escuchó su oración antes de irse a la cama, cada día es a mí a quien reza.
No debería mirarla tanto tiempo, no debería vigilar cada decisión, cada paso de su vida. No debería hacerme corpóreo ante ella. No debería amarla, pero ya es demasiado tarde.
Trece años como Ángel con miles de cargas humanas y lo único en lo que puedo pensar es en salvar a Daniela de sí misma.
Quiero protegerla y cuidarla.
Ella me ha traído hasta aquí.
Ella me ha dado la oportunidad de seguir salvando vidas, protegiendo gente. Es Dani quién me ha ofrecido una segunda oportunidad y, por eso, aunque rompa todas y cada una de las normas, conseguiré que sea feliz de nuevo.
Los demás no la ven de verdad, ninguno se da cuenta de la oscuridad que alberga en su interior. Ella sonríe, finge que todo va bien, pero se siente sola y está aterrorizada. Todas las noches, desde ese fatídico quince de Septiembre en que casi murió, tiene pesadillas atroces. En ellas Miguel regresa del Hospital donde está encerrado y acaba lo que empezó.

   Sé que la vida es injusta, hay ocasiones en las que uno está a punto de rendirse, es en esos momentos, cuando un Ángel de la Guarda lanza un pequeño rayo de esperanza a su protegido y, así, sigue caminando un poco más. No siempre un Ángel logra salvar a su carga, hay ocasiones en las que la oscuridad es tan profunda y las heridas están tan abiertas, que el abismo los acaba devorando y se pierden para siempre.
Últimamente Dani camina por el filo del Acantilado. Está entre dos mundos:
Quiere vivir y quiere morir.
Quiere amar y no quiere amar.
Quiere perdonar y quiere venganza.
Sus pasos son cada vez más inseguros, sus miedos están ganando la batalla y voy a salvarla.
La noche anterior no creyó en mi existencia, debo convencerla de que soy real para poder ayudarla.


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