Capítulo 11
A la mañana siguiente, después de ver otra vez a
Adriel, sentí que una parte de mí, olvidada siglos atrás, estaba regresando y
fui consciente de que debía tener en cuenta la oferta de Dariel. De acuerdo, mi
corazón decía “Al diablo con todo, agarra
a ese ángel y sigue adelante”, pero mi mente me hacía plantearme el
futuro inmediato de una relación imposible. Había personas a las cuales
afectaría mi decisión, mi propia familia, para empezar.
Si iniciaba una relación con mi ángel no podía
decírselo a ellos y no me gustaba mentirles. Por otra parte, podría omitirlo,
ya se sabe, corazón que no ve, corazón que no siente, pero esa no sería yo.
Después estaba la complejidad de mantener en secreto
algo tan grande, ¿se puede ocultar el amor? Y, si es así, ¿se lo podríamos
ocultar a los jefes de Dariel?
Lo dudaba seriamente, los Ángeles lo veían todo,
¿no? Tarde o temprano alguno de ellos lo descubriría y, aunque no me preocupaba
lo que pudieran hacerme a mí, me angustiaba terroríficamente lo que podrían
hacerle a él. Porque, ¿y si le arrancaban sus alas y moría de nuevo?
Perderlo otra vez sería más de lo que mi pobre
corazón aguantaría porque una vez ya había perdido el amor y me había costado
trece años recuperar la fe en la posibilidad de un romance.
¿Por qué mi vida era siempre tan complicada? ¿por
qué no podía yo enamorarme de un chico común y corriente?
La primera vez que había entregado mi corazón se lo
había dado a un psicópata y, trece años después, parecía dispuesta a
entregárselo a un Ángel del cielo.
Mis sentimientos eran profundos y dolían
terriblemente.
Así pues decidí hablar con la persona más sensata de
mi vida, mi padre.
Llegué a casa de mis padres una hora después. Llamé
a la puerta y mi padre me abrió con la mejor de sus sonrisas.
- Hola mi
pequeña, ¿libras hoy?
- Sí. –
Contesté y lo abracé intensamente. - ¿Puedo consultarte algo, papi?
- Cielo,
no tienes ni que preguntarlo.
- Me iré
pronto.
-
Adelante.- Me dejó pasar, después caminó hacia la cocina y empezó a preparar un
café. – Seguro que ni has desayunado, es muy temprano.
- Pues… la
verdad es que no.
- Lo imaginaba, es una hora muy temprana para ti son
apenas las nueve de la mañana, algo te tiene atribulada y me gustaría saber de
qué se trata.- Mi padre abrió el armario de la cocina y cogió un paquete de mis
galletas favoritas. Él siempre las tenía en casa para cuando iba, se supone que
con treinta y pico años tenía que dejar de estar obsesionada con las galletitas
de chocolate, pero, para nada. Me tendió el paquete, después me sonrió y siguió
a lo suyo. - ¿Y bien?
- Fui a
ver a Miguel. – Solté, él se giró con el rostro pálido y las manos le temblaron
un poco.
- ¿Por qué
demonios harías tú eso, hija mía?
- Deseaba
enterrar el pasado, quería desterrar a Miguel de mi vida y eso hice.
- Tenías
que haberlo consultado con nosotros. – Aseguró él. – Hija ese tipo casi te
mata, por no hablar de que casi acaba con toda nuestra familia también.
- Lo sé,
pero… papá, ¿crees que todo sería mejor si no lo hubiera conocido?
- Sin duda
alguna. – Mi padre me besó la frente. – Mi niña, ese hombre te destrozó
físicamente y psicológicamente, no eres la misma de entonces. Has cambiado,
estás más fría.
- Lo sé.
- Llevas
mucho tiempo sin reírte de corazón. – Aseguró y yo me sorprendí al notar que mi
padre si había visto a través de la careta que ponía ante todos los demás. En
el fondo tampoco me sorprendió, mi padre me comprendía como pocas personas en
el mundo.
- Es
verdad, papi, ¿si pudieras cambiar alguna de las decisiones de tu vida lo
harías?
Sé que es
poco probable poder hacerlo, pero… si tú fueras yo, ¿lo harías?
- Si
pudiera lo haría sin dudar, borraría el día en que tu corazón se enamoró del
hombre equivocado. Él no te merecía entonces y no te merece ahora. Te arruinó
la vida pequeña mía, tú eres fuerte, has seguido adelante, pero te ha costado
mucho.
Yo veo a través de ti tus verdaderos
sentimientos, siempre he sido capaz de leerte como un libro abierto, mi niña,
sé que no eres feliz y que finges serlo por nosotros y nosotros hacemos como
que no lo vemos porque es más sencillo. No puedo cambiar lo que te ocurrió,
pero si pudiera, vive Dios que lo haría. No te dejaría salir ese día o me
ocuparía de matar a Miguel con mis propias manos antes de que rozara uno solo de
tus cabellos.
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