jueves, 17 de octubre de 2013


Capítulo 11
A la mañana siguiente, después de ver otra vez a Adriel, sentí que una parte de mí, olvidada siglos atrás, estaba regresando y fui consciente de que debía tener en cuenta la oferta de Dariel. De acuerdo, mi corazón decía “Al diablo con todo, agarra  a ese ángel y sigue adelante”, pero mi mente me hacía plantearme el futuro inmediato de una relación imposible. Había personas a las cuales afectaría mi decisión, mi propia familia, para empezar.
Si iniciaba una relación con mi ángel no podía decírselo a ellos y no me gustaba mentirles. Por otra parte, podría omitirlo, ya se sabe, corazón que no ve, corazón que no siente, pero esa no sería yo.
Después estaba la complejidad de mantener en secreto algo tan grande, ¿se puede ocultar el amor? Y, si es así, ¿se lo podríamos ocultar a los jefes de Dariel?
Lo dudaba seriamente, los Ángeles lo veían todo, ¿no? Tarde o temprano alguno de ellos lo descubriría y, aunque no me preocupaba lo que pudieran hacerme a mí, me angustiaba terroríficamente lo que podrían hacerle a él. Porque, ¿y si le arrancaban sus alas y moría de nuevo?
Perderlo otra vez sería más de lo que mi pobre corazón aguantaría porque una vez ya había perdido el amor y me había costado trece años recuperar la fe en la posibilidad de un romance.
¿Por qué mi vida era siempre tan complicada? ¿por qué no podía yo enamorarme de un chico común y corriente?
La primera vez que había entregado mi corazón se lo había dado a un psicópata y, trece años después, parecía dispuesta a entregárselo a un Ángel del cielo.
Mis sentimientos eran profundos y dolían terriblemente.
Así pues decidí hablar con la persona más sensata de mi vida, mi padre.
Llegué a casa de mis padres una hora después. Llamé a la puerta y mi padre me abrió con la mejor de sus sonrisas.
     - Hola mi pequeña, ¿libras hoy?
     - Sí. – Contesté y lo abracé intensamente. - ¿Puedo consultarte algo, papi?
     - Cielo, no tienes ni que preguntarlo.
     - Me iré pronto.
     - Adelante.- Me dejó pasar, después caminó hacia la cocina y empezó a preparar un café. – Seguro que ni has desayunado, es muy temprano.
     - Pues… la verdad es que no.
- Lo imaginaba, es una hora muy temprana para ti son apenas las nueve de la mañana, algo te tiene atribulada y me gustaría saber de qué se trata.- Mi padre abrió el armario de la cocina y cogió un paquete de mis galletas favoritas. Él siempre las tenía en casa para cuando iba, se supone que con treinta y pico años tenía que dejar de estar obsesionada con las galletitas de chocolate, pero, para nada. Me tendió el paquete, después me sonrió y siguió a lo suyo. - ¿Y bien?
     - Fui a ver a Miguel. – Solté, él se giró con el rostro pálido y las manos le temblaron un poco.
     - ¿Por qué demonios harías tú eso, hija mía?
     - Deseaba enterrar el pasado, quería desterrar a Miguel de mi vida y eso hice.
     - Tenías que haberlo consultado con nosotros. – Aseguró él. – Hija ese tipo casi te mata, por no hablar de que casi acaba con toda nuestra familia también.
     - Lo sé, pero… papá, ¿crees que todo sería mejor si no lo hubiera conocido?
     - Sin duda alguna. – Mi padre me besó la frente. – Mi niña, ese hombre te destrozó físicamente y psicológicamente, no eres la misma de entonces. Has cambiado, estás más fría.
     - Lo sé.
     - Llevas mucho tiempo sin reírte de corazón. – Aseguró y yo me sorprendí al notar que mi padre si había visto a través de la careta que ponía ante todos los demás. En el fondo tampoco me sorprendió, mi padre me comprendía como pocas personas en el mundo.
     - Es verdad, papi, ¿si pudieras cambiar alguna de las decisiones de tu vida lo harías?
     Sé que es poco probable poder hacerlo, pero… si tú fueras yo, ¿lo harías?
     - Si pudiera lo haría sin dudar, borraría el día en que tu corazón se enamoró del hombre equivocado. Él no te merecía entonces y no te merece ahora. Te arruinó la vida pequeña mía, tú eres fuerte, has seguido adelante, pero te ha costado mucho.
     Yo veo a través de ti tus verdaderos sentimientos, siempre he sido capaz de leerte como un libro abierto, mi niña, sé que no eres feliz y que finges serlo por nosotros y nosotros hacemos como que no lo vemos porque es más sencillo. No puedo cambiar lo que te ocurrió, pero si pudiera, vive Dios que lo haría. No te dejaría salir ese día o me ocuparía de matar a Miguel con mis propias manos antes de que rozara uno solo de tus cabellos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

La Noche

El cielo se oscureció, el alma que vagaba por la casa permaneció en silencio viendo como el sol se apagaba. Mucho tiempo atrás los habitant...