domingo, 25 de junio de 2017

Una reflexión sobre la libertad, o la falta de ella.

Dado que este fin de semana fue la noche de San Juan y, como buena gallega, me encantan las meigas el relato de hoy hablará de eso, de una meiga en un momento en el que ser diferente suponía una sentencia de pena de muerte a manos de la Inquisición. Creo que, actualmente, estamos viviendo la misma situación de la Inquisición donde unos pocos se creen más dignos que los demás y se consideran en pleno derecho de juzgar a los que son diferentes o piensan diferente. Me considero una persona honesta, siempre escucho las opiniones de los demás y las respeto, incluso cuando a veces no estoy de acuerdo. En nuestro mundo actual parece que lo más sencillo es prejuzgar a los demás, evaluarlos por la ropa que llevan, por el trabajo que tienen o si son diferentes a los demás y, de algún modo, llaman la atención. Yo siempre he creído en la libertad por encima de todas las cosas y considero que en este momento la libertad esta siendo olvidada, llevo algún tiempo pensado que el mundo está involucionando, yendo hacia atrás y me enfada pensar que quizás mi generación sea de las últimas en comprender el verdadero significado de la libertad, incluso aunque nosotros ya la damos por hecha porque no hemos tenido que luchar por ella. Las nuevas generaciones llaman libertad a los troles que insultan a través de cuentas anónimas, a los que se llenan la boca criticando a los demás y se olvidan que ellos mismos son seres humanos, tan dignos de ser juzgados como todos los demás y, desde mi humilde punto de vista, desearía que alguien juzgase a esos troles, les hiciese sentir el dolor de aquellas personas a las que vilupendian públicamente en redes sociales. Desde mi humilde punto de vista, esos que escriben sin nombre, que lo hacen sin se a cara descubierta son unos cobardes y no merecen mi respeto porque están limitando la libertad de otros, criticando sin dar la cara, prejuzgando y comportándose como unos auténticos troles, quizás eso es lo que somos los seres humanos hoy en día, troles de cuentos de hada que sólo saben hacer el mal por el mal. Me gustaría creer que hay algo más, pero cada día mi opinión sobre el ser humano es cada vez más pobre.
Tras el discurso moralista, aquí dejo mi relato.

Noche Meiga

La noche era oscura, la luna nueva apenas iluminaba lo que había alrededor y el mundo parecía un lugar más inhóspito en esas circunstancias. Ella había elegido la noche precisamente por esa razón. Durante el día no podía mostrar sus talentos, la magia que crecía dentro de ella y que se expandía cada día un poco más. El mundo se había convertido en un lugar intolerante para aquellos que eran diferentes. Durante mucho tiempo había creído que la sociedad cambiaría, que cuanto mayor tiempo pasase más posibilidades habría de que todo el mundo pudiese llegar a un entendimiento, no necesariamente una colaboración, pero al menos respeto.
Ya no era tan ingenua.
El mundo había cambiado, muchas cosas nuevas habían aparecido, medicinas que podían salvar vidas, maneras de transporte que permitían llegar más rápido a otros lugares, pero nada de eso importaba cuando había gente dispuesta a eliminar a los que fueran diferentes.
Ella llevaba siglos caminando bajo las estrellas, aprendiendo sus secretos, alimentándose del conocimiento que le podían ofrecer. Había descubierto secretos que abrían caminos hacia lugares insospechados, había aprendido a usar sus dones para sanar a los demás. No su cuerpo, sus conocimientos no podían salvar a alguien gravemente enfermo, sino su alma. 
Llego al claro del bosque, trazó su círculo de poder y lanzó un pequeño hechizo de protección. Esa noche era para honrar a sus ancestros, quienes habían partido al largo viaje antes de ella y que la protegían desde el otro lado del velo.
Su magia la envolvió, su cuerpo, una vez más cambio y se preparó para su próximo destino.
Llevaba cientos de años viajando, buscando nuevos caminos, atesorando secretos, encontrando amigos, enemigos, pero todavía no había hallado el objetivo de su existencia.
Sobrevivía en el mundo disfrazándose de una persona normal, anodina, sin mayor poder que los demás, trabajando en una oficina, cenando con amigos, descubriendo nuevos caminos, nuevas experiencias. 
Todavía no sabía lo que buscaba, esperaba descubrirlo en algún momento de su largo viaje.
Mientras tanto seguía confiando en un futuro en el que las diferencias no fueran un problema, en el que la gente no la juzgase por ser diferente. 
Un mundo donde no hubiera guerras.
Ella había vivido muchas, cada una más terrible que la otra y cada día se repetía que en algún momento el ser humano se daría cuenta de que caían una y otra vez en el mismo error, una y otra vez, tropezaban en la misma piedra y el caos volvía a apoderarse del mundo.
En su camino había enseñado a unas cuantas almas humanas la importancia de la aceptación, de la convivencia en armonía. Pero eran muy pocos humanos los que escuchaban, la mayoría estaban demasiado ocupados juzgando a los demás.
Una vez más agradeció a sus ancentros sus dones, una vez más, partió hacia un destino desconocido para tratar de hacer entrar en razón a los seres humanos.
Durante algún tiempo había creído que podría cambiar a la humanidad, pero a medida que pasaban los siglos se daba cuenta que ella era una sola voz y los humanos estaban demasiado ocupados escuchando el ruido a su alrededor.
Se vistió con su nueva ropa y partió a su nuevo destino.
Quizás ella era una sola voz, pero seguiría intentándolo porque ese era el objetivo de su vida: Hacerse escuchar.
FIN

No sé por qué razón la historia ha evolucionado en esto, pero ya he dicho con anterioridad que mis personajes van adquiriendo vida a medida que escribo sobre ellos y acaban encontrando su propio camino por más que yo intento enderezarlos.
Quizás ellos tengan razón y es mejor el camino que escogen por sí mismos que el predefinido que tengo en mi cabeza porque mis personajes tienen libertad y libre albedrío. Les dejo ser ellos mismos sin juzgarlos, tal vez las personas podrían aprender más de ellos y escuchar sus palabras en lugar de dejarse embaucar por los ruidos de alrededor.
Nos vemos en el próximo Tejedora e Hilandera de sueños.

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