lunes, 21 de enero de 2019

Tras bastante tiempo vuelvo a escribir en el blog. Esta vez publico una pequeña historia de terror que empecé a escribir el otro día, esperando a ver si se convierte en mi primera novela del género. Desde la última vez que escribí en este blog, debo decir, que he sido finalista del premio literario XXX Torrente Ballester de Narrativa en Lengua Castellana y me siento orgullosa de mi trabajo en la novela que presenté. Dicho lo cual, ahí va lo que tengo.
HUESOS Y FANTASMAS

El sonido de los huesos pisando el pavimento logró que se estremeciera. El mundo la estaba alcanzando, el murmullo de los muertos era su única compañía y ya nada podría evitar su propio fin. Todo había empezado una mañana de otoño, en su pequeña ciudad. Había sido la primera en caer y, desde esa mañana, seguía corriendo. Tratando de adelantarse a los muertos, huyendo de ellos y de la nada que dejaban detrás. Durante su juventud había visto películas de terror y e había reído de ellas, en su ignorancia se creyó que el último día nunca llegaría. En esos filmes siempre aparecían zombies que querían comer a los vivos y seres humanos capaces de derrotarlos, pero en su mundo, la realidad era que los muertos ganaban terreno y los demás lo perdían. Era imposible luchar contra los huesos y la oscuridad.
Anduvo el trecho hasta la casa del lago, el primer lugar donde había amado y donde había perdido lo más valioso. En el interior se refugiaba su hija adolescente, solo ellas dos se mantenían en pie, viendo como la muerte lo devoraba todo a su paso. Primero se tragó a su marido y a su hijo, después al resto de sus vecinos. Ellas se mantenían de pie a duras penas, viendo como los demás se marchitaban, salvo los animales que ganaba cada vez más terreno. De algún modo habían sobrevivido a la hecatombe y no solo las cucarachas. 
Vio la luz encendida y caminó hacia el porche, su perra y su gato la recibieron. Ellos todavía eran cariñosos, las reconocían y las protegían cuando los huesos acechaban por la noche. El mundo, la nada oscura, parecía cada vez más grande y ellas cada vez más pequeñas. Abrió la puerta, se aeguró que los huesos habían quedado atrás y sonrió a sus animales. Lúa y Artos la recibieron y ella rebuscó en la bolsa su comida y la sirvió en sus comederos. Después caminó hacia la cocina donde Marga terminaba de calentar las sobras del día anterior. Su hija sonrió, se abrazaron en silencio y suspiraron por estar en ese estado de no muerte, ni vida, un día más. Los huesos no comían y ellas salían a los supermercados a comprar comida. Llevaban huyendo dos años, los cuatro juntos. Salían por la noche, se movían de pueblo en pueblo buscando supervivientes o entes como ellas. A veces los había, pero los vivos no abandonaban sus casas y los otros decidían no seguirlas en su largo peregrinaje. Se sentían eguros en sus casas, aunque apenas pudieran ya considerarse como tal. Pensaban que las paredes los protegían de los huesos y se aferraban a ellas con uñas y dientes. No sabían despedirse, dejar atrás su pasado y empezar un futuro incierto sin saber exactamente en qué se habían covertido con la hecatombe. Los fantasmas no eran huesos, no eran zombies y tampoco estaban vivos exactamente. Respiraban, comían, tenían hambre, sueño, frío y calor a pesar de sus cuerpos transparantes. Y, lo sorprendente, era que los fantasmas sentían, ¿quién se lo iba  a decir a ella?
Con su mano traslúcida acarició el rostro trasparente de su hija. Observó a sus animales, ellos no se estremecían cuando ella pasaba su helada mano por encima. A veces se preguntaba si era mejor ser un fantasma o si habría preferido ser hueso, ellos nunca tenían miedo. Ellas, al menos, aún mantenían sus rostros, el de ella con arrugas, ojos verdes, cabello entrecano y el de su hija listo, perfecto, ojos oscuros y cabello rubio. Eran hermosas en su estado, no solo huecos y cuencas vacías. 
Recordó el día en que todo cambió, una vez más por culpa de la estupidez humana, y lo que quedó tras ese desatre. El arma destruyó la mayor parte de las viviendas, los seres se dividieron en huesos, humanos y fantasmas. Los últimos huían de los huesos porque si los atrapaban les robaban su rostro y ellos se convertían en huesos también. Marga y ella se sentaron a cenar, Lúa colocó su cabeza en sus piernas transparentes llenándola de calor y un sentimiento de profundo amor por esa perra que había llegado a ella tres años atrás, antes de que todo lo malo ocurriera. Artos se subió en el regazo de Marga y los cuatro permanecieron en silencio. En algún lugar se oía una televisión a todo volumen, de un humano, seguramente. Los fantasmas como ellas no la encendían durante la noche, ni durante el día, necesitaban oír los huesos acercándose para poder ocultarse.
Cerró los ojos y pensó en el pasado, hacía mucho tiempo que no creía en los cuentos de hadas. Su hija ya tenía 17 años, a pesar de haberse quedado en los 15 y ella cincuenta. El mundo seguía avanzando y se preguntaba si alguna vez volvería a ser como antes. Echaba de menos a su marido y a su hijo, convertidos ahora en huesos, y se preguntaba si ellos también la extrañaban a ellas, quería pensar que sí.
La noche cayó, Lucía, Marga, Lúa y Artos se subieron en el viejo coche familiar y avanzaron en la noche hasta el próximo pueblo, preguntándose si en ese encontrarían la cura a su estado.
FIN

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