jueves, 29 de noviembre de 2012


Una vez más actualizo el blog con un capítulo de "La decisión", en este vemos cómo reacciona Daniela tras enfrentarse a sus fantasmas.  
Capítulo 3
Al volver a mi casa cogí el teléfono y marqué el número de mi hermana Diana. Tenía que hablar de mi encuentro con Miguel, sería un recuerdo demasiado doloroso, pero Diana es una mujer extremadamente fuerte. Me cogió al primer toque, no me dio tiempo de hablar sólo me dijo “Estoy en camino”.
            Media hora después sonaba el timbre de mi apartamento. Abrí y me encontré a mi hermana con una bolsa de congelado cargada de helados de 500 ml. Diana tiene la teoría de que el helado puede solucionar cualquier cosa, admito que le doy la razón hasta cierto punto. Sin dejar de mirarme con una sonrisa franca caminó hacia la cocina, cogió dos cuencos de mi armario, sirvió cuatro bolas de diferentes sabores de helados, metió el restante en el congelador, me tendió una cucharita, cogió otra y se sentó frente a mí. No dijo nada, sólo aguardó a que yo rompiera el hielo.
            - Ha sido duro. – Comenté. – Al principio estaba aterrorizada, pero pensé que debía hacerlo. Sigue siendo igual de guapo que entonces, pero ya no parece un chico malo, está más tranquilo.
  La verdad, no me asusté al verlo, tampoco me dieron ganas de correr como alma que lleva el diablo, simplemente le observé, le hablé y le dije que le perdonaba. Ahora me siento mucho mejor, sigue doliéndome el recuerdo, ahora ya menos. Y no me da lástima, reconozco que hubiera preferido no ser la causante de su brote, pero… quizás eso me ha cambiado, ¿tú qué opinas?
            - Primero de todo, has sido una estúpida yendo a visitarlo tú sola. Cuando mamá me lo dijo por poco vengo a tu casa a arrancarte los pelos.
 Segundo, no ha sido una elección sensata hacer frente al hombre que casi arruina a nuestra familia.
Tercero, no es digno de tu perdón, cuarto has sido una idiota redomada y, quinto,  me siento orgullosa de ti, pequeña.
            Tuve serias dudas cuando mamá me lo comentó, en fin, según ella había visto en ti una fuerza descomunal, algo distinto a lo que nos tienes acostumbrados,  yo no me lo creí, sin embargo, contigo delante reconozco que llevaba razón. Te ves más… sana… por decirlo de algún modo y has recogido la casa, lo cual es síntoma de que empiezas a salir del túnel. No creo que Miguel se mereciera tu perdón, aún así, a ti te ha hecho bien ir a visitarlo.
            - Sí, me ha servido de mucho.
Oye, hermanita, si tu ángel de la guarda te diera la oportunidad de cambiar alguna decisión de las tomadas en tu vida, elegir un camino diferente, ¿tú lo harías?
            - Sin dudar, en tu caso concreto borraría cierto quince de septiembre de hace trece años. Es un mal recuerdo para todos, no sólo para ti, ¿sabes?
            - Eso me dijo Miguel…
            - Por una vez estoy de acuerdo con ese desgraciado.
            - Pero Dariel me ha pedido que esa no la cambie.
            - ¿Dariel?
            - Mi ángel, dice que ese día también es importante para él, según Dariel esa decisión le toca de cerca y tiene razón, ¿no te parece?
            - Para ser un ángel, hermanita, es un pelín egoísta, ¿no?
Ese día casi te perdemos.
            - Casi es la palabra clave.
Esa fecha es inamovible, ¿alguna otra sugerencia?
            - ¿Sólo una?
No te lo tomes a mal, Dany, pero en el último año has tomado al menos cien decisiones equivocadas.
            - Lo sé, lo sé…
            - Tu último novio, es un pobre diablo y no merece haber estado contigo. Es un picaflor, nunca me gustó.
            - Nunca te gustan mis novios, Diana.
            - Y tengo razón, ¿no?
El primero… en fin, estaba como una cabra y el segundo era un Casanova.
            - Siempre me enamoro del equivocado, pero en algún momento encontraré al correcto.
            - Sí, estoy convencida. Oye, pequeñaja, ¿me invitas a dormir en tu casa ahora que la tienes decente?
            Podemos ver películas, comer palomitas hasta reventar, encargar una pizza de proporciones titánicas y disfrutar juntas como solíamos hacer de pequeñas.
            - ¿Y Mauricio y los niños?
            - Mi marido puede cuidar a nuestros hijos solito.
            - Diana eres la mejor hermana del mundo.
            - Ya lo sé, me pagan por ello, ¿sabes? – Bromeó, después me miró con sus hermosos ojos negros, acarició mi cabello y besó mi frente. – Te quiero, estaba preocupada por ti, pero ya no lo voy a estar más. Eres fuerte, cariño, muy, muy fuerte. Nunca lo había visto así.
            Creía que Miguel te había vuelto vulnerable, temo que fuimos nosotros los responsables pues no te dimos la oportunidad de demostrar lo valiente que eres. Si ves a tu ángel de la guarda, dile gracias de mi parte. Además, tienes toda la razón, no desearía por nada de mundo que ese quince de septiembre fuera distinto.         
            - Se lo diré, Diana. – Contemplé a mi hermana. - ¿Una pizza familiar mitad cuatro quesos y mitad barbacoa?
            - Me has leído el pensamiento. Este es un buen momento para decírtelo, hermanita, vas a ser tía otra vez.
            - ¿De verdad?
            - ¡SSS! Es un secreto, secretísimo, no se lo he dicho ni a Mauricio, ni a nuestros padres, me lo ha confirmado hoy el ginecólogo y deseaba que, por una vez, fueras tú la primera en saberlo. – Diana me abrazó. – Porque tú, pequeña, vas a ser su madrina.
            - ¿En serio? ¿Estás segura? ¿Yo? ¿Por qué?
            - Eres la adecuada porque ya vuelves a ser tú.
            - ¿No lo era antes?
            - No, eras algo diferente. – Diana me acarició la cabeza.- Acabo de redescubrir a mi hermana pequeña, la echaba de menos. Estaba lejos de mí, a miles de kilómetros de distancia, intentaba llegar a ella y no me lo permitía. Su caparazón era duro, estaba dolida, asustada, era un corderito en medio de la inmensidad del mundo y ahora es la mujer fuerte que había debajo de ese caparazón.
            - Tienes razón. – Observé a Diana, acaricié su barriga. – Encantada de conocerte.
            - Después de cenar, comer más helado, ver clásicos del cine y cotillear hasta las cuatro de la mañana, Diana y yo nos fuimos a dormir. Al llegar a mi habitación, casi sin pensarlo, me arrodillé frente a mi cama y recé: Ángel de la guarda, dulce compañía, no me dejes sola ni de noche, ni de día que me perdería.
            Sonó un aleteo y Dariel se presentó ante mí.
            - ¿Me llamaste?
            - Dariel… - Lo observé un instante, después le sonreí. – En realidad sólo quería darte las gracias, no hacía falta que vinieras.
            - No tenía a ninguna otra carga en este momento requiriendo de mis cuidados.
            - Mi hermana Diana te da las gracias. – Le sonreí. – En este momento está durmiendo en la habitación de al lado, me va a hacer madrina, ¿sabes?
            Estoy feliz.
            - Es la primera vez que lo dices en trece años.
            - ¿De verdad?
            - Sí.
            - Dariel, ¿tú tienes acceso a los fallecidos de nuestra realidad?
            - Soy un ángel así que sí.
            - ¿Me harías un favor?
 Hay alguien a quien le debo mucho, pero nunca tuve ocasión de darle las gracias, me gustaría hacerlo ahora.
- Si está en mis manos se lo haré saber.- Dijo encogiendo sus alas, como quien encoje sus hombros.
- Al Doctor Darío Pardo.
 Quiero que le digas lo mucho que significó para mí, me gustaría que supiera lo agradecida que le estoy por devolverme la vida. Quise decírselo en persona, pero un accidente me lo impidió… él es una persona importante para mí. Ahora estoy reflexionando sobre mi pasado y a él le debo mi presente, ¿se lo dirás de mi parte, Dariel?
- Él lo sabe, Daniela. Siempre lo ha sabido.
- ¿Estás seguro cien por cien?
- La última oración que rezaste antes de perder la fe fue para él y estaba escuchando en ese momento.
 Llegó a sus oídos, te lo prometo.
- Me alegro, era un gran hombre.
- Me tengo que ir. – Murmuró y se desvaneció en un instante.
- Gracias por escucharme, Dariel. – Susurré antes de ponerme el pijama y meterme en la cama. Ya dentro empecé a reflexionar, una vez más, sobre mi pasado. Se me ocurrió que debía enfrentarme a mi último ex para decidir si realmente valía la pena cambiar ese encuentro.

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