viernes, 16 de agosto de 2013

Capítulo cuatro de la última versión de esta historia, el final se va acercando, aunque quizás esta parte tenga un par de capítulos extra porque hay más cosas que quiero contar antes de finalizar esta historia. 
Capítulo 4
Regresé a mi hogar y todo me pareció distinto. Quizás todo había cambiado o, tal vez, todo estaba igual y yo había cambiado. La verdad es que me sentí feliz por primera vez en trece años.
Verla, hablar con ella y oler su perfume me hizo sentir vivo de nuevo. Mi corazón saltó en mi pecho y pensé, no por primera vez, que yo no era igual a los demás Ángeles. La mayoría se quedaban en la barrera y cumplían su misión sin implicarse en la vida de sus protegidos; otros ni siquiera escuchaban ya sus oraciones; un par de ellos estaban presentes en la vida de su humano dándole soporte en todas las circunstancias, pero ninguno había cruzado la barrera, ninguno se había enamorado de su carga humana.
Mi vida era mucho mejor desde el momento en el cual la había conocido, desde que mi mirada y la suya se cruzaron en esa sala de Urgencias.
En ese momento recordé mi vida antes de ser Dariel, antes de conocer a Daniela y convertirme, gracias a su oración, en un Ángel Guardián.
Estudié Medicina porque no he soñado otra cosa desde que tenía diez años. Mi intención era influir en el mundo, salvar vidas, ayudar a las personas. Mi infancia fue muy dura, perdí a mi madre y hermano pequeño en un  accidente de coche, imagino que ese fue el punto de inflexión.
Siempre me reproché no haber podido salvarlos.
Quizás era mi sino morir en ese accidente y Daniela me salvó. Nunca se lo he dicho a mis superiores, pero cuando yo ingresé en el Hospital tras el accidente, nació Daniela. A veces, entre sueños, revivo ese momento y recuerdo alguien atándome de nuevo a la vida. Puede que sólo sean imaginaciones mías, pero creo firmemente que nuestro encuentro estaba escrito en las estrellas.
Adriel me lo ha dicho muchas veces; nosotros, de algún modo, estamos tejidos con el mismo hilo de la Parca.
Recuerdo el entierro de mi madre y hermano. La tristeza de mi padre y hermana mayor, la angustia de mis abuelos maternos y cómo de pronto me convertí en el pilar en el que unos y otros se sostuvieron. Se apoyaban en mí porque yo sí había sobrevivido, porque a mí la Muerte no me había clavado la Guadaña.
Mi vida, a partir de ese día, también cambió. Me apliqué más en los estudios, me esforcé en aprender todo lo posible sobre Medicina en caso de que tuviera que ayudar a alguien más y gané una beca que me permitió ir a estudiar a la universidad de Harvard un año. Trabajé en EEUU un tiempo, regresé a España, aprobé el MIR y terminé trabajando en el Hospital en el cual habían salvado mi vida.
En el trayecto conocí a Mónica la mujer de la que estuve enamorado y con la que me prometí antes de Daniela, antes de mi muerte, antes de las hermosas alas blancas que adornan mi espalda y me recuerdan, todos y cada uno de los días, que yo ya no soy  mortal. Me he convertido en otra cosa. Soy capaz de influir en la vida de los demás aunque, honestamente, cuando soñaba poder cambiar vidas nunca me imaginé que sería de este modo.
Daniela dice que para los Ángeles todo es sencillo. Supongo que debe ser así, pero yo no soy como los demás, soy otra cosa y me pregunto, con mucha más frecuencia de la que debería, en qué momento mis superiores se darán cuenta de ello y me arrancarán las alas para devolverme a lo que quiera que haya tras la muerte.
 En principio la idea no me aterra, ni me preocupa, salvo por un detalle insignificante, si me arrancan las alas no volveré a ver a Daniela y, estoy seguro, me perderé para siempre.
Ella fue luz dónde sólo había oscuridad.
Fue esperanza dónde sólo había miedo.
Fue un antes y un después.
Fue mi tabla de salvación y, de algún modo, quiero devolverle el favor.
Y la amo, aunque esté prohibido.
La necesito, aunque yo sea un Ángel y ella una simple mortal.
La anhelo, aunque vigile sus pasos cada día.
Ella es todo para mí; mi corazón, mi alma y mi esperanza.
Un ruido a mis espaldas me obliga a girarme, frente a mí está Adriel con su cabello rojo y sus ojos de color indefinido. Su mirada dice mucho más que sus palabras y sé que lo sabe. Adriel la conoce mejor que nadie y me conoce a mí.
- Ya no hay vuelta atrás.
- Ya no.
- ¿Has pensado en las consecuencias?
- No me importan.
- Lo sé, os conozco muy bien a los dos. – Adriel me sonrió. – Quizás en este momento es cuando debo decirte que he sido tu Ángel de la Guarda hasta que viniste a este lado, te he vigilado y, por ello, todavía soy capaz de leer tus pensamientos.
- ¿Fuiste tú quién me salvó entonces?
- No. – Adriel me dedicó una mirada enigmática. – Pero eso ya lo sabes.
- ¿Por qué?
- Te lo he dicho, Darío, sois un caso excepcional. Nuestros superiores no se lo explican, nadie comprende cómo es posible que vuestras almas estén conectadas desde hace tanto tiempo. Ninguno de los mayores recuerda ver nada parecido en toda la historia de la humanidad.
- Y eso, ¿en qué lugar nos deja?
- No lo sé, nadie lo sabe.
- Tu respuesta no resuelve mis dudas.
- Es la que te puedo dar, tal vez descubramos la razón por la que vosotros sois diferentes, quizás en algún momento seremos capaces de comprender qué os empujó uno hacia el otro, pero no todavía.
- Dime, Adriel, ¿tú qué harías si fueras yo? – Pregunté porque él siempre me había dado las respuestas oportunas y los mejores consejos. Era mi Ángel Guía y todo lo que había aprendido sobre mi nueva vida se lo debía a él.
- Exactamente lo mismo qué has hecho tú.- Adriel me sonrió, después se desvaneció y yo me quedé solo, reflexionando sobre mi vida, sobre mi futuro y sobre mis esperanzas.


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