jueves, 29 de agosto de 2013

Siguiente capítulo de la cuarta versión, por alguna razón cada vez que tengo que escribir el punto de vista de Dariel me cuesta más que escribir la versión de Daniela, probablemente porque a ella la conozco muy bien y a él sólo lo conozco desde el punto de vista de ella.
Capítulo 6
     Daniela me llamó y descubrí que sabía quién había sido antes, imaginé que eso haría las cosas más fáciles; me equivoqué.
     El mantener la distancia, decirle que me llamaba Dariel, fingir que no la conocía había funcionado para acercarme, me había dado el valor necesario para hacerme corpóreo. Sin embargo, la máscara había caído y ya no tenía protección alguna ante ella.
     Sentí una presión en el corazón al pensar en la cicatriz de su torso, las imágenes que regresaban a mi mente del momento en el cual la cosí eran confusas. Sólo recordaba el olor de la sangre, lo cerca que la puñalada había estado del corazón, los vasos sanguíneos que había dañado y los órganos vitales que había rozado. Sabía exactamente la velocidad a la cual iba su pulso mientras la cosía y las veces que habíamos tenido que usar el resucitador para traerla de vuelta.
     Nadie apostaba por ella, ni siquiera yo.
     Desde mi cielo eché un vistazo a dónde estaba. Había regresado a su casa y rescató una foto mía de uno de sus cajones. La colocó en la mesilla de su habitación y después fue hacia la cocina.
     En su rostro vi determinación, comprendí sus intenciones y me enfurecí. Al principio me sentí tentado de bajar para impedírselo, no deseaba verla cerca del hombre que casi la mata, pero supe que esa decisión no me correspondía a mí.
     Después cerré los ojos y le permití ser libre.
    Esa fue la primera vez, en trece años, que elegí no vigilarla. Había cosas que debía hablar con Miguel, había sentimientos que debía expresar y yo no tenía derecho a conocer esa parte de Daniela.
     La situación me llevó a pensar en cómo sería si yo aún estuviera vivo, si ese conductor borracho no hubiera segado mi vida y por más vueltas que le daba, de una manera u otra, siempre llegaba a la conclusión de que ella y yo acabaríamos juntos.
     Había amado a Mónica con todo mi corazón, pero no como a Daniela. Mi alma estaba prendida a la suya, mi corazón entero le pertenecía y me preguntaba, muchas más veces de las que debería, si en algún momento ella regresaría a mí para quedarse.
     Mi corazón se permitió latir con esperanza, quizás tras su muerte también ella se convertiría en Ángel y, por fin, vendría a mí. A veces me preguntó si es posible que dos Ángeles se enamoren.
     Adriel nunca me ha hablado de ese tema, en realidad tampoco he tenido antes la necesidad de preguntarle sobre ello. Con el tiempo había asumido mi nueva vida, acudía a ayudar a mis protegidos cuando me llamaban y, en mi tiempo libre, me dedicaba a vigilar a Daniela para que no diera un paso en falso, para que nada malo le ocurriera.
    Más de trece años y nunca antes me había planteado un futuro.
     ¿Lo habría?¿Podría aspirar a convertirme en algo más para Daniela?¿Podría reencontrarme con ella y hablar de todas las cosas que no pudimos hablar entonces?
     Me gustaría decirle lo orgulloso que me siento porque hizo Medicina, le explicaría que yo siempre he creído en ella, desde el instante mismo en que abrió sus hermosos ojos tras la larguísima operación. Le hablaría de mi pasado, de Mónica, de mi vida antes de haberla conocido, de mis sueños, de mis esperanzas y le daría gracias por haber rezado por mí ese día, por haberme dedicado una oración cuando se enteró del accidente.
     Ahora sé que no sería quien soy si no la hubiera conocido. Quizás me habría casado con Mónica, habríamos tenido hijos, habríamos disfrutado de una vida común feliz y ninguno de los dos influiría en  los demás. Posiblemente yo no tendría el par de alas blancas que adorna mi espalda, no habría conocido a Adriel y no comprendería muchas de las cosas que ahora creo entender.
     Sería diferente, quizás un poco peor.
    Desde el plano en el que estoy puedo entrever algunas respuestas y, honestamente, no me gustaría el tipo que sería si no la hubiera salvado a ella.
    Si lo pienso, cuando llegó a mis manos yo me creía muy bueno, me consideraba mejor médico que mis compañeros y pecaba de orgullo. Al verla llegar todos los demás la desahuciaron y yo quise demostrarles lo bueno que era trayéndola de vuelta. Me metí en el quirófano con la autoestima por las nubes, pero no fui yo quien la salvó, sino su fuerza de voluntad y sus ganas de vivir, yo sólo hice un zurcido muy bonito.
     Hasta Daniela mis pacientes habían sido para mí un número, las vidas que había salvado; pues una vez fuera de mi quirófano pasaban a ser responsabilidad de otros doctores, no tan buenos como yo, o eso me creía.
     En realidad era un tipo bastante triste, alguien a quien le preocupaba más su prestigio que sus pacientes; un auténtico capullo. Si Daniela me hubiera conocido en circunstancias normales pensaría que era un gilipollas prepotente que se creía un regalo y tendría razón.
     Escuchó a otro protegido llamándome, dedicó un último pensamiento a Daniela y acudo en su ayuda.
     Soy un Ángel y ese es mi trabajo.

     

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