Siguiente capítulo de esta versión, una vez más, vemos el punto de vista de Daniela y cómo la visita de Dariel ha afectado a su manera de ver la vida y cómo ésto influirá en el cambio que se producirá al final de la historia.
Capítulo 5
Al día siguiente me desperté muy animada. Tenía que
reflexionar sobre todo lo qué me había ocurrido, sobre el hecho de que yo tenía
un Ángel de la Guarda y él me había ofrecido la oportunidad de cambiar alguna
de las decisiones de mi vida. Todavía me encontraba confusa por el encuentro
del día anterior, por el hecho de tener mi propio Ángel y de que fuera una
persona a la que yo había conocido, aunque no se lo hubiera dicho.
Me incorporé de la cama, realicé las acciones de
todos los días, pero me sentía distinta, diferente. Por primera vez en muchos
años me quedé desnuda delante de un espejo para ver la cicatriz que cubría mi
torso. Las líneas estaban muy bien definidas, las puntadas habían sido
perfectas y me sorprendía verlas. Yo, con varios años de experiencia como
médico, jamás había logrado nada parecido al coser a mis pacientes. Me examiné
detenidamente para tratar de averiguar en qué había cambiado en esos últimos
años; había unas pequeñas arrugas en mis ojos, canas y había perdido varios kilos.
Al observarme fijamente no me reconocí, sí, veía mi cara como siempre, pero
había algo diferente.
Ya no era la persona alegre que solía ser, tal vez
Dariel tenía razón, era hora de plantearse cambiar las cosas.
En realidad me pasaba la vida interpretando un
papel, sonreía, pero en el fondo no me reía, salvo en situaciones ridículas
como cuando me caí en el piso de mi casa. Necesitaba, urgentemente, ser capaz
de soltar una buena carcajada, disfrutar cada día de mi vida. Si lo pensaba
seriamente me habían dado una nueva oportunidad y yo no le había sacado todo el
jugo posible.
Me conformaba con pasar por la vida sin dejar
huella, levantarme, ir al trabajo, salir con diferentes chicos para mitigar un
poco la soledad, comer en casa de mis padres o de mi hermana, visitar a los
parientes, toda mi vida era rutinaria. No había lugar para la improvisación, no
me permitía tomar una decisión sin haberla planificado al mínimo detalle. Mi
existencia monótona, estaba todo apuntado, no había sorpresas. Supongo que
había optado por planear todo para evitar encontrarme en una situación de
riesgo para mi vida como lo fue Miguel. Había matado la pasión o el amor, me
daba demasiado miedo llegar más allá en una relación porque el terror a volver
a convertirme en el blanco de un psicópata.
Mi miedo estaba magnificado y sólo veía amenazas
alrededor. No era capaz de recordar la última vez que me había dejado llevar
por un impulso; por lo general, si algo en mi interior me invitaba a hacer algo
que se saliese del camino, una voz más alta me obligaba a volver a la
transitada senda conocida.
Bien pensado, ir a casa de mis padres para
encontrarme con un tío que ni siquiera me caía bien era una muestra de lo bajo
que había caído. No soportaba a David, nunca había sido capaz de estar más de
tres minutos con él porque era un narcisista, sólo preocupado por sí mismo y me
indigna ese tipo de personas que van por la vida como si fuesen un puto regalo.
Esos gilipollas que se creen perfectos porque todo les sale bien y no tienen
que dejarse la piel luchando por conseguir su objetivo.
Por un instante me enfurecí conmigo misma por no
haber dicho a mis padres todo esto, después cogí el teléfono móvil y llamé a mi
madre.
- Hola cariño.
- Mamá no voy a ir a vuestra casa, lo siento, lo he repensado
y, la verdad, no soporto a David; es un gilipollas y soy incapaz de estar más
de tres minutos aguantando sus tonterías.
- Cariño, ya le he dicho que venías.
- Pues invéntate que tengo una guardia, me da igual,
no pienso ir a soportar a un cretino sólo porque me siento tan sola que quedo
con un imbécil de caza mayor.
- Dani, ¿estás bien? – Preguntó preocupada.
- No, mamá, no estoy bien. – Admití. – Llevo trece
años jodida, pero no me he dado cuenta hasta ahora. Debo empezar a vivir la
vida y dejar de amargarme por el pasado. Lo de Miguel fue una putada, pero es
hora de superarlo.
- Cariño, me estás preocupando… voy inmediatamente a
tu casa, cancelaré la cena y…
- No hace falta que canceles la cena, estoy bien, de
verdad. Sólo he reflexionado un poco sobre los últimos años de mi vida y he
decidido dar un paso adelante. Te prometo que mañana iré a casa a veros a papá
y a ti, pero hoy necesito estar a solas. Hay muchas cosas sobre las cuales debo
pensar, tengo heridas abiertas y deseo cerrarlas de una vez.
- Me estás asustando terriblemente, voy a tu casa
ahora mismo. – Dijo mi madre y colgó el teléfono.
Yo me quedé con el móvil en la mano durante un rato,
después fui hacia la ducha, me duché en tres minutos y me vestí. Conociendo a
mi madre, estaba a punto de llegar.
El timbre sonó cuando terminaba de ponerme la
camiseta, caminé hacia la puerta y me encontré el rostro de mi madre lleno de
arrugas de preocupación.
- Cariño. – Susurró y me rodeó en sus brazos, me
apretó tanto que, casi, me cortó la respiración.
- Estoy bien, mamá.
- Cielo… ¿qué ha ocurrido?
- He tenido un sueño curioso. – Insinué; no iba a
decirle a mi madre nada del Ángel de la Guarda porque, seguro, se creería que
estoy loca.
- ¿Qué clase de sueño?
- En él veía al doctor Pardo quien decía que estaba
echando a perder mi vida, me reprochaba que me paso todo el rato fingiendo
estar bien, pero en el fondo todavía me asusta el pasado.
- ¿Es eso cierto, cariño?
- En cierto modo. – Contesté. – Esta ha sido la
primera noche en la cual no soñé que Miguel volvía para terminar lo que empezó.
Últimamente lo hago mucho, interpretar un papel, sonreír
sin ganas y creo que necesito replantearme mi vida. Me gusta mi trabajo, me
encanta ayudar a los demás, pero es hora de que recapacite sobre todas las
decisiones erróneas y, tal vez, pueda pensar qué haría diferente si pudiera
cambiar una sola de ellas.
- ¿Por qué no nos lo dijiste? ¿Lo de las pesadillas?
- Pensaba que podía lidiar con ello, no quería
preocuparos innecesariamente.
- Cielo, nosotros estamos aquí para ayudarte, puedes
confiarnos tus preocupaciones, no somos niños pequeños a los cuales debas
proteger.
Lo de Miguel también trastocó nuestras vidas y nos
influyó. Tu hermana se pasó dos años en terapia hasta que logró aceptar el
hecho de que fue ella, con tan sólo veintitrés años, quién te salvó de una
muerte segura.
Tu padre y yo también tuvimos que ir a terapia, no
comprendíamos por qué no estábamos allí para proteger a nuestra niñita.
Tus abuelos, tus tíos, toda la familia lleva
conviviendo con esa tragedia. A todos nos influyó, todos sufrimos por ella,
todos tenemos cicatrices en el alma a causa de ese traumático acontecimiento y
por eso, cariño mío, tenías que haberlo hablado con nosotros.
Quizás si no lo consideráramos un tema tabú las
cosas irían mejor.
- ¿Crees que nuestra vida sería distinta si no me
hubiera enamorado de él?
- Sí, sin duda alguna.
- ¿Sería mejor?
- Tal vez, no tengo una respuesta para esa pregunta.
No puedes cambiar el pasado, lo único que puedes hacer es aferrarte al
presente.
Una lección que aprendí por las malas. – Murmuró mi
madre y me rodeó afectuosamente entre sus brazos. – Mi niña, ¿por qué no me
dijiste nada de esto antes?
- Era más fácil fingir.
- Todos lo hemos hecho, ¿no es cierto?
Hemos corrido un tupido velo como si nada hubiera
pasado, como si ese loco no hubiera intentado arrebatarte la vida.
- Está enfermo. – Afirmé y me sorprendí al
comprender que ya no sentía miedo de mi fantasma. – Desde el punto de vista
médico es un enfermo mental, no es directamente responsable de sus actos. Está
en su genética, no hay razones externas o un patrón por el cual hubiera sufrido
el brote esquizofrénico en ese momento, es probable que su mente hiciera “chas”
tiempo atrás, pero hasta ese instante no se descontroló.
- ¿Lo estás justificando? – Indagó mi madre, con un
cierto tono de ira.
- No lo justifico, pero desde el punto de vista
médico, lo comprendo.
Sabes, mamá, creo que ya no tengo miedo de mi pasado
y es un primer paso muy importante.
- Cielo, quizás deberías ir a terapia otra vez y…
- No hace falta, estoy segura de que a partir de
aquí puedo continuar yo sola. Ese sueño ha sido muy importante, me ha ayudado a
aclarar las ideas y puedo empezar a dar pasitos chiquititos para arreglar la
situación; el primero es negarme a ir a vuestra cena de Aniversario.
- De acuerdo.- Mi madre me observó un instante. -
¿Quieres que hablemos de ello?
- Ya lo hemos hecho, déjame intentar solucionar mis
problemas a mí, es hora de que me enfrente a ellos y, aunque agradezco tu
oferta, este camino lo debo recorrer yo sola.
Hablaré con papá y con Diana
también, pero por hoy he tenido suficiente.
- Ese sueño ha sido muy
importante, me alegro de que lo hayas tenido.
- Yo también, puede hacer
que las cosas cambien.
- ¿Por qué no vienes a comer
a casa?
- Gracias mamá, pero hoy
necesito estar sola. Aún hay mucho sobre lo que recapacitar.
No te preocupes, te prometo
que estoy bien.
- Yo también lo creo, hay
algo distinto en ti, estás diferente y pareces más fuerte.
- He escuchado a mi
inconsciente. – Susurré y, en mi mente, recé una plegaria a Dariel.
- ¿Vendrás mañana a comer?
- Sí, pasadlo bien y siento
dejaros colgados esta noche.
- No importa, diré que te
surgió algo importante y ellos lo comprenderán.
Cariño, ¿me llamarás si
necesitas algo?
- Lo haré, gracias por venir
y por preocuparte.
- De nada tesoro, ya sabes
que estoy aquí para lo que necesites.
- Lo sé, mamá, muchas
gracias.
- Por alguna razón me
recuerdas a cómo solías ser antes, tal vez tengas razón y has estado fingiendo
todo este tiempo y, quizás, todos fingíamos no darnos cuenta para evitar el
tema, pero empiezo a vislumbrar cómo puedes llegar a ser una vez que rompas con
el pasado.
- Aprenderé a ser mejor, me
pareceré un poco más al doctor Pardo.
- Eso le habría gustado.
- Yo también lo creo. –
Aseveré, mi madre me dio un último abrazo y abandonó mi casa.
A solas en mi piso recordé a
Darío y decidí que era hora de visitar su tumba. Me acerqué a la floristería,
cogí un ramo de flores y fui al cementerio. Al entrar me estremecí, tuve el
deseo irrefrenable de salir corriendo, pero no lo hice. Caminé hacia el lugar
de reposo de Darío, me coloqué frente a su tumba y vi un hermoso centro.
Hacía exactamente trece años que Darío había muerto,
y ese lugar era un recuerdo constante de que él no había tenido una segunda
oportunidad como yo. Me arrodillé y recé una plegaria. Sentí su presencia antes
de que hiciera su aparición, sus hermosas alas blancas brillaban con la luz del
sol.
- Me has llamado. – Dijo y
yo le sonreí.
- Gracias por salvarme.
- No hice gran cosa…
- Esta mañana he contemplado
la cicatriz, llevo varios años como médico y nunca he conseguido hacer unas
puntadas tan perfectas.
- Nunca me esforcé tanto.-
Reconoció.- Tú eras diferente, querías vivir, te aferrabas con ambas manos a tu
vida y quise ayudarte.
- Me hubiera gustado poder
ayudarte yo.- Admití y acaricié su mejilla. – Lo siento mucho.
- En realidad tú me salvaste
primero, estaba en deuda contigo.- Dariel me dedicó una mirada y me estremecí
porque era hermoso, mucho más de lo que había sido cuando todavía se llamaba
Darío Pardo
- ¿A qué te refieres?
- Todavía no lo sé.-Dariel
me sonrió y miró el ramo de flores que había colocado sobre su tumba.- Gracias,
son muy bonitas.
- Tenía que haber venido
antes, pero eso hacía real tu muerte y yo no quería pensar en ello. Fuiste mi
ángel de la guarda.
- Todavía lo soy. – Contestó
y besó mi frente. – Cuídate, Daniela y, cuando sepas tu respuesta, llámame.
- Gracias por salvarme
entonces y por venir a ayudarme ahora, creo que no era consciente de mi
situación hasta que te apareciste en mi casa. Pensaba que todo estaba bien, no
me daba cuenta de lo engañada que estaba.
- Es mi trabajo, protegerte
y cuidarte. Recuerda mi oración “Ángel de la guarda, dulce compañía, no me
dejes sola ni de noche ni de día, que me perdería”
- Lo haré. – Aseguré y él se
desvaneció.
Me quedé en silencio un momento, después
tomé una decisión que iba a cambiar mi vida; iría a ver a Miguel. Era hora de
plantarle cara a mi sombra del pasado.
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