domingo, 29 de octubre de 2017

Héroes de carne y hueso

Los héroes de carne y hueso es lo único en lo que he pensado en estos días. Dadas las circunstancias, las cosas que están ocurriendo en nuestro país, siento la necesidad de hablar de los verdaderos héroes, héroes cotidianos que no llevan banderas, ni consignas porque no las necesitan. Personas reales, como tú, como yo, que luchan otro tipo de batallas. Héroes que, en realidad no lo son, pero que hicieron heroicidades a su manera. Es un tema que me toca de fondo porque creo que el mundo está falto de este tipo de personas que se preocupan por los demás, que se ocupan de sobrevivir, que no juzgan, ni critican a nadie, que aceptan a todo el mundo como son y cuyas gestas no se escriben en libros.
Mis héroes de carne y hueso favorito están a mi alrededor, mis cuatro favoritos incluso pertenecen a mi propia familia y, por eso, voy a hablar de ellos. 
  Empezaré la historia hablando de mi abuelo, Manuel García, un humilde hombre de Pantín que no tenía ni un trozo de pan que llevarse a la boca. Él tenía dos hermanos José y Pedro, una hermana que por desgracia falleció de niña María Josefa y cuyos padres eran labradores. Cuando los hermanos tuvieron edad para trabajar decidieron marcharse a Cuba para ver si la suerte les era favorable y podían sacar adelante a su familia. Allí se fueron los tres y se hicieron un nombre, crearon una empresa en la que todos los gallegos eran bien recibidos y contratados. Sin embargo, mi abuelo nunca olvidó sus humildes orígenes y, de ahí, viene la historia que relato a continuación. Mi abuelo no se adscribía a ningún partido político, trataba igual a un pobre que a un rico. Dicen que en Cuba hubo un tiempo en el que había coplas sobre el carácter de Don Manuel García, yo no sé si será verdad, pero de lo que sí puedo hablar es de una anécdota que escuché a mi hermano recientemente. A mi hermano le contó, supongo que mi abuela, historias sobre él. La verdad es que también me las contó a mí, pero por desgracia algunas de ellas ya las he olvidado. Lo cierto es que mi abuelo trataba igual a ricos y pobres cuando regresó a Galicia. De hecho, a los pobres les vendía el grano más barato para que pudieran mantener a sus familias, algunos le decían que eran tonto por dar tan barato el grano porque algunos de los que lo compraban lo vendían más caro y mi abuelo siempre les decía que igual era la única manera que tenían de llevar alimentos a su casa. Es obvio que a él nunca se le olvidó su humilde origen, todos lo apreciaban, ricos y pobres por igual, personas con ideas políticas de un lado y de otro. Un día iba mi abuelo a la feria con otro vecino cuando un grupo de "escapados"(como llamaban aquí a los repúblicanos que se ocultaron en el bosque cuando ganó Franco) lo pararon a él y a un vecino, le pidieron al vecino la cartera y mi abuelo sacó la suya para darles dinero. Los "escapados" le sonrieron y le dijeron "Usted no, don Manuel" y se marcharon dejando al vecino desplumado y a mi abuelo con su cartera llena. Creo que esto demuestra que mi abuelo era, efectivamente, una de esas extraordinarias personas que trataban igual a unos y otros. Un hombre diplomático que no juzgaba a nadie por su aspecto o por el tamaño de su cartera. Desde mi humilde punto de vista, en el siglo actual estaríamos necesitados de más hombres y mujeres como él. Quizás una persona dialogante, como lo era él, podría haber evitado la situación en la que nuestro país se encuentra en este momento.
   Mi siguiente heroína favorita es mi abuela, Isabel Segunda Vilela Lamigueiro. Hija de una familia humilde se hizo cargo de sus hijos cuando su primer esposo murió. Se casó en segundas nupcias con mi abuelo y ahora voy a contar mi relato favorito sobre mi abuela. Ella no era una mujer como las de hoy en día, estaba hecha de puro acero, era dura, era valienta y nadie le respiraba encima. Honestamente, a mí me encantaría ser tan valiente y decidida como ella. Como he dicho se casó por segunda vez con mi abuelo y, cuando él murió, cogió a los tres retoños hijos de su segundo matrimonio (mi madre y mis tíos Manolo y Beni) y cogió un barco hacia Cuba en los años cincuenta. Durante un mes viajó con sus hijos con intención de reclamar sus derechos ante su cuñado. Mi abuela era, por aquel entonces, una mujer prácticamente analfabeta que no había ido a la escuela porque había empezado a trabajar bien pequeña para ayudar a sus padres a sacar a su familia adelante, aún así, se vistió, dejó a sus dos primeros hijos con una hermana y partió a Cuba para recuperar lo que, en justicia, pertenecía a sus tres hijos. Regresó a Galicia con lo que le correspondía, aunque un desalmado sobrino se aprovechó de mi abuela y le acabó robando la herencia que tan justamente correspondía a sus hijos. No voy a entrar en lo ruin que me parece robar a unos niños de 4,5 y 6 años. El hombre vivió a costa del dinero que no le correspondía, pero ni siquiera eso amilanó a mi abuela.
Mi siguiente héroe es, en realidad, el primero para mí: mi padre Antonio Fernández Sande. Mi padre era un hombre extraordinario, valiente, con sentido del humor y fuerte como un roble. Durante mi infancia fue mi compañero de aventuras, me llevaba a todas partes con él, jugaba conmigo, me escuchaba y cuando necesitaba palabras de confianza me las daba, me comprendía como pocas personas lo hacen en esta vida y cada día lo echo de menos. Quiero hablar de él porque mantuvo una fiera lucha contra el cáncer, desgraciadamente no lo venció, pero batalló contra él durante diez años y sobrevivió mucho más tiempo del que inicialmente le daban los médicos. Quiero hablar de él porque el día que murió fui a verlo y él me contó chistes, se rió conmigo, me habló como si me considerara su igual y, por eso, no tendré nunca palabras suficientes para agradecer el padre maravilloso que fue. 
Por último mi padrino Jorge Rodríguez Bouza. Fue otra de esas increíbles personas que he tenido la fortuna de tener en mi vida. Mi padrino fue diagnosticado con sarcoma cuando tenía trece años, le quitaron una pierna y, aún así, nunca perdió las ganas de luchar, de aprender, de batallar con la vida. Aprendió a andar en bicicleta con una sola pierna, aprendió a conducir cuando los coches automáticos todavía estaban muy lejos de llegar a España, buceó, hizo paragüismo y otras hazañas.
Estos cuatro son para mí héroes reales, de carne y hueso, personas extraordinarias que hicieron heroicidades en un mundo que no siempre es justo con las buenas personas. En este mundo hay más héroes cotidianos, personas que como mi hermano lucha por mantener a su familia, como mi amiga que regenta una floristería y cada día se las ve con personas que critican cada cosa, como mi amiga Juez que tiene una enemiga más poderosa que no la deja tranquila, como mi amiga que cuida a personas mayores en un hogar de ancianos, como mi vecino que cayó en las drogas y cada día batalla contra ello. Hombres y mujeres mayores que cada día mantienen a sus familias con sus míseras pensiones, personas que han perdido la fe y que, sin embargo, ayudan a los demás a través de ONG´s, hombres y mujeres que cada día se levantan, van llamando de puerta en puerta para lograr un trabajo. Niños y niñas que se ven acosados en los colegios. Héroes que buscan curas a enfermedades terminales sin apenas medios. Personas reales que no se ocultan tras banderas o consignas, que se preocupan por los demás, que escuchan a los demás, que ofrecen una mano cuando pueden e incluso cuando no pueden. Personas que lloran cada día porque el mundo es un lugar frío, soñadores que han perdido sus sueños, aquellos que son diferente por raza, religión o por sus preferencias sexuales. 
Hay días en los que miro a mi alrededor y pienso en lo gris y oscuro que es el mundo en el que vivimos, que nos ahoga, que nos hunde, que nos rompe cada día un poco y otros en los que me doy cuenta de lo valientes que son los héroes cotidianos, lo fuertes que son y me siento orgullosa de ellos. Porque el mundo está deshumanizado, cada día más, pero hay héroes reales que luchan sus batallas de forma cotidiana. No juzgan, no critican, no se adscriben a ninguna bandera y respetan a todos los demás. 
La mayor parte del tiempo deseo que más héroes cotidianos aparezcan para lograr un mundo dialogante en el que no se juzgue a los demás por ser diferente, en los que ser mujer no suponga una desventaja a la hora de encontrar trabajo, en los que los más pobres puedan llevarse alimentos a la boca, en el que todos podamos vivir realmente en paz y no preocupados por si a Trump, Putin o Kim Jong-un se cabrean y se lían a bombas atómicas los uno contra los otros.
Necesitamos héroes reales, los de Marvel y DC son magníficos, pero no son esos los que mantienen nuestro mundo a salvo, sino las personas reales de carne y hueso, como tú, como yo.

Y eso es todo por hoy, nos vemos en el próximo "Tejedora e Hilandera de sueños".

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